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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El lector crítico

Estas crónicas recientes de Jorge Edwards, aparecidas entre 1995 y 2002, se ocupan de lo divino y de lo humano, pero salta a la vista que ventilan con mayor placer lo humano. Parece que así es, también en su narrativa, desde El peso de la noche (1965) hasta El sueño de la historia (2001), su última y poderosa incursión en el género de la novela, pues el autor chileno no se ha cansado de contribuir al subgénero de la lectura crítica de su Chile natal, que se enriquece ahora con piezas como la titulada El tiempo recobrado, acerca del filme de Raúl Ruiz, en la que Edwards arremete contra la sensibilidad de la prensa de su país y no escamotea frases envenenadas como "somos el país de la ignorancia arrogante, donde la gente de la pseudo cultura desdeña todo aquello que ignora". Su denuncia del modo en que la oligarquía chilena ha despreciado desde tiempos remotos la novela y la condición de novelista se encuentra en Casas y caserones, un artículo -con rifirrafe incluido con Luis Sepúlveda- en el que se nos recuerda que un novelista es en Chile persona non grata o un tipo marginal ("Joaquín Edwards fue visto toda la vida como un extravagante y un inútil, un señor que pasaba comiéndose un plátano por la calle Ahumada"). Su plumilla enojada, en fin, también desgarra el papel en Sobre caligramas y otros asuntos, una pieza en la que, a propósito del gran Vicente Huidobro, se queja de que la difusión de los mejores artistas chilenos "se hace casi siempre desde fuera, con mirada ajena".

DIÁLOGOS EN UN TEJADO. CRÓNICAS Y SEMBLANZAS

Jorge Edwards

Tusquets. Barcelona, 2003

333 páginas. 17 euros

En otras ocasiones, sin embargo, su pluma avanza en volandas sobre la cuartilla, llevada por el incontenible entusiasmo del lector vocacional que, a diferencia del espectador de cine, nos dice en La lengua sin subtítulos, no se conforma con sentarse y escuchar porque "no es un sujeto pasivo, un ente, una especie de ameba. El buen lector interviene en el texto, le busca el sentido, prefiere muchas veces las obras que no entregan todo su sentido en una primera lectura". Edwards invita entonces, en Desde el País de las Ovejas, a la relectura del satírico y polisémico diácono Jonathan Swift, cuyas ambigüedades ve reflejadas en Joyce, defiende con fervor la literatura olvidada de Machado de Assís en Cabezas de rumiante, redacta un enésimo homenaje a Neruda en La belleza perfecta, delatándolo como fanático lector de Simenon y de novela negra, entona, en la crónica titulada Inglaterra, un canto nostálgico y laudatorio de la pérfida Albión, a cuento de Pinochet y convocando a Nabokov, y se ocupa de Borges, Baudelaire, Stendhal, la correspondencia literaria o Donoso en piezas en las que no disimula su condición de lector "que tiene que dormir rodeado de libros en previsión del insomnio", y que, efectivamente, es capaz de conducirnos hasta sus textos favoritos, con taimada fluidez, como un nuevo flautista de Hamelin. Contribuyen asimismo al volumen piezas combativas que condenan la excesiva pero mediocre oferta cultural, en El exceso, que ponen el dedo en la llaga del caso

Pinochet, o que comentan episodios como el del 11-S o la revolución de Lula en Brasil.

Edwards, que acostumbra a convertir en ficción el fruto de la memoria, no está lejos de lo que sus admirados franceses llaman un grand esprit, y buena prueba de ello es la galería de personajes reunidos en el índice onomástico que el lector agradece a los editores del volumen, a los que del mismo modo, y dicho sea de paso, les reprocha que no hayan querido revelar la procedencia de estas crónicas y artículos, ni indiquen a quién se le debe su selección y bajo qué criterios se ha llevado a cabo, ni tampoco hayan hecho preceder la antología de unos preliminares que justifiquen o enmarquen la feliz empresa, de modo que estos artículos de prensa aparecen a un tiempo reunidos y abandonados a una desangelada orfandad.

A vueltas con casi todo, y moviéndose como un equilibrista entre lo provinciano y lo universal, que de su mano llegan a parecer sinónimos, estos Diálogos en un tejado retratan un nuevo vir doctus et

facetus, un hombre que consigue que nos resulte familiar un barrio de París o un libro olvidado como la Colección de arena de Calvino, y que por encima de todo implica a sus lectores en los temas de que trata, ganándoselos con esas amenidades elegantes con las que en otros tiempos se cultivaba la polémica o la tertulia ante tazones humeantes de buen café.

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