Mirlos en Madrid
No sé si se habrán dado cuenta, pero Madrid está tomada por los mirlos. Entretenidos como estamos con las disputas políticas y los compromisos de trabajo, se nos olvida que hoy un mirlo ha estado muy cerca de nosotros y que, al no prestarle la debida atención, hemos perdido la oportunidad de que nos dejara el alma en vilo con su canto.
Se nos cuelan por todas partes. Ayer escuché uno cerca del barrio de Fuencarral. "Para un momento y escucha", le invité a mi acompañante. Acababa de caer una tromba de agua. Olía a monte y el trino adquirió unos matices irreales. No me hizo ni caso.
Cerca de las tres de la tarde, en mi casa, que está frente al Círculo de Bellas Artes, una de estas oscuras aves tiene la amabilidad de no dejarnos comer en paz con una gama de arpegios sofisticadísimos que hace que no nos acordemos de tragar lo que ya hemos echado a la boca. Es sencillamente indescriptible. El espíritu queda suspendido con ese prodigio musical que, dependiendo de la inspiración del pájaro, puede alcanzar un virtuosismo aflautado que ya reflejara muy bien el músico francés Olivier Messiaen en su Le merle bleu. Es un regalo divino.
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