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Reportaje:MUJERES

Las iraquíes se organizan

Guillermo Altares

El zoco del barrio chií de Al Kadhamiya vive totalmente ajeno a los temores por la situación de la seguridad que se han abatido sobre otras zonas de Bagdad desde que la ciudad fue tomada por los estadounidenses, el 9 de abril. Todos los comercios están abiertos y apenas se puede caminar entre la multitud que serpentea entre los puestos de comida o de fruta, los restaurantes de kebab, los comercios de ropa o de aparatos electrónicos y, naturalmente, las tiendas que venden retratos de Alí o de Husein -las dos principales figuras del chiísmo, una rama del islam que permite la re-presentación-.

Pero no sólo sorprende la intensa actividad, sin que haya soldados estadounidenses patrullando por la zona. El barrio ofrece una visión insólita en otros rincones de la capital iraquí -y no sólo en los vecindarios cristianos-: no hay una sola mujer que no vaya cubierta, ya sea con el chador negro que cubre desde la cabeza hasta los pies, en muchos casos también con guantes, o, y sólo una minoría, con un pañuelo en la cabeza y una falda larga. El temor a que esta imagen se generalice en todo Irak ha llevado a varios grupos de mujeres a organizarse.

Al Danluyi dice que los años dorados de las iraquíes fueron los cincuenta y los sesenta, cuando alcanzaron un grado de libertad superior al de otros Estados árabes
Los miembros de la Liga de Mujeres Iraquíes, fundada en 1952, fueron perseguidos, torturados y ejecutados en las épocas de Abd al Karim Qasim y Sadam

Vuelve el chador

"Claro que ese peligro existe", señala Maisun al Danluyi, en la lujosa casa que Adán Bachachi posee en el barrio de Al Mansur y que utiliza para las constantes reuniones políticas de su formación, el Movimiento Independiente por la Democracia. Muchos diplomáticos occidentales e iraquíes de clase media ven en este hombre de 80 años, que ha vivido exiliado durante 30 años y que defiende un Estado laico para Irak, al único político capaz de aglutinar a un Gobierno de transición. Al Danluyi, una mujer de 42 años, es una de sus principales asesores y ha sido la organizadora del Encuentro de Mujeres Iraquíes, que se celebró en Bagdad el pasado fin de semana. "El objetivo de ese encuentro era discutir los problemas de las mujeres iraquíes y también nuestro futuro", señala. "El peligro no está en el islam, porque Irak es un país de inmensa mayoría musulmana; sino en las prácticas radicales de esta religión. Queremos que este encuentro sea el principio de una amplia organización para la defensa de nuestros derechos".

Y no ha sido la única reunión de mujeres que se celebrará en las próximas semanas en la capital. El principal diario que se distribuye en Bagdad, el periódico kurdo Azzaman, anunciaba recientemente el regreso de Safía al Shiel, una activista iraquí que ha pasado dos décadas en el exilio, principalmente en Líbano y Siria. "Al Shiel declaró que ha mantenido contactos dentro y fuera de Irak para celebrar una conferencia nacional que garantice los derechos completos de la mujer iraquí, y añadió que Irak es un país más avanzando desde el punto de vista social que otros Estados de la zona", señalaba el diario.

Al Danluyi asegura que los años dorados de las mujeres iraquíes fueron los cincuenta y los sesenta, cuando alcanzaron un grado de libertad muy superior al de otros Estados árabes. Actualmente hay muchas mujeres trabajando en los ministerios, en los hospitales y en la universidad. "Mi madre fue la primera pediatra iraquí, a principios de los años sesenta. En la época de Sadam conservamos algunos de esos derechos, pero fue a pesar del dictador. No sólo reprimió a las mujeres, sino a todo el pueblo iraquí", dice.

Kadimiya Jabar, de 53 años, conoce muy bien la represión del dictador contra las asociaciones de mujeres. Ataviada con un pañuelo en la cabeza, Jabar se encuentra en la sede de la Liga de Mujeres Iraquíes, un edificio arrasado por los saqueadores situado muy cerca del Ministerio de Exteriores. Este movimiento fue fundado en 1952, y, tanto bajo la época de Abd al Karim Qasim como bajo Sadam Husein, sus miembros fueron perseguidos, torturados y ejecutados. Jabar, casada y madre de seis hijos, vivió 10 años de exilio. "La religión respeta los derechos de las mujeres. Aquellos que dicen que la mujer no tiene que moverse de casa no es que sean religiosos, sino que están en contra del progreso. Nosotros exigimos que tengan los mismos derechos que los hombres, y que cada mujer decida cómo quiere salir vestida a la calle", señala la portavoz de la Liga de Mujeres Iraquíes.

Pesimismo

Pero no todo el mundo se muestra tan optimista. Los cristianos, que representan una minoría del 4% de la población iraquí, aunque en Bagdad son una parte más importante, no ven el futuro tan claro. En las zonas del sur del país, donde los chiítas son la inmensa mayoría, no se ven mujeres sin chador. De hecho, se ven pocas mujeres en las calles o en los mercados. Esto se explica en parte por el miedo a la situación de inseguridad general, pero también porque son zonas profundamente conservadoras. "Si acaba por imponerse una ley islámica, tendré que irme de mi país", asegura Rajaá Bosha, una ginecóloga de 60 años que colabora con la asociación Al Amal, una ONG que lleva 10 años desarrollando programas de mujeres en el Kurdistán y que acaba de instalarse en Bagdad. "Hay que luchar para que se respeten los derechos de todos, de hombres y mujeres, porque si no Irak nunca será una democracia plena", señala esta cristiana de Basora, la principal ciudad del sur de Irak, que cada día está más dominada por las tradiciones chiíes más conservadoras.

"La situación de la mujer no es todavía un problema mayor en Irak, porque conservamos muchos de los derechos que logramos en los años sesenta, aunque hay que mejorar mucho en el terreno de la atención ginecológica. Pero la situación puede cambiar y hay que hacer algo antes de que sea demasiado tarde", agrega.

Mujeres iraquíes vestidas con velo negro pasean por un barrio de Bagdad.
Mujeres iraquíes vestidas con velo negro pasean por un barrio de Bagdad.AP

Esperando a la salida del trabajo

EL JUEVES, a la una de la tarde, comienza el fin de semana en Irak. Riadas de personas salen puntuales de los ministerios, muchas de ellas mujeres, algunas con pañuelos en la cabeza, aunque la mayoría vestidas de forma occidental. Pero, a causa del caos en que ha vivido Bagdad durante semanas, se produce una imagen insólita: muchas de estas funcionarias son esperadas por sus maridos o hermanos a la salida para ser acompañadas a casa. Aunque la policía militar estadounidense no ha confirmado ningún caso, existen numerosos rumores en Bagdad de que se están produciendo secuestros de mujeres por parte de bandas armadas.

"No podemos salir de casa, ni ir a los zocos. Sólo salimos las mujeres que tenemos trabajo, pero nuestros maridos vienen a recogernos", señala una funcionaria del Ministerio de Petróleo, Shatha al Hayi, de 44 años, casada y madre de un niño. "Siempre salimos acompañadas, y lo haremos así mientras dure la situación de inseguridad", asevera Thamir Aadban, soltera, de 30 años, que trabaja en el mismo ministerio. Está esperando a su hermano.

Pero existe en Irak otra violencia contra las mujeres, sobre la que apenas hay datos, que es mucho más real que la posibilidad de un secuestro: los malos tratos. Tras la caída del régimen, la asociación Al Amal ha publicado la primera encuesta sobre este tema. Los datos son terribles, a pesar de que el sondeo, basado en 2.350 entrevistas, fue realizado en el Kurdistán, una región donde las mujeres gozan de mucha más libertad que en otras zonas del país. Un 58% de las encuestadas señalaron que en algún momento de su vida han padecido alguna forma de violencia física por parte de sus maridos, hermanos o padres, y un 56% están convencidas de que los hombres piensan que son inferiores.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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