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Crítica:LOS LIBROS DE LA FERIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fragmento y enigma de Marías

Cuidadoso constructor de su propio mito, Javier Marías se ha resuelto por fin a reeditar su libro más secreto: El monarca del tiempo. Veinticinco años hace que Alfaguara publicó la primera y hasta ahora única edición de este libro, en 1978. Entretanto, el propio Marías lo ha "saqueado" en dos ocasiones. Primero, para incluir dos de las piezas que lo componen -'El espejo del mártir' y 'Portento, maldición'- en el volumen de relatos Mientras ellas duermen, de 1990. Y luego para incluir el ensayo central del libro, 'Fragmento y enigma y espantoso azar' en Literatura y fantasma, de 1993. Estos expolios parecen desacreditar la pretensión sostenida en su día por el propio autor, y abonada luego por las reseñas bibliográficas, de que El monarca del tiempo sea una novela. No lo parece, al menos en un sentido convencional, que a los efectos es el único que cuenta. Y tan estéril resulta perder el tiempo razonando esta negativa como proponiendo para el libro una condición transgenérica o cualquiera de las zarandajas con que suele apostillarse la etiqueta tan socorrida de "inclasificable". Al lector ha de bastarle, para su buen gobierno, que el libro está constituido por cinco piezas en total: un ensayo (en el sentido más inequívoco del término) y cuatro relatos, dos de los cuales -'Contumelias' y 'La llama tutelar'- emplean en distinto grado formas dramáticas, hasta el punto de que 'La llama tutelar' pudiera ser considerada, con cierto extremo de arrogancia, "pieza teatral".

EL MONARCA DEL TIEMPO

Javier Marías

Reino de Redonda

Barcelona, 2003

208 páginas. 17,50 euros

Como escribe Elide Pittarello en el prólogo que acompaña esta nueva edición del libro, "saber lo que vino después cambia el valor de El monarca del tiempo". Y es en relación al sentido de este cambio como importa leerlo ahora, preguntándose por las razones de que Marías lo haya sometido a una cuarentena de un cuarto de siglo.

El monarca del tiempo fue presentada en su momento como la tercera novela de su autor, después de Los dominios del lobo, de 1971, y Travesía del horizonte, de 1973. Javier Marías no opuso demasiados inconvenientes a la reedición de estas dos novelas primerizas, que, si bien predecesoras de su propia identidad como escritor, en cierto modo se escabullen de ella, situándose -como ya se ha tenido oportunidad de señalar en otra ocasión- en unas silvestres afueras de sí mismo. No ocurre otro tanto con El monarca del tiempo, donde por primera vez se insinúa con sus contornos todavía imprecisos pero a ratos ya reconocible el rostro hoy inconfundible de su autor. El pudor y las reticencias que Marías ha tenido en reeditar este libro, al menos tal como era originalmente, tiene que ver sin duda con este hecho. Ocurre como con esas fotografías que muestran un parecido sólo incipiente con el rostro finalmente aceptado de uno mismo, que aparece en ellas como desfigurado, cuando en realidad está simplemente prefigurado. De un modo netamente distinto de como puede decirse de Los dominios del lobo o de Travesía del horizonte, en El monarca del tiempo Javier Marías empieza a ser Javier Marías, su rostro ayer.

Cinco años transcurren en

tre Travesía del horizonte y El monarca del tiempo. Son muchos años, al menos en términos de edad, si se considera que su autor tenía apenas veintiún años cuando publicó el primero. ¿Qué ocurrió en ese tiempo? Muchas cosas, sin duda, pero una principal en lo literario y seguramente más allá: Juan Benet. No se trata aquí de rastrear influencias ni semejanzas, sino de algo mucho más amplio y decisivo: la orientación general de un potencial literario todavía en ciernes bajo el signo de la búsqueda y de la exigencia que Juan Benet se impuso a sí mismo y planteó como ineludible para la narrativa española. No son cuestiones particulares de estilo ni de temática las que intervienen aquí, sino de ambición y de estrategia. Es conforme a ello como Marías asimila y ordena sus abundantes lecturas, sus intereses y sus objetivos, ofreciendo en El monarca del tiempo, y todavía en El siglo (1983) y aun después, en El hombre sentimental (1986), el recorrido a través del cual su vocación literaria se encauzó en dirección al hallazgo de un territorio y de una voz propios.

Durante los años setenta y primeros ochenta, la narrativa española, cuyos horizontes se abrían entonces en todas direcciones, conoció un formidable incremento de ambición, de experimentación y de riesgo que habría de disolverse en muy poco tiempo, dejando en el camino vestigios que hoy resultan insólitos. El monarca del tiempo es uno de ellos. Transcurrido un cuarto de siglo, cuesta hacerse una idea del caldo literario en que pudo emerger un libro así, escrito por quien apenas contaba entonces veintiséis años. En el relato titulado 'El espejo del mártir', su narrador, un coronel que adoctrina a un subordinado sobre la esencia del ejército, parece dudar en un momento dado si "el giro que había tomado su alocución era infatuado y pomposo o por el contrario sublime y avasallador". Resulta tentador trasladar esta duda al estilo mismo, lleno de ademanes retóricos (la mayor parte deliberados), en que discurren las distintas piezas de El monarca del tiempo. El propio autor es el primero, en cualquier caso, en emplear la ironía consigo mismo así como con los graves asuntos de que se ocupa. Pero esa ironía tiene un rango mucho más alto que el de la que se suele emplear para tachar de innecesariamente opacos, complicados o enrevesados empeños como el que sostiene este libro, insatisfactorio en su conjunto, a veces sobrescrito (y por ello opaco, complicado o enrevesado sin necesidad), pero lleno de pasajes estupendos y de premonitorios latidos.

Mención aparte merece la

pieza central del libro, y sin duda la más bella y poderosa: el ensayo titulado 'Fragmento y enigma y espantoso azar'. Cada vez se hace más notoria la relevancia de este texto en el paisaje común a toda la obra de Marías. Apoyándose en la lectura de Julio César, de Shakespeare, y a modo de excurso a partir de un pasaje de Las semanas del jardín, de Rafael Sánchez Ferlosio, Marías ensaya una especie de "gramática" de la verdad que ofrece hondas perspectivas sobre la esencia del acto narrativo. Muchos y muy amplios son los desarrollos posibles para las observaciones que aquí hace Marías, pero acaso el más sugerente fuera el que adjudicara a la figura del narrador el título de "monarca del tiempo", y ello por la facultad que posee de ordenar libremente su contenido (el contenido del tiempo).

Por ahí cabría deducir, estirándola convenientemente, esa concepción en cierto modo ensayística que Marías tiene de la novela, comprendida como un espacio moral, circular, en el que todos sus elementos se hallan a la misma distancia del principio que a todos los embruja y que no es otro que la "verdad" de fondo que subyace a todo relato.

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