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Columna
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Exposiciones

En este calor que nos dificulta la movilidad, he visto tres exposiciones muy diferentes. Una de una artista joven, Adriana Torres, en una sala pequeña en la que ocurren muchas cosas: una música de sonidos orientales en la que se reconocen los latidos del corazón redondo y rojo que se enciende y se apaga en medio de la sala; hay parejas abrazadas sobre fondos del mismo tono desvanecido y otras sobre una nebulosa gris de ecografías que transmiten la idea de refugio y de inquietud al mismo tiempo. Por último, cuatro cabezas de niños en barro tienen atractivas gafas de colores cuyos cristales son recortes de programas televisivos.

Otra exposición era la primera parte de un homenaje a Paco Molina por el décimo aniversario de su muerte. Había obras de los años sesenta y setenta con aquella exquisitez suya que tanto se disfruta en cajas de madera con pie de lámpara y un busto emborronado tipo Giacometti o en el asa de una bolsa de plástico boca abajo que tan sabiamente sabía utilizarla y embellecerla. Para la exhibición han pintado la galería de gris con el techo azul claro pensando en sus colores de intimidad, distanciamiento y azul esperanzador. La segunda parte comenzó ayer con obra de los ochenta y un último cuadro pequeño y maravilloso con dos rosas en un florero. Muchos recuerdos nos llegan de aquel artista que tanto sabía de las artes y tan generoso era con su inteligencia y su saber. Paco era capaz de ordenar los pensamientos, poner cada cosa en su sitio y acertar.

También se inauguró la exposición de Joaquín Saenz con gran afluencia de público. Debe ser un placer comprobar que se tienen tantos amigos y admiradores. Hacía tiempo que no pintaba por motivos de salud y ha presentado bodegones pequeños que fue haciendo entre sus temas de grandes espacios, por puro antojo, dice, pero el antojo es nuestro por los bodegones. El más pequeño de todos me pareció una joya. Hay también un cuadro grande de su estudio de Conil con sus grises pálidos, los pequeños toques de color muy bien pensados y una luz oblicua rayada que recuerda aquella otra luz derramándose por los resquicios del toldo de aquella imprenta que se recuerda con tanto cariño y cuyos cuadros tenemos siempre en la memoria. Joaquín Saenz es uno de nuestros grandes pintores sevillanos.

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