El recelo hacia los mundos virtuales
CORREN TIEMPOS DIFÍCILES para la rebelión. Los últimos humanos, conscientes de la pesadilla virtual de Matrix, viven hacinados en Sión, último bastión de la libertad. Sólo un puñado de héroes, embutidos en naves huidizas, osa desafiar a las máquinas. Algunos, como Morfeo, capitán de la nave Nebuchadnezzar, ven en Neo al estandarte de la nueva humanidad, el elegido que derrotará a Matrix y liderará a los humanos hacia la libertad. Pero no todos tienen fe en esa profecía...
El cine y la literatura de ciencia ficción recurren con frecuencia al enfrentamiento entre individuos de naturaleza orgánica (los humanos) y seres mecánicos. Del paranoico HAL 9000, de 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), a Matrix Reloaded (2003), última entrega de la trilogía firmada por Andy y Larry Wachovski (por no mencionar la largamente esperada Terminator 3. La rebelión de las máquinas, de inminente estreno), los espectadores han asistido a una verdadera cruzada contra la humanidad. Pero, ¿qué les hemos hecho a las máquinas? Al margen de aporrear algún teclado los humanos no acostumbramos a recurrir a ninguna sofisticada forma de tortura como las que, de forma consciente o inconsciente, sometemos a la naturaleza, a otras especies animales o, incluso, a seres humanos.
¿Sufren las máquinas? Algunas vanguardias del siglo XX, como el futurismo de Filippo Marinetti y sus seguidores, así lo sostienen. Y no sólo eso, ¡les preocupa!: "El sufrimiento del ser humano no nos resulta más interesante que el sufrimiento de una lámpara en un cortocircuito", manifiesto futurista que debe estar prohibidísimo entre los humanos que luchan contra la tiranía de Matrix.
Aunque a nadie le sorprende ya que el más modesto de los coches venza al plusmarquista mundial de los cien metros lisos, hechos como la derrota sufrida por el ajedrecista Kasparov a manos de Deep Blue, una máquina, han generado gran revuelo. Se trata de un renacimiento del recelo hacia la pérdida de control, del miedo generado ante la posibilidad que la humanidad, cual Dr. Frankenstein, engendre una estirpe de máquinas capaces de alzarse contra sus creadores.
Mucho antes de la génesis de los primeros ordenadores y motivada por una desaforada industrialización, esta visión catastrofista dio lugar a verdaderas perlas literarias. Y para muestra, un botón: en el mundo descrito en la singular distopía Erewhon, un mundo sin máquinas (1872), de Samuel Butler, verdadero alegato antimaquinista, la sóla posesión de un reloj de cuerda (o de cualquier forma de tecnología) constituye el mayor de los delitos.
Y es en este clima de aversión por las máquinas donde se inscribe la última entrega de la saga Matrix, Matrix Reloaded (2003). Un filme que poco aporta a la compleja y entretenida trama del Matrix original y que, al margen de ese pecado capital en forma de clímax inconcluso, sin la más mínima concesión al espectador que es despedido de la sala con un anodino "continuará", se perfila como mero impasse entre la primera y tercera entrega de la serie, The Matrix: Revolutions.
Pocas novedades en cuanto a argumento y pocos interrogantes resueltos, eso sí, en un magnífico envoltorio jalonado por espectaculares imágenes, como la vertiginosa persecución entre Morfeo, Trinity y los agentes de Matrix por una concurrida autopista, o la adrenalítica batalla de tintes orientales entre Neo y las casi cien réplicas del agente Smith. Sin embargo, Matrix Reloaded nos deja con un ligero regusto agridulce: en ese submundo ultratecnificado que combate temerariamente a Matrix, sólo la ciencia parece poder plantar cara al enemigo de la humanidad. Sin embargo, Morfeo y sus seguidores parecen apostar más por Oráculos y profecías. El recurso parece inspirado en el ataque a la todopoderosa Estrella de la Muerte, en la lucasiana saga de La Guerra de las Galaxias (1977): disponiendo de mapas de la estación y dispositivos de guía para los torpedos, Skywalker deja a un lado la tecnología y confía ciegamente en la fuerza. Sin duda, se trata de un reflejo de esta extraña sociedad que nos ha tocado en suerte: ecnificada como nunca y, a la vez, con excesivo recelo hacia la ciencia y la técnica.
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