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Columna
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Pirineos

Vuelve a haber Pirineos. Esta cordillera de quita y pon para franceses y españoles se eleva de nuevo como un obstáculo para que España sea un equipo de primera división. Según los anteriores acuerdos de Niza sobre la construcción política de Europa, España tenía mejor estatuto, le habían regalado quehacer de potencia y recibía beneficios de soberanía compensadores de sus poquedades económicas o demográficas. Ahora, la propuesta de Constitución para Europa debida a Valery Giscard d'Estaing deja a España en su justo peso, sin valores añadidos, sin implícito derecho a veto y algo diluida su significación cuando Europa ya no sea la de los quince, sino la de los veinticinco.

Inútilmente se ha agitado la permanente de la señora Palacios o desgañitado Aznar ante la flema exhibida por Giscard, político de peligrosas frialdades. Hubo un tiempo en que Francia contemplaba admirada los éxitos amorosos de Giscard y Mitterrand, auténticos Don Juan Tenorio y Luis Mejía de la CEE, primeras espadas constantes, no utilizadas como recursos para llegar a donde no llegaran sus manos, mezquino logro de un poema español: "Señora, los españoles donde no llegamos con la mano, llegamos con la punta de la espada". De Giscard llegó a contarse que, presidente de la República y abandonado por una amante, pariente político muy cercano, la buena señora recibió pocas horas después una visita de inspectores de Hacienda. Ahora, Giscard, ante la indignación española, se ha limitado a citar a Pascal: "Lo que es verdad hasta los Pirineos, es un error más allá de ellos".

El Gobierno español está obligado a declarar que el plan Giscard nada tiene que ver con la formación de Eje Atlántico entre Bush, Blair y Aznar para limpiar, sin conseguirlo, Irak de armas de destrucción masiva. Muchos europeos, Giscard uno más, interpretaron la foto de las Azores como un leñazo descargado sobre la espalda de una Europa políticamente frágil y ahora tal vez traten de enderezarle el espinazo sin confiar demasiado en la fidelidad de España, ese exceso subpirenaico. Y es que en la educación de Aznar demasiados versos glosaban a España porque: "Engendraste un Nuevo Mundo y al viejo diste la espalda". Tal vez perdamos París, pero siempre nos quedarán las Azores.

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