Inmigrantes chinos pagan fortunas por locales comerciales en Lavapiés
Los orientales abonan casi 240.000 euros por una tienda pequeña en la zona del Rastro
La comunidad china de Madrid ha logrado levantar en apenas dos años más de 250 comercios que dominan la parte alta de Lavapiés. Son locales enormes o minúsculos, de todo tipo, adquiridos a precios imbatibles, muchas veces cuatro o cinco veces por encima de mercado, según confirman vecinos, comerciantes y policía. Y siempre pagan en efectivo. La audaz expansión de la comunidad china ha convertido un par de kilómetros cuadrados de la zona del Rastro en la pequeña China de Madrid. "El gran misterio", declara la Policía Municipal, "es de dónde sacan el dinero".
Sobre el mapa, las calles Juanelo, Embajadores, Cabestreros y Mesón de Paredes forman un cuadrado que hasta la policía conoce ya como Chinatown (pequeña China), semilla de las concentraciones de inmigración oriental de Londres, Nueva York o San Francisco. Para lograrlo, es un secreto a voces en el barrio que la comunidad china está dispuesta a pagar lo que sea para trabajar unos junto a otros.
"Pagan hasta tres y cuatro veces el valor de los locales. El gran misterio es de dónde sacan el dinero" para hacerse con los locales, afirma el mando de la Unidad Integral del Distrito Centro de la Policía Municipal, José Heras. La policía comparte con los vecinos esta curiosidad, y sospecha que hay una especie de padrino al que acuden para montar sus negocios.
En España viven unos 40.000 inmigrantes chinos, según datos de la Embajada. Unos 20.000 viven en Madrid y Barcelona, y el resto, por todo el país. Pero en ningún lugar se da una concentración como la de Lavapiés. Según la Policía Municipal, unos 2.000 chinos trabajan en más de 250 comercios, todos ellos de importación de ropa. Los mercadillos callejeros de toda España consiguen el género en Lavapiés, que se ha convertido en un gran polígono comercial de calles estrechas y empedradas.
Según Li Ti, portavoz de la Asociación de Comerciantes Chinos de Madrid, sus compatriotas "ven que España es un lugar fácil para sobrevivir. Más fácil que Londres o París. Abrir una tienda aquí es mucho más barato". El dinero sale de "préstamos entre familias, sin interés y sin plazo". Una vez establecidos en un local, "cada uno hace su negocio, y la mayoría son legales".
Li Ti considera "baratos" precios que para los vecinos de Lavapiés son escandalosos, y que está haciendo millonarios entre propietarios de locales en una de las zonas más deprimidas del centro. "Al que tiene un local o una tienda aquí le ha tocado la lotería". Es el resumen que hace Manuel Blanco, dueño de una farmacia centenaria en el número 27 de Embajadores. "Esto nunca ha valido nada".
La Policía Municipal asiste atónita al fenómeno. "Por un local como mi despacho se han pagado 40 millones de pesetas", afirma José Heras. Los problemas que han tenido con la comunidad china vienen provocados por su desconocimiento total de cómo funciona la ciudad. "Traen cantidades increíbles de género y crean problemas de exceso de ocupación del local. En un sitio pequeñito nos encontramos 250.000 mecheros", dice Heras.
No es raro ver locales con cajas hasta el techo, por la puerta, hasta por la calle. También es habitual encontrar a familias enteras de chinos descargando cajas de ropa a cualquier hora de la madrugada. La ropa y la bisutería que venden suele ser género copiado o falsificado. Sólo en enero de este año se habían realizado 40 intervenciones de prendas falsificadas en Madrid.
Amenaza para el Rastro
La expansión de Chinatown empieza a llegar a la zona del Rastro, hasta la ribera de Curtidores. Merche Álvarez, tercera generación de comerciantes de muebles en la plaza de Cascorro, también ha oído cientos de veces la misma cantinela: "¿Vende local? ¿Alquila local?". "Así, un día y otro, hasta que nos cansemos y digamos que sí", comenta.
Su comercio, Muebles Bartolomé, lo abrió su abuelo antes de la Guerra Civil. "Vivían dentro de la tienda". Al lado, otra tienda histórica de muebles ya está regentada por una familia de inmigrantes chinos. "La verdad es que es muy buena gente", comenta Álvarez. "Tiene gracia, pero se fijan mucho en mí, en cómo hablo a los clientes, para saber cómo tienen que atender", explica.
Otros comerciantes no ven con tan buenos ojos a la comunidad china porque "se están yendo las tiendas de siempre" del barrio, como dice María J. F., de 45 años, en una tienda de la plaza de Cascorro. "Si les interesa un local, te pagan 100 millones en efectivo, auténticas burradas", dice. La expresión "se van a quedar con todo" aparece en casi todas las conversaciones sobre el tema.
"¿Va a venir la alcaldesa?"
Trinidad Jiménez nunca llegó a saber que, durante tres meses, fue la alcaldesa de cuatro calles de Lavapiés. La candidata socialista a la alcaldía, derrotada en las urnas, triunfó el día en el que, en pleno Trini-maratón electoral, le dio la mano Li Ti, relaciones públicas de la Asociación de Comerciantes Chinos de Madrid.
Unas semanas después, Li Ti organizaba las fiestas del Año Nuevo chino en el barrio. Desde los anticuarios del Rastro hasta los okupas de la calle del Amparo, asistían a un pasacalle con un dragón rojo que ahuyentaba los malos espíritus. En presencia de las fuerzas vivas de Lavapiés, preguntó nervioso: "¿Va a venir la alcaldesa?". Li Ti lleva 10 años en Madrid y es uno de los pocos inmigrantes chinos que habla español. Sin embargo, la candidata Jiménez era para él la máxima autoridad municipal de la que había oído hablar.
La generalidad de la inmigración china de Lavapiés ni siquiera sabe leer el nombre de su calle. Viven al margen de la ciudad, hasta el punto de que no se relacionan con los servicios municipales.
Manolo Osuna, presidente de la asociación de vecinos La Corrala, les asesora para pedir permisos o negociar con el Ayuntamiento. "Para esta gente, el alcalde soy yo", explica con humor Osuna. "No entienden qué es un concejal o un ministro".
No se relacionan con los bancos, y llevan el dinero encima. Las bandas de menores marroquíes lo saben. Asaltan a los comerciantes chinos en la calle, a plena luz, con mucha violencia. Los botines han llegado a los cinco millones de pesetas.
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