_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mirlos

Hace un par de días se publicó aquí la carta de un lector, José Ángel Martínez Hidalgo, que llevaba por título Mirlos en Madrid. Una carta deliciosa. "No sé si habrán dado cuenta", decía, "pero Madrid está tomada por los mirlos. Entretenidos como estamos con las disputas políticas y los compromisos de trabajo, se nos olvida que hoy un mirlo ha estado muy cerca de nosotros y que, al no prestarle la debida atención, hemos perdido la oportunidad de que nos dejara el alma en vilo con su canto" ("Un alma de valores armoniosos / mayor que todo nuestro ser", como describe Juan Ramón Jiménez en su poema Mirlo fiel).

El lector cuenta después que su casa se encuentra cerca del Círculo de Bellas Artes. Como la mía. Fue curioso encontrar estas palabras, porque yo sí me había dado cuenta de que con la llegada de la primavera se había producido ese "regalo divino", como lo llama el lector, y muchos amaneceres y muchas tardes me he asombrado de ese canto "sencillamente indescriptible. El espíritu queda suspendido con ese prodigio musical que, dependiendo de la inspiración del pájaro, puede alcanzar un virtuosismo aflautado que ya reflejara muy bien el músico Olivier Messiaen en su Le merle bleu ("... Y ensancha con su canto / la hora parada de la estación viva / y nos hace la vida suficiente", sigue Juan Ramón). También resultaba curiosa esta carta porque antes del 25-M me había propuesto que, de triunfar en las elecciones municipales madrileñas una derecha que incorporaba a sus filas (y, por desgracia, a las nuestras) a Ana Botella, me retiraría de cualquier opinión política y me dedicaría a hablar de los pajaritos.

Los pajaritos no son un tema menor. La gran mayoría de los poetas han recurrido una y otra vez a la referencia de su imagen, de su vuelo, de su canto; y hasta en ocasiones he oído a alguien preguntarse si habría un solo poeta que no hubiera llevado pájaros a sus páginas (y hay una aliteración -¿un aleteo?- entre estas dos palabras: pájaro, página...). En 88 Fragmentos, el libro de poemas o aforismos o reflexiones que José Ángel Gallero acaba de publicar en Cuadernos del Vacío, hay una frase (o dos versos) que ofrece una explicación certera acerca de esa comunidad ornitológica que nutre de forma ingente las páginas de poesía: "Pájaro en el hilo del misterio, la / extrañeza ordena el mundo". Esa extrañeza que cruza el aire en forma de pájaro y parte el vago paisaje de la mirada en dos mitades de orden geométrico; ese hilo invisible que traza su recorrido como marca improbable del misterio del mundo; ese pájaro es el objeto mismo de la poesía, es la poesía. José Ángel Gallero es autor también de Sólo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña, publicado en 1991 por Ediciones Árdora y que ahora, tras el 25-M, cobra una nueva vigencia.

Porque el caso es que el trino del canto de los mirlos y las palabras de la carta del lector Martínez Hidalgo han venido a apoyar mi urbano silencio, que tiene mucho que ver con aquellos pasados esplendores y estas ruinas presentes: ¿sospecharían los "movidos madrileños" de entonces que tendríamos ahora tal representación municipal? ¿Intuirían que "sólo se vive una vez" o, bien al contrario, habrían probado la inmanencia a la que se refiere Luis Cernuda: "El mirlo, la gaviota, / el tulipán, las tuberosas, / la Pampa dormida en Argentina, / el mar Negro como después de una muerte / las niñitas, los tiernos niños, / las jóvenes, el adolescente, / la mujer adulta, el hombre / los ancianos, las pompas fúnebres / van girando lentamente con el mundo / como si una ciruela verde, / picoteada por el tiempo, / fuese inconmovible en la rama"? ¿Siguen creyendo en la vida y en sí mismos, como Cernuda ("Porque algún día yo seré todas las cosas que amo: / el aire, el agua, las plantas, el adolescente"), o éstos ya no son tiempos de lírica? Sí. Aquí, en el corazón de la ciudad, sigue cantando el mirlo. Y, con Wallace Stevens (que habla también del tiempo y la inmanencia), "no sé qué preferir, / si la belleza de las inflexiones / o la belleza de las insinuaciones. / El mirlo cuando silba / o cuando acaba de hacerlo". Porque yo sé que el mirlo habla, que dice, que nombra, "pero sé, también, / que el mirlo interviene / en lo que sé". Y también sé que tengo "tres modos de pensar, / como un árbol / en que hay tres mirlos". Como supo el poeta norteamericano, y por ello llegó a tener Trece maneras de mirar un mirlo. Poesía.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_