Lucha en Congo por la supervivencia
7.000 desplazados por conflictos étnicos entre tribus de agricultores y ganaderos malviven junto a un cuartel de la ONU
La maestra Générose es hema, tiene seis hijos y vive en una choza con ellos en el campamento de refugiados del aeródromo: un mar de miseria y miedo que crece desde hace un mes adosado al cuartel de los cascos azules. "Llegué el 5 de mayo, tras los últimos combates en la ciudad. Ahora me siento segura, pero no puedo moverme ni regresar a casa; es como una prisión, pero al menos duermo tranquila". En el campamento que no tiene nombre pero que bien podría llamarse Supervivencia, malviven 7.000 desplazados, la mayoría hema, aunque los hay también de las otras etnias que habitan la región de Ituri, al noreste de la República Democrática de Congo.
Vincent, de 59 años, es de los pocos lendu que se han cobijado en él. "Escapé hace una semana junto a mi familia, tenía miedo de la milicia [hema]", dice frente a una mesa destartalada. "No me molestan por ser lendu, aquí todos somos civiles con los mismos problemas".
Los niños soldado se mueven con los ojos enrojecidos por la droga y la cerveza
Générose y Vincent ya eran vecinos y amigos en Bunia. Ahora se visitan entre el barrizal y se intercambian penas y esperanzas. "Cuando los hema atacaban", explica la profesora, "él y su familia se escondían en mi casa, y cuando venían los lendu, éramos nosotros los que íbamos a la suya. No somos los responsables de lo que sucede, es la gente armada".
Cerca del campamento protegido por la Fuerza de Despliegue Rápido (FDR) de la Unión Europea y por la Misión de Naciones Unidas para Congo (MONUC), merodean los niños soldado de la Unión de Patriotas Congoleños (UPC), la guerrilla hema que domina Bunia. Se mueven con los ojos enrojecidos por la droga y la cerveza Primus y sus Kaláshnikov en ristre. "No les tengo miedo", dice Vincent; "si hubiera peligro real, nos mudaríamos enseguida al cuartel de la ONU".
Ambos admiten una pugna histórica por tierras entre los ganaderos hema y los agricultores lendu. "Siempre hubo peleas, pero nunca como ahora", asegura Vincent, que culpa de la violencia a las "potencias extranjeras africanas y europeas" sin citarlas. Générose y Vincent se afanan por explicar el laberinto de Ituri. "Los hema y los lendu del norte hablamos el mismo idioma y nunca hemos tenido enfrentamientos graves, vivimos mezclados desde hace siglos", dice ella. "En el sur es diferente", interviene Vincent. "Los hema de esa zona son parecidos a los tutsi ruandeses, y los lendu de allí hablan un idioma distinto al que hablamos los del norte". Générose asiente satisfecha, al igual que otros civiles hema que han hecho coro para cotillear la conversación.
No lejos de ahí, la abuela Véronique tira fuerte de la mano del extranjero para conducirle hasta su historia. En una esquina de una tienda repleta de cachivaches, ropa sucia y limpia y olores mezclados, se divisan dos bultitos humanos cubiertos por una toalla blanca. Son Gabriel y Gabriela. Dormitan sobre una estera de hoja de palmera seca cubierta por algunos paños arrugados a modo de cuna. Los gemelos tienen un mes de vida. Su madre, Françoise, que ha cumplido los 20 años, acaricia el rostro del varón y se prepara para amamantarle. "Apenas tengo leche ni dinero para comprar", se queja mientras que una hermana le agita el pecho como prueba. Françoise habla con sosiego, sin alterar la voz ni la emoción, esbozando una tímida sonrisa triste. Desgrana sus tragedias del último mes como si deseara que pertenecieran a otro.
El 6 de mayo, milicianos lendu mataron a Antoine, su marido, que trabajaba en las minas de oro, y secuestraron a su hija de dos años y medio cuando ella estaba en la maternidad del hospital general. No ha vuelto a saber nada de ella ni nadie se ha interesado por su caso: "Se la han llevado al bosque", dice la abuela Véronique maldiciendo rabia con las manos.
En el campamento Supervivencia se vende comida sobrante; los zapateros remendones arreglan calzado inservible; las peluqueras miman cabezas pelicrespas; las costureras fabrican ropa urgente y los chiquillos juguetean entre la mugre. "La guerra me produce un daño moral", dice la maestra Générose, "los niños se han quedado sin escuela. Ellos son el futuro, ¿y qué estamos haciendo con él?". A su vera, Béatrice se dispone a vender el contenido de media calabaza seca rellena de bukare, una especie de masa de maíz. Ella cocina para su familia y para el pequeño negocio; su marido, mientras, bebe cerveza. "En Congo tenemos un dicho, los hombres envejecen menos porque el trabajo lo hacemos las mujeres", dice Béatrice entre risas.
Los más afortunados del campamento que crece junto al cuartel de Naciones Unidas comen una vez al día un plato de bukare con un puñado de judías rojas. La ayuda les llegó de una ONG alemana, pero ahora se quejan de olvido. Oxfam construyó depósitos de agua y letrinas, pero lo que mejor funciona es el mercadeo cotidiano. ¿De dónde sale el dinero para comprar si todos son desplazados? Beatrice frunce extrañada el ceño y responde: "Antes de la guerra teníamos ahorros". ¿Y cuando éstos se acaben? "Entonces sí que tendremos un gran, gran problema".
La UE entra en combate
La Fuerza de Despliegue Rápido (FDR) de la UE, compuesta mayoritariamente por soldados franceses, entró ayer en combate por primera vez desde su llegada, la semana pasada, a Bunia, capital de la región congolesa de Ituri. Una patrulla motorizada de un centenar de soldados apoyados por blindados se adentró en la floresta al sur de la ciudad en una misión de reconocimiento. A unos cinco kilómetros fueron tiroteados, tal vez por guerrilleros lendu. La FDR respondió al fuego. El incidente duró 20 minutos. No hubo bajas, según informó un portavoz de la FDR en Bunia. En esa zona, las escaramuzas entre lendu y hema son constantes. Decenas de milicianos hema que se hallaban en la posición donde se produjo el ataque recibieron la orden de la FDR de retirarse y así lo hicieron.
La FDR reforzó ayer el control en un cruce de caminos en los barrios del norte. Su objetivo es controlar las personas que se dirigen al aeropuerto. "Estudiamos la situación cada día antes de decidir la estrategia", aseguró un portavoz militar francés.
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