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NOTICIAS Y RODAJES

El gran zorro del cine de la posguerra

Se cumplen 100 años del nacimiento del célebre productor gallego Cesáreo González

Su inteligencia era verbal y repentizaba palabras para discurrir. Como pertenecía a la clase de personajes a los que gusta -más que nada- aparecer en público, era un torrente de noticias. Por eso se movía en el cine como pez en el agua. En un periodismo ayuno de ellas, los periodistas se arremolinaban ante la torrentera. No consta ningún desmentido. Cesáreo González, el célebre productor de la posguerra, del que ayer se cumplieron 100 años de su nacimiento, era un genio de la publicidad, vivía del rumor. Rocoso, pelo ondulado, sonrisa a lo Burt Lancaster, Cesáreo, que falleció en Madrid en 1968, pasó por ser el primer amante de sus estrellas principales. Las más deseadas mujeres de la constelación española y latinoamericana de tres décadas.

El seductor nunca se limitó a ser un empresario cinematográfico. Ceñirlo es la mejor manera de malentenderlo. Hijo de un afilador de Nogueira de Ramuín, radicado en Vigo, con excelente gallego y el portugués propio de los de este oficio itinerante, hablaba un castellano de Galicia muy expresivo pero característico. Dados sus orígenes, tan modestos, fue un productor atípico. Pasó de la nada al todo de la filmografía española en pocos años, precisamente porque dominaba todos los resortes burocráticos de aquella España del general Franco. La que él mismo había ayudado a construir. En ese papel, cuando operaba como auténtico sujeto histórico, Cesáreo se convertía en González. Un muro de silencio. Así, por la doble facilidad para protagonizar la cáscara y callar la esencia, fue máximo exponente de la alta función que los polimilis (y el propio Franco) concedieron a la censura y el espectáculo en la fase más dura del franquismo.

La ausencia de vicio -dijo Machado- no significa virtud; pero los vicios dan la carnadura de los personajes. De principio a fin, Cesáreo fue un ludópata irrecuperable. Trabajaba 16 horas diarias. El tapete verde, el cóctel en Chicote, la vida social, formaba parte de su tarea (hasta las tres de la madrugada). Jugando, imaginaba estrategias y ensayaba apuestas a todo o nada. Por la deuda de una apuesta, entró en la producción cinematográfica. Veía su empresa -Suevia Films- como una especie de club de fútbol, donde él era estrella, entrenador y presidente, en una pieza.

Desconfiado del parlamentarismo, enemigo de la lucha de clases, al retornar a España en las mismas horas en que se proclamaba la República, acabó luciendo la camisa azul mahón de Falange. Ni siquiera el hecho de haber sido el mejor vendedor español de Citroën (un lince para el comercio, con enormes condiciones para las relaciones públicas) fue tan determinante para su futuro como el acceso a la presidencia del Celta y de la Federación Gallega de Fútbol.

Los espectáculos de Franco

Camisa vieja de Falange en la hora de la sublevación triunfante, el nacionalsindicalista brilla con luz propia en la Guerra Civil como gestor único del fútbol gallego. La curiosa cuestión lo convirtió en interlocutor con mucho peso en el perfil de una política de espectáculos aún por definir. La apuesta por el profesionalismo y el cine de empresa se produce en aquel entonces. Pieza ineludible del Taller de Espectáculos del Pardo, el generalísimo asumió los dos argumentos. En la política cinematográfica, por ejemplo, a pesar de la escandalosa campaña de los cruzados de la Iglesia católica (ganadora de la guerra) contra los cines, Franco quiso que en los años del hambre y los pies descalzos, España fuera (con EE UU) campeona del mundo en oferta de localidades cinematográficas. Un mercado excepcional que ambicionaron de inmediato todas las cinematografías del planeta.

Con un cine sabiamente vertido al castellano, Hollywood estaba condenado a ser (por vía de los negocios) el primer grupo de presión norteamericano a favor de la España de Franco. En plena guerra mundial, operando a través de los embajadores de las potencias neutrales (España, Portugal, Argentina, Irlanda...), González elaboró para el Taller del Pardo un plan dotado de criterio y agresividad sorprendente, fuera cual fuera el vencedor. Cuando pintaron bastos, se puso en práctica en dos lugares estratégicos: México y Estados Unidos. Para ejecutarlo, neutralizando de paso la propaganda antifranquista, Cesáreo volverá a sus Américas, una y otra vez. Como líder incomparable en travesías trasatlánticas (¡70!), además de crear un original star-system en español, se paseó con él hasta convertirse en la estrella más atípica del No-Do. Fue, desde entonces, el empresario-espectáculo de la época. Con una capacidad de distribución cinematográfica que jamás había soñado el cine español.

José Antonio Durán es historiador. Tiene en fase de edición el libro Con Cesáreo González, el empresario espectáculo (www.tallerediciones.com).

María Félix y Lola Flores, sus estrellas

La analogía cine-fútbol-varietés fue su apuesta definitiva a todo o nada. Dentro y fuera de España. El profesionalismo, la clave. No sólo en el fútbol. Las coproducciones y la aclimatación al cine de Suevia Films de estrellas indiscutibles, creadas por otras productoras y en otras cinematografías (con personalidad propia, recorrido publicitario internacional y enorme presencia en los medios de comunicación), fichadas -como en el fútbol- a golpe de talonario, lo convirtió en socio privilegiado de las distribuidoras locales de espectáculos más importantes del mundo. María Félix fue la primera en llegar; pero Lola Flores será durante muchos años la estrella exclusiva por excelencia. Como Cesáreo, Lola -además de españolear- jamás limitó su actividad al cine. Así pues, el retorno del gachupín a México, con la flameante bandera de la ciudad natal por divisa, sólo es una metáfora de la marimorena que sus espectáculos armaron, primero en América, después en Europa. Sobre todo entre emigrantes ¡y exiliados españoles!, justo aquellos a los que iban directamente destinados los espectáculos. En unos años en los que, como consecuencia de los intensos movimientos migratorios, toda España era emigrante.

Ciento cuarenta y siete películas de coproducción o producción propia (en su mayoría deleznables, admirables a veces) en un cuarto de siglo, no fue tontería. Si se le añade su paquete (fundamentalmente norteamericano, argentino, mexicano, y hasta soviético o checoslovaco) en distribución, Suevia Films parece un milagro. Pero ese Cesáreo milagrero del final no se puede entender sin el precedente. Manuel Fraga Iribarne calificó de "misión de audaces" la que el gran Cesáreo logró establecer en los años cuarenta. Después, al rolar hacia Europa el destino migratorio, su cine popular, tenuemente patriótico y sentimental, nunca claustrofóbico, se fue convirtiendo en una especie de tarjeta postal en continuo movimiento, para disfrute del emigrado y reclamo del turista. Por excepción, incluso fue sorpresa de cinéfilos. Como tantos protagonistas del franquismo, sin embargo, nunca pudo hacer la película de su vida. Figura memorable de la historia social del siglo XX, Cesáreo González es una de las mejores claves que conocemos para entender los bastidores de su tiempo.

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