Crecimiento cero: freno a la globalización
EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN económica no es lineal, sino cíclico. La historia demuestra que cuando las coyunturas entran en la fase descendente del ciclo (recesión o enfriamiento), los movimientos de personas, mercancías y capitales se frenan: el mundo se hace más conservador. Si a un mal momento económico se le unen las dificultades políticas, las cosas se complican más aún. Es el momento de los nacionalismos. Es lo que ocurrió en el periodo entre la primera y segunda guerras mundiales, cuando se detuvieron los flujos de intercambio y terminó aquel mundo que no necesitaba pasaportes ni visados porque no existían fronteras, y que tan bien describe Stefan Zweig en sus memorias.
Las descripciones más alarmantes sobre Alemania provienen del FMI (la deflación) y de su ministro de Economía, según el cual la cifra real de los 'sin trabajo' oscila entre los seis y siete millones de personas
Los años noventa, que coinciden con los dos mandatos de Clinton y con la explosión de la nueva economía, basada en la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), representan el momento más alto de la globalización contemporánea. Ahora, las cosas han cambiado. Alguien, sin ánimo de comparaciones excesivas, ha dicho que el parón del proceso globalizador recuerda al de la primavera de 1914.
Sin haber llegado a una recesión profunda, las características de la economía no son optimistas: primero, los indicios de deflación en lugares tan distintos como Estados Unidos, Japón y Alemania. De todas las descripciones hechas, una de las más alarmistas ha sido la del director para Europa del FMI, Michael Deppler: habiendo entrado Alemania ya en recesión, está también en riesgo de caer en la deflación después de que en los dos últimos años hayan retrocedido, de modo alarmante, los créditos y los beneficios, y de que el paro haya aumentado hasta sobrepasar los cuatro millones de desempleados; los precios de las casas han bajado, la Bolsa ha caído más que en los países del entorno, y bancos y aseguradoras afrontan unos desafíos desconocidos desde la II Guerra Mundial. Otra valoración complementaria -pero más pesimista aún- de la coyuntura alemana la hizo el ministro de Economía y Trabajo de ese país, Wolfgang Clement, en el congreso extraordinario del Partido Socialdemócrata: 1) el crecimiento cayó el 0,2% en el primer trimestre y tiene la más marcada debilidad de crecimiento de todos los países de Europa Occidental; 2) tiene la cifra más alta de parados desde hace muchos años; si se añadiese la reserva oculta (los parados en cursos de formación y otros mecanismos de protección), hoy habría en Alemania entre seis y siete millones de personas sin trabajo de un total de 38 millones de población activa; 3) la situación demográfica ha cambiado y los aprendices tienen una edad media de 19 años, y en 1978 era de 16; cuando se crearon los sistemas de Seguridad Social, los trabajadores alemanes sobrevivían por término medio cuatro meses a la jubilación, mientras que ahora sobreviven 20 años.
A los problemas de deflación y estancamiento hay que añadir la caída de la cotización del dólar (o la sobrevaloración del euro), la lentitud de los flujos del comercio internacional (que impiden ser optimistas sobre la próxima reunión en Cancún de la Organización Mundial de Comercio) y de la inversión extranjera, la timidez de la evolución del turismo, la reducción del número de viajes por avión, etcétera.
En este contexto, ¿para qué sirve una cumbre como la del G-8 en Evián, la pasada semana? Sus efectos tienen mucho más que ver con lo psicológico -las relaciones políticas y estratégicas entre EE UU y sus socios de la "vieja Europa"- que con lo real: la posibilidad de coordinar las políticas económicas para salir de esta crisis que todavía no tiene nombre ni una configuración exacta. Pero las cumbres de los países más ricos (las llamadas formaciones G) nacieron hace 28 años precisamente para arreglar este tipo de asuntos. En Rambuillet, en 1975, la coyuntura estaba dominada por la depreciación del dólar y por los primeros movimientos de un sistema monetario que acababa de romper con el de Bretton Woods.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.