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Crítica:ÉTNICA | Cheb Bilal
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sucursal madrileña de Orán

Cráneo liso y perilla pelirroja. Bilal todavía tiene edad para hacerse llamar cheb (joven), aunque su aspecto recuerde más a algún fenómeno del hip-hop que a una estrella del rai. Bilal Mouffok, alias Cheb Bilal, se está convirtiendo poco a poco en uno de los ídolos de una comunidad que bebe los vientos por Jaled, Cheb Mami o Faudel. Alguien importante para el rai, esa música surgida durante los años setenta en la ciudad portuaria de Orán y a través de la cual expresan su desesperación los jóvenes argelinos.

A medianoche del sábado, la salida del centro comercial donde se ubica la sala Divino Aqualung evocaba las aceras más concurridas de Orán en una noche de verano. Cheb Bilal había pedido un minuto de silencio por los fallecidos en el reciente terremoto de Argelia, antes de cantar Sidi sidi, que da título a su primer disco. Primero, no por tratarse de su primera grabación, sino porque hasta hoy no tenía un compacto que ofrecer a sus seguidores, y una multinacional tras él. Casetes, hasta un número que ronda las cincuenta, desde El ghorba wa el hem (El exilio y la desgracia) hasta Ouled el horma (Las personas respetables) sí que circulan en cantidades importantes por todo el Magreb. Bilal desembarcó en 1989 en Marsella y pasó siete años de bar en bar, sin papeles, siempre con el temor de que la policía lo detuviera. Ahora mismo llena el Olympia de París y un famoso refresco de cola utiliza la imagen del argelino en sus anuncios.

Cheb Bilal

Divino Aqualung. Madrid, 7 de junio.

Influencias de jazz y 'reggae'

En Cheb Bilal se reconocen influencias de reggae, jazz, funk y, en directo, el teclado le da un toque verbenero a su música, que remite ineludiblemente al Mediterráneo. Lo más llamativo de su concierto era el público. Cientos de personas de origen norteafricano que se saben sus canciones de memoria. Con un sorprendente número de chicas. Alguna atreviéndose con contoneos que hubieran incendiado a los integristas. Y banderas de Argelia y Marruecos: Bilal cogió dos y las hizo ondear al alimón. Fuera, los televisores emitían imágenes del España-Grecia y la gente se divertía ajena por completo a la música electromagrebí y al trasiego incesante de norteafricanos.

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