El mapa diferencial catalán
EL POSPUJOLISMO nos retrotrae al prepujolismo: el espacio político catalán se fragmenta y se pluraliza. Desde su primera e inesperada victoria en 1980, Pujol fue acumulando un capital electoral que provocó cierta polarización de la vida política catalana entre nacionalistas y socialistas. Ahora, los votos prestados, provenientes de otros horizontes ideológicos, abandonan a Convergència i Unió para volver a sus lugares naturales. Los más conservadores -convocados esta vez por la voz del orden (Aznar)- regresan al PP. El sector nacionalista independentista se desplaza hacia Esquerra Republicana, siguiendo el camino señalado por el ex secretario general de Convergència Pere Esteve. No es una tendencia nueva. CiU lleva ya muchas elecciones con una caída sistemática de entre uno y dos puntos, una erosión lenta pero constante. Las municipales han confirmado esta tendencia a una cierta dispersión en el reparto de la herencia del pujolismo.
¿Qué consecuencias tendrá en las elecciones autonómicas? En Cataluña, las diferentes eleciones tienen claves muy distintas, es muy arriesgado extrapolar conclusiones de una a otra. Hay interpretaciones osadas que llegan a decir que la incógnita ya no es si el presidente será Mas o Maragall, sino si será Carod o Maragall, sugiriendo que la única formula que permitiría a Convergència i Unió seguir en el poder sería pagar a Esquerra una alianza al precio de oro de la presidencia de la Generalitat. Otros, al contrario, piensan que estas municipales han tenido algo de primera vuelta de elecciones francesas, en que los electores se divierten dejando rienda suelta a sus malhumores y afectos más que a sus razones. Lo cual podría inducir la idea de que en las autonómicas volverá la concentración de voto hacia los dos partidos principales.
Contra este segundo argumento hay los datos del crecimiento de Esquerra Republicana, muy homogéneos en todo el territorio, con penetración significativa incluso en los municipios de la periferia de Barcelona, donde predomina la población de las inmigraciones de los años sesenta. Esquerra ha sido refugio de mucho voto: del malestar con el socialismo de diseño, de voto joven antiguerra y de voto nacionalista decepcionado por los pactos de CiU con el PP. Nada indica que su progresión sea coyuntural.
El dato más aparatoso es la caída del voto socialista. Aunque el PSC vuelve a ganar (nueve puntos de ventaja sobre CiU) e incluso amplía su poder municipal, los socialistas reciben un castigo significativo, especialmente vistoso en Barcelona, donde pierden una cuarta parte de los concejales. El caso barcelonés es interesante por la velocidad con que se ha deteriorado un modelo de político que hace unos pocos años parecía que arrollaría a los políticos de corte clásico. Clos responde al tipo de gobernante más acá de la ideología, de atributos poco precisos y aséptica imagen tecnocrática, que parecía destinado a abarcar espectros electorales muy amplios en tiempos poco dados a las grandes ideas y a las pasiones políticas. La inflexión habida en el último año, en que la gente ha transmitido un montón de señales pidiendo a los políticos mayor proximidad, mayor intensidad, mayor convicción y mayor sensibilidad, ha hecho que, sin tiempo para darse cuenta, el periodo triunfal de este modelo haya sido breve. Estas elecciones son una invitación al reciclaje. Y no hay que olvidar que el estilo Clos no es muy distinto del estilo Mas. Tampoco debe olvidar Maragall lo que pueda tener el voto de castigo a Clos de fatiga de la Barcelona poster universal, de cansancio de los iconos que en su día trabaron el consenso barcelonés con el proyecto socialista.
Cataluña mantiene y agranda un hecho diferencial: su mapa político es más plural que el del resto de España. Un ciudadano de centro-izquierda, que en España sólo puede votar al PSOE, en Cataluña tiene por lo menos cuatro opciones: Convergència, PSC, Esquerra e Iniciativa. Un ciudadano de centro-derecha, que en España está obligado a votar al PP, tiene por lo menos dos opciones, PP y CiU. Y creo que esta variedad favorece una política menos agresiva y más convivencial que el bipartidismo. Da la sensación de que en Cataluña gusta esta pluralidad y se conservará.
Una Esquerra Republicana crecida y muy regularmente implantada se convierte en el objeto de deseo de los dos grandes partidos. Y sabe muy bien que tiene cuatro meses por delante para dejarse querer. Todo hace pensar que será Esquerra la que decida el próximo inquilino del Palau de la Generalitat. Salvo que los dos principales tengan un ataque de pánico y opten por la salvación mutua.
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