La Europa de los Estados
Una Convención es un dispositivo que permite debatir sobre propuestas políticas con menos servidumbres y rigideces que las que existen en los ámbitos interestatales y con mayor capacidad de atracción y de incorporación de actores extramuros de la práctica institucional. Su vocación exploradora y su condición preparatoria y no vinculante le otorga una notable libertad de movimientos en su función propositiva. Ensayada con éxito con ocasión de la Carta de Derechos Fundamentales, se decidió repetir la experiencia a propósito de la futura Constitución. Tras un año y medio de funcionamiento, casi 50 sesiones de trabajo y más de 300 horas de reuniones, la Convención cerró ayer sus puertas en Bruselas después de haber producido un proyecto de Carta Magna que comporta un preámbulo, 560 artículos y cinco protocolos anejos que Giscard, su presidente, presentará el próximo día 19 al Consejo Europeo de Tesalónica y que los Estados debatirán en la conferencia intergubernamental del próximo otoño. En el balance que ya desde ahora puede hacerse, lo más significativo a señalar es el carácter herméticamente institucional y partitocrático del ejercicio, no ya por la condición de establecidos profesionales de la política de sus 105 participantes -miembros de los Parlamentos europeo y nacionales, de la Comisión Europea, de los Estados miembros y de los países candidatos-, sino sobre todo por los propósitos y el contenido de su articulado. De hecho, todos los debates y su resultado final han girado en torno a un tema central: el poder, sus modalidades y su gestión. En este caso, como en tantos otros de la actividad política actual, lo único que importa es quién manda, cuánto manda y cómo manda. Esta reducción de la política a cratología con el consiguiente enclaustramiento institucional en que se traduce, no es impune y su primera consecuencia es la indiferencia con que se acoge, el desinterés que la acompaña. Las encuestas de que disponemos nos dicen que apenas el 15% de los europeos saben que nos estamos dotando de una Constitución y que menos del 2% conoce la función de etapa previa que la Convención cumple respecto de ella. Lo que, tratándose del marco fundamental de nuestra vida política común es lamentable, en particular porque es una gran ocasión perdida para sacudir la ignorancia y la desafección que hoy acompañan a todo lo europeo. Los porcentajes de participación en los referendos que se han hecho ya para ratificar la integración en la Unión Europea de los nuevos países candidatos no pueden ser más desconsoladores. En seis de ellos de los que conocemos ya los resultados -Malta, Eslovenia, Hungría, Lituania, Eslovaquia y Polonia- ésta ha oscilado entre el 50% y el 60%, y en Hungría apenas ha llegado al 45%. Si esto ha sucedido con la decisión fundamental que representa su adhesión, ¿cuántos van a pronunciarse respecto de la Constitución? Es verdad que la constitucionalización de la actual democracia española fue una operación confidencial, de la que algunos disentimos, pero lo que en el caso español podía tener alguna excusa -calmar las impaciencias y evitar los desbordamientos- por nuestra pretendida falta de preparación a la democracia y por el miedo al fantasma del involucionismo, en el caso de Europa no tiene ninguna, ya que se trata justamente de lo contrario, de movilizar políticamente a los europeos en pro de la Unión. Se ha renunciado a hacerlo y los meritorios esfuerzos del Foro de la Sociedad Civil del Movimiento Europeo apenas han servido de otra cosa que de coartada para la ausencia del movimiento social y de los grupos de base. El proyecto fija, gracias a la Carta de Derechos Fundamentales y a pesar de la mostrenquez del preámbulo, los principios rectores de la Unión, clarifica y simplifica su marco operativo, extiende la práctica de la mayoría cualificada a nuevos ámbitos, da mayor visibilidad a los grandes cargos y con las acciones de iniciativa popular y las cooperaciones estructuradas o reforzadas abren dos portillos para avanzar en la integración. Pero para ello se paga el alto precio de dejarlo todo en manos de los 25 estados de los que una abrumadora mayoría no quiere una Europa política. ¿Cómo construir con estos materiales una formación geopolítica que constribuya al bienestar de los europeos en su conjunto y a la paz del mundo?
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