Error humano
"Errare humanum est", decía Cicerón: con esta condición de destino, de inevitable, el error ha de suceder. El humano jefe de estación que dio paso al Talgo cuando en la vía estaba el mercantil yace inyectado de tranquilizantes y rodeado de psicólogos: se siente morir por lo que ha hecho, y los jefes del ferrocarril salen en televisión para señalarle con el dedo: error humano, dicen de la línea sin automatizar, con sistemas de los años cuarenta para la velocidad y el tráfico de los dos mil. Error humano, dice el ministro de Defensa señalando al piloto del avión ucranio desgajado: tan humano, que murió él mismo. No cometerá más: "sólo los estúpidos perseveran en el error", terminaba su frase Marco Tulio; el ministro no lo es porque no ha perseverado y ha suspendido los vuelos para evitar que otros pilotos cometan errores humanos y se maten matando. Dentro de esta ley ineluctable, hay una tendencia en señalar al humano como erróneo en los casos en los que hay un escalón muy bajo, y cuando no se puede acusar a un saboteador, como se hizo con las catenarias del AVE a Zaragoza y Lérida. No prosperó. En la línea de mandos que va desde el jefe del Gobierno hasta el de estación de pueblo o el piloto de un país desencajado, será siempre éste el elegido. Es humano. Hay un punto alto en la cadena de errores donde todo se detiene porque tropieza con la inmunidad. Unas veces es legal, de personas aforadas: debe haber en España varios miles de personas con ese fuero, o situación jurídica especial en razón de su cargo. Otras veces, por su poder, divino o humano, como el de los eclesiásticos, algunos militares, otros policías y personas que podrían estar complicados en Gescartera, incluso como víctimas. No sé si está aforado Atutxa, presidente del Parlamento vasco, y toda la Mesa, por no aceptar una orden del Supremo, que les parece no sólo errónea, sino interesada. ¿Es legal creer que el Supremo puede errar, si sus magistrados son humanos? Si Aznar respalda enteramente a Trillo, y Trillo deposita su posible error en el del piloto, y Álvarez Cascos en el desfallecido jefe de estación sobre el que pueden recaer responsabilidades civiles y penales es que todo funciona perfectamente. Humano, demasiado humano, tituló Nietzsche un libro que, como él dijo después, era "el monumento a una crisis".
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