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Columna
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Juramento

Nunca Joan Ribó ha representado a tanta gente y jamás un presidente de las Cortes ha sido más indigno. Al solicitar a Julio de España, recién estrenado en el cargo, que el juramento de los diputados fuera leído también en valenciano, el parlamentario de l'Entesa no defendía su programa. Se limitaba a recordar el programa de mínimos del que nos dotamos todos cuando llegó la democracia, basado en la convivencia de dos idiomas y el uso simbólico de la lengua propia en las instituciones de nuestro autogobierno. Ribó hablaba, más allá de su adscripción partidaria, en nombre de miles de ciudadanos que no le votaron. Por ello en ese momento era mi diputado, y el suyo. De España, en cambio, con su negativa extemporánea, abusó del voto de la mayoría, en un fraude político que el Partido Popular se apresuró a encubrir con descalificaciones ignominiosas hacia el líder de l'Entesa. Lo acusaron de buscar la "provocación", de "montar el numerito" o de seguir "políticas de chascarrillo". El nuevo portavoz popular, Serafín Castellano, llegó a sugerir la falta de valencianidad del diputado porque nació en Manresa y le despojó de la razón porque el PP tiene el aval mayoritario. Dando por supuesto que el obtuso portavoz no toleraría una sugerencia similar de nadie nacido en Cartagena o Motilla, hay que alarmarse ante la aberrante doctrina de quienes ahora mandan. La tensión totalizadora que Aznar inculca a la política española, la descalificación sumaria de las minorías, de su legitimidad para matizar o compartir el poder, y de sus intenciones, no sólo ofrece coartada ideológica a maniobras mafiosas como la que en Madrid han ejecutado oscuras fuerzas fácticas contra un PSOE que se disponía a gobernar con Izquierda Unida y que paga con dos tránsfugas su incapacidad para desmontar el sindicato interno de intereses. También conduce a desandar todo lo andado, en un ejercicio arrasador de prepotencia. Que el futuro presidente de la Generalitat, Francisco Camps, justificara la insultante actuación de su correligionario con el comentario de que Ribó no debió crear problemas porque no hay que hacer de la lengua "un elemento que no sea de cordialidad" convierte su "valencianismo" en una baratija.

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