Sin pan y sin palabras
'Sin pan y sin palabras. A favor de la libertad de Cuba'. Editorial Península / Atalaya. El periodista y escritor cubano, nacido en 1943, fue condenado a 20 años de cárcel el pasado abril por la pretensión de ejercer su oficio de informador sin censuras, lo que hoy en Cuba es una "actividad subversiva". Rivero fue condenado junto a otros 73 compatriotas en la última gran operación contra la disidencia interna. El libro incluye la acusación de la fiscalía contra Rivero
Selección de artículos del periodista cubano Raúl Rivero, sacados del libro Sin pan y sin
palabras, que describe con sencillez la vida diaria en la isla.
Dos mujeres al tiro
En Castillejo Sierra, un pequeño pueblo de Cuenca, España, dos hermanas, una del Partido Popular y otra del socialista, acaban de quedar empatadas en las elecciones por la alcaldía. Ángeles y Rosalía Clares, de 33 y 34 años, respectivamente, aparecen sonrientes en la foto que ilustra la nota del diario EL PAÍS, que reseña cómo en la fuente del parque los hijos de las dos mujeres, que desde luego son primos, juegan y se divierten.
'Sin pan y sin palabras. A favor de la libertad de Cuba'
Raúl Rivero
Editorial Península / Atalaya.
Recio escribe y cuenta hoy lo que pasa en la cooperativa donde cumple su condena, y esos apuntes que mañana serán libros van a ser el testimonio legítimo de que el poeta Juan Carlos Recio no es un hombre peligroso para su país
Desde mi punto de vista, las zonas infestadas del periodismo alternativo tienen que ver con algunos pícaros que vieron en esta labor la posibilidad de acelerar las gestiones de sus visas para salir de Cuba
María Eugenia ya tiene mucha competencia porque en toda la barriada de Santos Suárez la gente descubrió lo que se llama en Cuba el 'business de bule'. Y comenzaron a alquilar sus casas
Me gustaría que la resonancia de ese acontecimiento se pudiera debatir libremente en Cuba, y que la nota se reprodujera en uno de los diarios locales y se convocara a una reflexión sobre esas elecciones en una pequeña aldea española, a finales de siglo.
Algunos de mis compatriotas, nacidos después de 1959, formados en el entorno del partido único, se extrañarán seguramente por esa fraternidad, esa transparencia y ese diálogo entre dos personas de la misma familia que sustentan ideas políticas opuestas pero que no son enemigas, no se odian, ni rigen sus relaciones por la torva consigna de "si no estás conmigo estás contra mí".
¿Pensarán algunos de esos hipotéticos compatriotas míos que la señora que milita en el Partido Popular, que está en el poder, le organizará un mitin de repudio a su hermana?
¿Sospechará otro que la del Partido Socialista, en la oposición, tendrá que ir preparando sus maletas, conseguir una visa para Miami y se largará del pueblo con su familia, entre otras cosas porque ni ella ni el esposo conseguirán un trabajo decente y sus hijos quedarán sin futuro porque los estudios superiores sólo son para los que piensan como los del PP?
¿Cómo -se preguntarán otros- esa apátrida de la oposición logró postularse y llegar a una elección sin que la dirección del Partido Popular la aprobara, sin que los Comités de Cuenca dieran el visto bueno y los compañeros de la Seguridad del Estado pusieran el Okey en su expediente? ¿Qué desorden es ese que un periódico de gran circulación publique la foto de la opositora y además sus opiniones y el rumbo que le dará a su gestión política si en definitiva se hace con el Ayuntamiento? (...)
Sí, sería bueno que esas noticias que vienen de España -de donde venimos casi todos- se publiquen aquí, porque aquel país fue escenario de una dramática Guerra Civil, padeció después al Caudillo del Terror por 36 años y al final consiguió una transición ejemplar, amplia, diáfana, para darle libertad y progreso a ese pueblo entrañable.
Que vengan las noticias y sus remisiones democráticas. Para que nunca más en Cuba alguien se admire ante un mínimo ejercicio civilizado ni tenga materia para redactar un comentario, absurdo y amargo, como éste que firmo en La Habana, en el verano de 1999.
Ahora somos muchos
En la década de los sesenta los gay cubanos iban a la cárcel por una figura jurídica, estrafalaria y humillante, afear el ornato público. Es decir, la presencia misma de un homosexual en un lugar era ofensiva para la moralina marxista y dogmática de un gobierno de hombres y hombres valientes, probados en la guerra.
La otra causa que se usaba normalmente para encarcelar a los gay, era el delito de alteración del orden. Cinco o seis locas, contándose sus aventuras en un parque, o simplemente hablando de modas o del clima, era una alteración del orden.
Orlando Díaz era un adolescente en ese tiempo, hoy tiene cuarenta y dos años, y recuerda sus experiencias carcelarias. "Nos reuníamos en el Parque Central y en seguida venía un policía a merodear y a asustarnos. En aquella época fui preso dos veces".
"En las estaciones de policía nos daban un trato violento y se burlaban de nosotros. Trataban de humillarnos. Siempre el único motivo de la detención fue mi condición de gay. Se burlaban, nos maltrataban, pero cuando se quedaban solos tenían otra actitud. Recuerdo que en el combinado varios guardas se enamoraron de mí y me acosaban. Mis romances, paradójicamente, más afectivos han sido precisamente con policías". Orlando, peluquero de profesión, visitó por última vez la cárcel en 1984, bajo la acusación de "andar con extranjeros". Cree que ha mermado el hostigamiento por la afluencia de turistas y la presión internacional. "Ahora somos muchos y hemos logrado un clima más propicio, yo pienso que en ciudad de La Habana el número de homosexuales está por encima de los diez mil y otros tantos que viven encubiertos".
"Ser gay en Cuba es muy frustrante. Primero tienes la oposición de la familia y luego de la sociedad".
Orlando considera que entre los turistas que llegan a Cuba, muchos vienen atraídos por el mito de la sexualidad de los habitantes de este país. "Vienen no a ver los logros de la revolución, sino a buscar el gay activo, pues aquí, a diferencia de Europa, existe una especie rara en extinción: 'el gay macho".
El peluquero está esperanzado en que el espacio de los homosexuales se siga abriendo. "Ya se ha autorizado un desfile de travestis, hasta hace poco fui a uno en el cine/teatro Atlas, aquello estaba lleno de bote en bote. Muchos extranjeros... y ese día me sentí realizado".
"Éste es un régimen machista, pero ha tenido que abrir. De momento celebramos nuestras fiestas en clubes nocturnos que ya existen en muchas zonas y municipios de La Habana. Es un clima apropiado compartido con lesbianas y todo tipo de personas".
"La mayor aspiración de muchos de nosotros es que haya un gobierno cubano que permita que ocupemos cargos importantes en la vida, pues somos tan seres humanos como los heterosexuales".
Tenencia ilegal de alma
Si un poeta se convierte de pronto en un hombre peligroso para las autoridades del país donde nació no hay que mandarlo a la cárcel. Un gobierno sensato cambiaría su Código Penal.
Juan Carlos Recio, un guajiro alto y distraído, hijo de guajiros y nieto de isleños inmigrantes, está preso en el centro de Cuba, guataquea y siembra yuca, y camina por las guardarrayas vigilado.
Pertenece a ese grupo universal de mujeres y hombres que los críticos y especialistas llaman "poetas", y que, en definitiva, no son más que seres humanos comunes y corrientes, que viven con la ilusión de embellecer el mundo.
Creen que con unas cuantas palabras pueden mejorar y hacer más habitable el sitio donde aparecieron en la Tierra y para diseñar esos sueños no usan armas ni acuden a la violencia. Son sólo aventureros de la lingüística, con una porción de coraje verbal.
Pero allí está Juan Carlos Recio, en sus 30 años, condenado a doce meses de trabajo correccional en la causa 3 de 1998 por propaganda enemiga y otros delitos contra la seguridad del Estado.
Por allá, por su Camajuaní queridísimo, tratando de cantarlo y de quedarse en él, sin tener que salir a buscar Remedios. En los mismos campos en que fue niño y libre, en los mismos caminos donde paseó sus bueyes de cristal y persiguió palomas de rabiches, anda ahora perseguido como las palomas y enyugado como las botellas de Ironbeer que él llamaba "Perla fina" y "Mariposa".
Juan Carlos Recio no es un inocente. Es un hombre extraviado que escribe versos todos los días y hace crónicas periodísticas sobre episodios de su comarca, sobre la vida de la gente que habita lo que nosotros llamamos "patria chica" y los mexicanos, con gran sabiduría, llaman "matria".
Escribe. El escribe y cuenta hoy lo que pasa en la cooperativa donde cumple su condena, y esos apuntes que mañana serán libros van a ser el testimonio legítimo de que el poeta Juan Carlos Recio no es un hombre peligroso para su país.
Esas memorias del prisionero harán más claro el mensaje de que el verdadero asunto grave de Cuba no estaba en el objetivo, sino en la orden de lanzar, en el gesto de tensar el arco, en la trayectoria y en la flecha.
Juan Carlos Recio es católico y en Dios encuentra fe y fuerza. Sus amigos pedimos salud y luminosidad para el poeta preso.
Matar la palabra
Con el ataúd del siglo XX, los cubanos estamos enterrando, culpables y amargos, una legión de palabras que perdieron la vida, los contenidos, el vigor en los últimos cuarenta años.
Los esplendorosos y mágicos fonemas que forman el vocablo libertad encabezan el cortejo. Allá va, vacía, hueca y estrujada, la palabra que los grupos de poder han exprimido aquí hasta convertirla en su antónimo.
Allí está descendiendo en el alfiler de la corbata del milenio el vocablo democracia, con todos sus ecos griegos, sucio y gastado, hacia el fondo de la sepultura.
Dígale alguien a un jubilado de Alacranes o a un joven desempleado de Centro Habana la noción exacta de dignidad.
Que se le explique el poderío de resistencia a un ama de casa, madre de tres hijos, sin familia en el extranjero y sin contactos con una empresa mixta.
Los ampulosos profesores de español que dediquen un turno de clase a la palabra cultura, a ver cómo apagan los fantasmas de los artistas censurados, los rehenes, los marginados, los excluidos y los expulsados.
Sí, con el siglo que muere y sepultamos se van esos sonidos y, lo que es peor, perdemos sus verdaderos significados.
Se marcha la palabra prensa en su única y aseada acepción, porque en Cuba lo que se publica es propaganda latosa y desconcertante.
El delicioso murmullo de armonía baja también con el cadáver yerto de la palabra tolerancia y el de la palabra amor, porque es el odio, intacto y áspero, el que, desde el borde, dirige la faena de los sepultureros.
Hasta el gentilicio cubano aparece a estas alturas mutilado si no aplaudes y gritas, con una bandera en la mano, las consignas que diseña el Partido.
En el cortejo van palabras que, para quedarse, necesitan adjetivos, prótesis y andadores. Allá van, exangües y extenuadas, fraternidad, familia, derechos, apertura, evolución, justicia, patriotismo, verdad, fervor, elecciones, parlamento y sociedad.
Es una masacre de nociones, mediante el sacrificio cotidiano de decenas de palabras que caen de los periódicos, las declaraciones y los discursos, como dicen que debe caer la nieve en el trópico. Palabras en plena viudez de mensajes, desoladas, sin rumbo, que se disuelven en la conciencia de la gente y la única reacción que provocan es un poco de ironía y desdén.
Es la labor irresponsable de un comando de exterminio del vocabulario cívico de un país al que la última mitad del siglo que agoniza convirtió en un profesional de las amputaciones.
Hay que confiar a ciertos santuarios de la república y del exilio la pureza de estos términos para entendernos después. Hay que devolverles, en su momento, el valor a esas voces, restaurarlas con precisión, para que en alguna estación del siglo XXI recuperemos por lo menos para todos los cubanos la autenticidad del idioma en el que tendremos que aprender a convivir y a respetarnos.
Taller de prensa
Hace poco, una mañana de enero, el corresponsal independiente cubano Jesús Labrador Arias viajó seis kilómetros en bicicleta, desde Manzanillo hasta una finca rústica, para comprobar la noticia que la noche anterior le había proporcionado una fuente. Alguien robó tres vacas, las sacrificó y descuartizó in situ. Cuando Labrador llegó al lugar lo estaba esperando la policía. Un oficial le dijo: "Sabía que ibas a venir. Estás preso". "¿A mí? Yo sólo vine a verificar la información. ¿Por qué no están buscando a los ladrones?". Es sólo una anécdota, pero puede ilustrar a los lectores desprevenidos acerca del entorno en que realiza su trabajo la prensa cubana que se desempeña fuera de los medios oficiales. Se trata de un proceder primitivo y prejuiciado, porque los agentes del orden no pusieron su interés máximo en los matarifes clandestinos, ni siquiera en las circunstancias que han hecho que ese delito se produzca en Cuba con tanta frecuencia. No. El culpable es el hombre que lo hace público. Si Labrador no hubiera sido arrestado ese día, habría tenido que pedalear de vuelta a la ciudad, conseguir una estación pública de teléfono, marcar el 23 83 82, en La Habana, y pedir que lo llamaran para dar el reporte de las notas garabateadas en una hoja de papel, con lápiz o bolígrafo, porque ese corresponsal todavía no tiene máquina de escribir.
Así, en medio de presiones y prisiones, con máquinas de escribir que han sobrevivido a varios decomisos, se ha ido estableciendo este movimiento que, como todo propósito en el que interviene el hombre, tiene luminosidades y pústulas. Desde mi punto de vista, las zonas infestadas del periodismo alternativo tienen que ver con algunos pícaros que vieron en esta labor la posibilidad de acelerar las gestiones de sus visas para salir de Cuba, y con otros que, con menosprecio de la profesión, se escudaron en unas siglas de agencias periodísticas para difundir agendas políticas.
La defensa es permitida y la decisión de salir de la isla es, desde luego, individual y soberana. Sólo que usar un movimiento que surgió acusado y en penurias, y se mantiene bajo un ataque permanente de las autoridades para resolver su conflicto personal o familiar, me parece un exceso.
La gestión de quienes utilizan un lenguaje politizado con disfraz de periodismo también es perjudicial. El público cubano está saturado de ese discurso, la gente no quiere escuchar consignas, ni fórmulas. Quiere propuestas razonables, información abierta, transparencia, elementos para llegar a conclusiones propias. Eso sólo lo puede propiciar un periodismo profesional y equilibrado.
Por lo demás, el método por el que los comunicadores independientes -que no tenían experiencia profesional- han aprendido las técnicas y las siguen aprendiendo es el mismo que se ha seguido toda la vida en este oficio, desde el añil y la madera: formarse en el trabajo, en el fragor de la información diaria, de las complejidades con las fuentes y con esa interrogante que brota de repente dondequiera que trabaja un grupo de redactores: "Caballeros: ¿cómo se escribe bajareque?".
La faena cotidiana y la lectura. Los que alcanzan la cúspide en esta profesión salían -y salen- de las redacciones, y en sus casas, nocturnos y esquinados, leen a todo el mundo, de todos los tiempos, y disfrutan tanto al saber que el apellido de la Pequeña Lulú es Mota, como que el monólogo interior, del Ulises, es el de la señora Bloom.
La formación de un periodista no es responsabilidad de ninguna institución. Es sólo asunto del individuo que cree tener vocación y talento, y, entonces, asiste a cursos, va al teatro, lee, vive en función de hacerse de una cultura para encarar su trabajo.
Los comunicadores que han vivido mucho tiempo -no he dicho "de los viejos"- y que siguen trabajando en Cuba y fuera de nuestro país, saben que la escuela en que se preparan los periodistas verdaderamente necesita pupitre y calle, roce social y desenvolvimiento, astucia y gramática. En ese ritmo se está desarrollando el periodismo alternativo, desde los avatares cotidianos y las limitaciones tecnológicas. Y así han llegado a la Internet los reportajes, notas, comentarios y noticias que insertan Cubanet y Nueva Prensa, Cuba Free Press y otras páginas independientes. Por cierto, aquella noche, cuando salió del calabozo Jesús Labrador Arias, dio la noticia, confirmada por tres fuentes, sobre las vacas asesinadas en las inmediaciones de Manzanillo.
Dentro del juego
A la 1.45 de la madrugada quedaban tres jugadores. El tipo gordo, blanco, alto, de cadenón de oro, tiró la última carta sobre la mesa, que estaba cubierta con hule barato y un polvo de cenizas y manchas de café. "¡Caballeroj, ejto ej mio!", dijo el tipo y saludó a un graderío invisible quitándose y poniéndose una gorra de los Bravos de Atlanta. Cuando se levantó tenía en los bolsillos 35 dólares y 1.800 pesos cubanos. Como estaba contento le dio a María 300 pesos. Desde que se inició la partida, alrededor de las cinco de la tarde, ella les servía café, refrescos y agua fría. A las nueve de la noche preparó una merienda para seis personas, bocaditos de jamón y queso, malta y dulce casero, café otra vez y cigarros populares, Marlboro y Kent, a precio del Estado.
Éste es el negocio de María Eugenia. Una negra esbelta, 35 años, divorciada de un economista, una hija de ocho años. "Estaba pasando las de Caín", recuerda. "No teníamos ni ropa que ponernos y comíamos lo de la libreta y punto. Ese muchacho que me estaba dando vueltas y que le gusta mucho el juego me dijo: 'Tú tienes una buena casa. Prepara condiciones que yo traigo los puntos'. Así empezamos. María Eugenia gana hoy entre 1.000 y 2.000 pesos a la semana. Su vida cambió totalmente. "La niña y yo tenemos de todo. Comemos mejor que el viceministro que vive en la esquina. Hay riesgos. Siempre hay riesgos. Pero tengo una buena amistad con el jefe del sector. No, no. Sólo una buena amistad. Por lo menos de parte mía. Si él piensa otra cosa es asunto de él. Es un orientalito. Yo lo toco con algo y él dice siempre lo mismo: 'Negra, caray, la caja que yo quiero cuadrar contigo es otra".
Hay competencia. María Eugenia ya tiene mucha competencia porque en toda la barriada de Santos Suárez la gente descubrió lo que se llama en Cuba el business de
bule. Y comenzaron a alquilar sus casas. "Pero la mía es la mejor. Tranquila, buena merienda, muy buen trato, silencio, discreción y seguridad. ¿Más café?".
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