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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La soledad se cuenta a sí misma

La edición de los epistolarios más significativos del siglo XX está centrando una buena parte de la labor filológica que intenta iluminar la cultura española contemporánea. El tejido de las cartas, su mezcla de confesiones, actitudes literarias y realidades biográficas, dibuja una red privada sobre acontecimientos públicos, una perspectiva entrelazada que permite situar las voces personales en los pasos de la historia común. Palabras en el tiempo, pero también palabras en un sobre y con una dirección particular. La edición del Epistolario. 1924-1963 de Luis Cernuda es una buena noticia para los lectores interesados en la personalidad de este poeta de vida solitaria que ocupa hoy un lugar muy concurrido en el presente lírico de nuestra lengua. Más allá del valor que todo gran poeta mantiene en su propio mundo, Cernuda representa la tradición que permanece en activo y marca todavía los caminos de la creación más actual. Como él mismo llegó a intuir en los momentos difíciles hacía su trabajo para lectores futuros.

EPISTOLARIO. 1924-1963

Luis Cernuda

Edición de James Valender

Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 2003

1.276 páginas. 42 euros

Precisamente por eso los lectores de hoy no tienen derecho a esperar de este Epistolario una corriente de secretos, intimidades y afirmaciones estéticas que pueda cambiar la interpretación de su obra con nuevas tablas de valor. Al hacer de la poesía un acentuado destino vital, una manera de contar la realidad, Cernuda aprendió que los poemas sólo viven por sí mismos y se convierten en un ámbito literario real cuando conquistan su independencia ante las imposiciones de la biografía. Aunque los tópicos sociales suelan repetir lo contrario, uno de los requisitos imprescindibles del poema es el pudor, y Cernuda elaboró una escritura tan radical como pudorosa. En Historial de un libro llegó a confesar que la lectura de Donde habite el olvido, con poemas demasiado cercanos a una historia sórdida, le seguía produciendo al cabo de los años "rubor y humillación". La distancia pudorosa también caracteriza sus cartas por lo que se refiere a los asuntos sentimentales y a las elucubraciones poéticas. No escribe para la inmortalidad, no confunde su correspondencia con un testamento de declaraciones definitivas, pues para eso están los poemas. Tampoco llega a sustituir con sus cartas las conversaciones íntimas que no pudo mantener con los amigos alejados. Sólo encontramos algunas confidencias medidas y pequeñas justificaciones de su apuesta literaria, que emocionan más por su rareza en medio de la necesidad cotidiana de sobrevivir. La mayoría de las cartas hablan de problemas económicos y de desilusiones editoriales. ¡Cuántos favores tuvo que pedir el esquivo Luis Cernuda a lo largo de su vida!

Esto no quiere decir que en

el Epistolario, impecablemente editado por James Valender, no aparezcan datos y situaciones literarias muy aprovechables en el conocimiento de la obra de Cernuda. La edición de algunas cartas había servido ya para aclarar diversas circunstancias relacionadas con su itinerario personal y poético. En Perfil del aire. Con otras obras olvidadas e inéditas, documentos y epistolario (1971), Derek Harris publicó las cartas a Jorge Guillén, que matizan la reacción de Cernuda ante la salida de su primer libro. Datos interesantes sobre la evolución del poeta y las contradicciones internas de la generación del 27 aparecieron en las cartas recogidas por Higinio Capote Porrúa en El surrealismo en la poesía de Cernuda (1976). Las luces y las sombras de los primeros años del exilio dejaron huella en la correspondencia que Martínez Nadal sacó a la luz en Españoles de la Gran Bretaña. Luis Cernuda: el hombre y sus temas (1983). También conocíamos las relaciones del poeta desterrado con la literatura española de posguerra gracias al Epistolario inédito (1981) publicado por Fernando Ortiz. De todos estos trabajos y de muchos otros da cuenta generosa James Valender, que ayuda a la comprensión de las cartas con numerosas notas y una introducción biográfica y literaria. Publica, además, por primera vez una parte significativa del epistolario cernudiano (Concha del Albornoz, Concha Méndez, Camilo José Cela, Sebastián Kerr...), inédito hasta ahora o sólo conocido a medias.

Pero los lectores de Luis Cernuda, más allá del aporte erudito, descubrimos en el Epistolario otro tipo de emoción. Asistimos a la soledad contada por sí misma, a la difícil existencia de un poeta que fue de ciudad en ciudad, de trabajo en trabajo, de amigos en amigos, sin firmar jamás el pacto entre sus realidades y sus deseos, pero sin caer en la mentira consoladora o en el patetismo. En una carta fechada el 12 de febrero de 1945, le escribe a Nieves Mathews: "Vivo de un modo tan provisional, y sin probabilidades de llegar a otro donde sienta terreno más sólido bajo mis pies, que apenas tengo gusto para nada. De otra parte, al escribirte, o callo este estado, con lo cual mi carta resultaría insincera y distante, o hablo de él, con lo cual resultaría elegiaca e insoportable". El exilio republicano vino a certificar políticamente para Cernuda una interiorización de la disidencia vital, un perpetuo sentirse fuera de lugar, que caracterizó su personalidad desde los años juveniles en Sevilla. Los breves momentos de felicidad son siempre el inevitable prólogo a una decepción posterior, que no supone la negación de la vida, sino la consecuencia de un amor excesivo. La melancolía, como le enseñó Gide, es siempre el fervor caído.

Las cartas conmueven por la soledad que se adivina al fondo de los silencios. En el poema A José María Palacio, Antonio Machado intensificó con silencios el dolor por la muerte de su mujer, enmascarando la tragedia con preguntas desplazadas sobre la primavera, las sierras y los olmos de Soria. El lector del Epistolario de Cernuda siente una conmoción parecida. Bajo sus enfados, sus injusticias, la continua petición de favores, la necesidad de encontrar una habitación barata donde vivir o de recuperar las bibliotecas perdidas, se adivina la sombra de alguien que intenta buscar en la dignidad su única compañía posible. La marca solitaria del poeta entendida como destino y la apuesta frágil y desdichada por el lector futuro se entienden mejor en las páginas de un Epistolario que convierte en muchas ocasiones al Servicio de Correos en el verdadero protagonista de las correspondencias. Cuando sólo se tiene compañía epistolar con el mundo, resulta grave que las cartas se pierdan, o tarden en llegar, o no se escriban nunca.

James Valender alude al fi-

nal de su prólogo a la compleja personalidad de Cernuda, al drama insólito de "un poeta que quiso escribir de espaldas al público, sólo para pasar la vida atormentado por lo que el público (o al menos la crítica) pudiera decir acerca de su persona o de su obra". Como lector de este Epistolario he sentido comprensión y respeto ante las consecuencias, a veces muy injustas, de estas contradicciones, y he recordado las palabras finales de Historial de un libro: "Así, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas, fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar, como decía mi hermana, a que acabaran, porque sé que nunca acaban o, si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla; y no es que crea no haber cometido nunca actos indignos, sino que éstos no los cometí por lucro ni por medro".

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