Martillo y cincel para los futuros alarifes
La Escuela de Arquitectura imparte por vez primera en un siglo una asignatura de cantería entre sus alumnos
Por fin han vuelto a unirse. Arquitectos y canteros, durante siglos separados por la distancia entre el trabajo manual y el intelectual, se han hermanado de nuevo en Madrid. Es la primera vez desde tiempo inmemorial que la ciudad asiste a una unión de esta naturaleza, surgida de la mano de dos arquitectos que han dedicado parte de sus vidas a la enseñanza a los jóvenes madrileños del Arte de Vitrubio y de Serlio, más un escultor y cantero que participa de su entusiasmo. Se trata de Enrique Rabassa, catedrático de Geometría y de Javier G. Mosteiro, de la cátedra de Ideación Gráfica que, entre otros cometidos, ha dirigido la Comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos de Madrid. El escultor es Miguel Sobrino, consagrado asimismo a la docencia. Juntos se han puesto de acuerdo para que los futuros arquitectos puedan adentrarse en los misterios de la materia por la vía del contacto directo con la piedra. Y ello a través del oficio de la cantería, de profunda raigambre en España, donde sus excelsos resultados han poblado iglesias y castillos, casonas y casas durante siglos.
El contacto directo con la piedra dinamiza los conocimientos y cálculos teóricos sobre materiales y volúmenes
El reencuentro entre los orfebres de la piedra y los futuros hacedores del construir se ha realizado durante el último cuatrimestre en un espacio singular: una pequeña ínsula construida en los jardines de Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, apenas a un latido de la casa de Velázquez, en la calle de Paul Guinard, en la Ciudad Universitaria.
Este pabellón de generosas dimensiones y diáfano ambiente interior alberga un mobiliario diseñado especialmente por usuarios y docentes en madera y metal, quince alumnas y alumnos de Arquitectura que eligieron la Cantería como Asignatura de Libre Configuración. A ella le han dedicado la tarde de todos los lunes de los pasados cuatro meses para participar en una iniciativa que se ha tornado, para casi todos ellos, en una aventura: la de reencontrarse con una vieja aliada de los arquitectos, la piedra. En esta caso, de la denominada Novelda, la misma con la cual fueron construidas principales estatuas madrileñas, como las que decoran el Palacio de Comunicaciones, partes de la dedicada a Cibeles o de la fachada y cornisa de la Casa de América.
La piedra ha sido cedida por la empresa Levantina y la revista Menhir ha participado también como patrocinadora de este proyecto, que ha contado con la aquiescencia del Director de la Escuela de Arquitectura de Madrid, Juan Miguel Hernández de León. Sobrino, especialista en cantería, ha sido el instructor de los jóvenes. Entre la quincena de alumnos figuran un estudiante austríaco, Andreas y una alumna mexicana, María José. Con sus compañeros han derrochado entusiasmo en su relación con la piedra, que ha consistido en su desbastado y tallado, a fin de de construir cada uno una dovela o porción tallada de un arco.
"La meta era la construcción de una arcada y cada uno de ellos y de ellas debía responsabilizarse de una dovela", explica Sobrino, que exhibe todo un instrumental para el desbastado, tallado y pulimento de las superficies pétreas. "Menos mal que hemos empleado piedra de Novelda, que es blanda, porque el esfuerzo es intenso", dice un alumno. "Pero no se ha tratado de una actividad meramente manual", puntualizan los profesores. "Su contacto directo con la piedra ha servido de catalizador para dinamizar sus conocimientos teóricos sobre materiales y para permitirles hacerse una idea de que los cálculos y los volúmenes que barajan numéricamente en sus proyectos tienen un basamento real, tangible", dice Mosteiro. Los profesores se muestran orgullosos del rendimiento de los alumnos. "Máxime ahora, en estos tiempos tan virtuales, donde las resulta tan difícil percibir la realidad", destaca Rabassa.
Todos han rematado su trabajo y juntos se preparan para montar el arco por todos creado, que quedará expuesto durante los meses venideros en la azotea de la Escuela de Arquitectura de Madrid, a escasa distancia de uno de los arcos más bellos de la ciudad; precisamente, el que fuera trasladado piedra a piedra desde su primer emplazamiento hasta los jardines meridionales de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid: el pórtico del Hospital de la Latina, joya del arte renacentista castellano. Desde los labrados granitos de sus paños, el pórtico parece sonreír condescendientemente hacia estos futuros arquitectos que han dedicado su afán al arte. Este mismo arte que ha permitido al orgulloso pórtico perpetuarse cinco siglos, desde que fuera edificado por Beatriz Galindo, la Latina, consejera aúlica de Isabel, la Reina Católica.
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