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Reportaje:

Un pueblo a una fábrica pegado

Sant Bartomeu del Grau vive el síndrome del 'vacío' y el temor a que el cierre de Puigneró provoque la desertización económica

Como una barrena, la sirena irrumpe, a las dos de la tarde, en una calurosa e inanimada jornada quebrantada minutos antes por un hormigueo de gentes acudiendo a las puertas de la fábrica. Es el cambio de turno. Instantes después, los primeros trabajadores del relevo matinal abandonan las instalaciones con un semblante serio y el ánimo por los suelos. Son los mismos que, tremenda paradoja, el día anterior instaron el cierre definitivo de Hilados y Tejidos Puigneró, SA, la que fue mayor empresa textil de España, en el mismo lugar donde la vio nacer 47 años atrás, Sant Bartomeu del Grau (Osona).

"¿Cómo quieres que esté?", refunfuña un obrero de 42 años a la retórica e impertinente pregunta de los periodistas. "Pues mal, estamos muy desanimados". Llevaba 17 años en la fábrica. Mientras culmina el relevo, Manoli se alivia desde la ventana de la portería: "Ahora ya sabemos que cuanto antes acabe todo, mejor. Esto era como un muerto viviente". Unos metros más arriba, Trinidad, una jienense de 41 años, espera a su marido: "Nos han engañado, han ido apurando, apurando, hasta que la gente no ha podido más".

El panorama es grisáceo: de los 237 parados de Prats, sólo 25 se han recolocado
Los 495 empleados han acordado seguir trabajando pese a llevar desde marzo sin cobrar
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'S'ha acabat la feina'

Los 495 empleados de Puigneró -150 de los cuales de Sant Bartomeu- han acordado seguir trabajando, pese a que llevan desde marzo sin cobrar, hasta que la empresa pueda cumplir con los pedidos pendientes.

El día siguiente, la vida sigue con la rutina de siempre. Alfredo, de 47 años, acude a La Taverna, acompañado de su esposa, Asunción, a tomarse su café con leche, como todas las mañanas. Este matrimonio vive de la pensión de 600 euros al mes que percibe Asunción por larga enfermedad, tras trabajar 13 años en Puigneró. "Al menos a nosotros nos ha pillado bien", se consuela Alfredo, "porque hay hogares en que trabajan hasta tres y cuatro personas y, además, están entrampados con créditos o hipotecas".

Gràcia, en cambio, sí reconoce haber estado con el agua hasta el cuello. "Me tuve que buscar la vida porque estoy divorciada y tengo una hipoteca. El sueldo de Puigneró [donde trabaja desde hace 12 años] me daba para comer y pagar la letra, no te creas que podía darme el lujo de ir al cine o salir a cenar". Encontró un segundo trabajo que ahora va a ser su salvación. Le han asegurado un puesto fijo.

La iniciativa de Gràcia es un caso aislado. El próximo miércoles, los sindicatos analizarán con los trabajadores la viabilidad de una nueva sociedad anónima laboral que herede los restos de la textil. Las centrales quieren que sea el director general de Puigneró, Pere Puntí, quien asuma el mando. "No nos podemos sentir orgullosos, pero hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance", comenta abatido.

Algunos trabajadores se agarran a esta brizna de aire como última posibilidad. Como Xavier, que lleva 25 años metido entre telares: "Estoy angustiado, pero todavía tengo esperanza". Todo lo contrario que Alfredo y Manoli. El primero está hasta la coronilla: "Ya hemos trabajado bastante gratis. Ahora que el Inem nos busque trabajo o que nos pague el paro". Manoli no sabe aún qué piensa hacer, pero tiene claro que no está "dispuesta a invertir en esto".

Puigneró es una más en la larga lista de cabeceras textiles extinguidas por la obsolescencia tecnológica y las importaciones de choque que llegan del sureste asiático. Su ocaso, similar a los de Serra Feliu, Coma Cros o Gosipyum, tiene además un añadido letal para el Lluçanès: Puigneró es la quintaesencia del monocultivo industrial.

En Sant Bartomeu, casi todos temían este final, pero pocos han intentado buscar trabajo en otra parte. "La primera burra he sido yo", se lamenta la portera. Pero no es fácil cuando lo único que se ha hecho en la vida es ser un obrero textil en pleno núcleo rural", como recuerda Josep Maria Freixenet, director de La Monjoia, la escuela del pueblo.

En la plaza de Griera, en el centro de Sant Bartomeu, siete vecinos de origen magrebí charlan en un banco protegidos por la sombra de un abeto y cuatro moreras. El mayor de ellos, de 49 años, se pregunta: "De qué vamos a vivir ahora?". Tiene que alimentar seis bocas además de la suya: las de su mujer y sus cinco hijos, el más pequeño a punto de cumplir un año. Y como él, otros tantos.

En Sant Bartomeu del Grau residen 32 familias provenientes del norte de África, arribadas en los últimos años con la promesa de trabajar en la fábrica. Alcanzan casi el 20% de una población que ronda los 1.200 habitantes, lo que añade más leña al fuego.

Durante la siesta, por la calle no corre ni un alma. Lo único que perturba la sepulcral calma es el estruendo del proceso de tinte de la fábrica, cuyas paredes configuran el carrer Vell, la principal arteria de Sant Bartomeu, un pueblo a una fábrica pegado. Montserrat Benito, la alcaldesa de la última legislatura -no repite-, ha visto nacer y morir la empresa. Pero todavía se muestra rabiosamente incrédula por las "atrocidades" cometidas por Josep Puigneró, fundador de un imperio que en los últimos años se ha venido abajo.

Sin embargo, la sombra de Pepito, como llaman a Josep Puigneró por el Lluçanès, es aún alargada. Pocos hablan mal de él en público. "Me ha dado de comer, gracias a él me he ganado la vida", dice Alfredo.

Lo cierto es que Puigneró, a quien el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, presentó como empresario modelo y que el mismo secretario general de UGT de Cataluña, Josep Maria Álvarez, defendió como un ejemplo de creador de empleo, ha hecho el pueblo a su medida. Alcalde tras las elecciones de 1979, Pepito se convirtió en el auténtico cacique de Sant Bartomeu. Montserrat Benito cuenta que en 1980 Puigneró "dinamitó" una pequeña colina al este de Sant Bartomeu para ampliar la fábrica. Con el derrumbe, se llevó por los aires los antiguos depósitos de agua, situación que subsanó firmando un contrato para que su empresa se encargara de suministrar agua al pueblo aprovechando los mismos depósitos que abastecen a la fábrica con un sistema de bombeo a base de energía eléctrica. Sin luz no hay fábrica y sin fábrica no hay agua, si no lo remedia la Generalitat, que se ha comprometido a trasladar agua del Ter.

Otro tanto pasa con las viviendas, construidas por Puigneró para cobijar a sus trabajadores y ahora afectadas por el embargo de bienes de la empresa, o con los delitos ecológicos, por los que cumplió condena. "¿Dónde está el dineral que ha recibido Puigneró de la Generalitat?", pregunta la alcaldesa saliente, que se presentó hace cuatro años como independiente bajo las siglas de CiU y que se queja por el nulo apoyo de un Ejecutivo que en los últimos 10 años ha desembolsado al menos 21,6 millones de euros en Puigneró.

Sant Bartomeu, escenario de una de las mejores panorámicas de la Plana de Vic, tiene ante sí un horizonte con tonos grisáceos. De los 237 trabajadores que se fueron al paro por el cierre de la fábrica de Prats de Lluçanès a finales de 2002, sólo 25 han logrado recolocarse. El futuro no parece boyante en Sant Bartomeu.

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