¿Ha perdido la abstención?
El domingo por la noche hubo dos grandes puntos de acuerdo entre todos los líderes políticos catalanes: "Hemos ganado", "celebro que haya habido más participación". Si nos centramos en la segunda de las afirmaciones (la primera nos podría llevar demasiado lejos), lo cierto es que en Cataluña hubo un aumento significativo de votantes. Más de cinco puntos positivos de diferencia (o 200.000 nuevos votantes) en relación con las elecciones locales de 1999. El ascenso es especialmente significativo en las comarcas de Barcelona y en la capital catalana, aunque también es cierto que en 1999 fueron precisamente los municipios barceloneses los más abstencionistas de Cataluña. Para la historia electoral nos quedamos también con los más de 60.000 ciudadanos que decidieron votar en blanco (1,7%) o votar nulo (0,6%).
Da la impresión de que iniciamos un ciclo relativamente alcista en participación, fruto de los bajos niveles de años anteriores y asimismo de una cierta repolitización del escenario electoral, con repuntes en los partidos más definidos ideológicamente.
¿De dónde vienen los nuevos votantes? Sin disponer de análisis más finos del tema, diríamos que los nuevos votantes proceden de ese gran número de jóvenes que han alcanzado en estos tres últimos años (la última elección se celebró en 2000) la mayoría suficiente para votar y de distintos sectores que en anteriores elecciones no tenían incentivos suficientes para acudir a las urnas. El voto joven, tradicionalmente con fuertes porcentajes de abstención, ha podido tener en esta ocasión más alicientes para votar, por el mayor sesgo ideológico de campañas políticas como las de ICV o ERC, pero también por la mayor politización vivida en sus habituales ámbitos de socialización a raíz de los acontecimientos de los últimos meses. Por otro lado, otros votantes veteranos pueden haber sentido una mayor presión movilizadora al haberse puesto en juego en los últimos tiempos elementos de debate que trascendían aquellos aspectos más vinculados a la gestión y al municipalismo de detalle, y que reclamaban la atención sobre temas como inmigración, seguridad, guerra o sostenibilidad, que conectan con elementos más vinculados al futuro y a la concepción del mundo.
¿Quién se ha beneficiado de ello? Siguiendo con las hipótesis no confirmadas, empezaríamos por decir que todos los partidos se han beneficiado de ese aumento, aunque en proporciones variables. En la mayoría de los casos, el aumento de participación ha perjudicado a los que estaban en el gobierno de la ciudad. Y más cuantos más años llevasen en él. Es difícil animarse a votar para seguir apoyando a un partido y a un personaje que lleva tiempo en el poder y que todo hace suponer que seguirá. Esa misma posición central de los gobernantes les conduce habitualmente a diluir sus mensajes para que lleguen a los ciudadanos sin dejar demasiados flancos a una oposición que busca resquicios en los que meter su mensaje singularizado. En cambio, partidos renovados en mensaje y en liderazgo, como ICV y ERC, han logrado movilizar más a sus simpatizantes, ofreciendo perspectivas y visiones más nítidas, menos agárralo todo, aprovechando una mayor ansia de pluralidad después de decenios de continuidad. En el caso del PP, la cosa es distinta. La sensación de arrinconamiento ha movilizado a todos los activos, y por otra parte las grandes coordenadas del terrorismo y la inmigración, y la apuesta del miedo como estrategia integradora de todo ello, sigue dando frutos e incluso cede espacios a su derecha, como en Vic y Cervera. ¿Cómo afectará todo ello en las autonómicas? Probablemente seguirá la corriente alcista e ideológica, pero la gran cantidad de variables locales nos permite afinar poco en esa prospectiva. Pero, por ahora, lo cierto es que la abstención sigue ganando.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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