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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La trinidad de la literatura

Pese a haberse revelado pronto como una gran periodista y haber llegado a ser una de las narradoras españolas más importantes de nuestros días, Rosa Montero nunca ha escrito deliberadamente lo que se conoce como una "novela de periodistas", subgénero que sin embargo tan de moda está hoy. Este nuevo libro que se declara híbrido entre lo autobiográfico, lo ficcional y lo discursivo, resulta ser en verdad un tratado metaliterario, a imagen y semejanza de otros modelos actuales donde la reflexión sobre la literatura constituye su propio eje, tal y como hace su admirado amigo y modelo más directo, Enrique Vila-Matas, en su estupendo Bartleby y compañía (un texto sobre los escritores que dejan de serlo).

LA LOCA DE LA CASA

ROSA MONTERO

ALFAGUARA.

MADRID, 2003

276 PÁGINAS.

14,95 EUROS

Más información
"Los escritores somos frágiles y vanidosos"

No es que Rosa Montero haya pensado en dejar de escribir, porque se trata de una autora de raza, para la que escribir es como respirar. Y aunque desde el principio -Crónica del desamor (1979)- contó con el favor del público pues iba empujada por su condición de mujer, joven, periodista, radical, feminista (hoy, más cauta, se confiesa "antisexista") y entrevistadora bastante genial. Sus imperfecciones le venían por parte de su espontaneísmo algo autobiográfico -La función Delta (1981) y Amado amo (1988)-, que pudo objetivar mejor en Te trataré como a una reina (1983) antes de adentrarse en territorios más misteriosos y míticos en Temblor (1990) y Bella y oscura (1993), que sin embargo no le alienaron el favor del público conseguido, bien alimentado por otros de sus éxitos más periodísticos, con un premio nacional para reportajes y artículos literarios en 1980. Con el Premio Primavera 1997 a La hija del caníbal y el éxito de la siguiente, El corazón del tártaro, se ha colocado en la primera fila de nuestra actual narrativa y consolidado como una de las mayores favoritas de un público que la sigue fielmente.

La loca de la casa (como San

ta Teresa llamaba a la imaginación, que fue lo que la llevó al misticismo, no se olvide) es una reflexión sobre su propio trabajo como escritora, lo que además tiñe e inspira su vida entera. Es una serie de estampas, secuencias, capitulillos -o artículos, algo que domina como nadie-, donde cuenta sus anécdotas, lecturas, preferencias, algunos viajes, en una especie de relato sinuoso y entretenido, entregado, pasional, sentimental y siempre justiciero hasta en sus mismos errores, o lo que podrían llamarse "apriorismos" arbitrarios por lo menos. Todos los escritores que admira de cerca son amigos, y de lejos anglosajones o mujeres. No llega a los alemanes ni centroeuropeos, hasta es capaz de admirar al casi fascista Kipling, a criticar al genial Goethe por cortesano, a Tolstói por machista o al justiciero Zola (el de Yo acuso, a quien nadie llamó para meterse en aquel berenjenal privado, tras sus grandes batallas públicas) por no haber defendido al condenado Oscar Wilde, a quien sólo apoyaron sus compañeros sexuales como André Gide. En fin, que manejando biografías "multiculturalistas", inglesas o americanas, de grandes escritores (que luego le han servido para algunos de sus otros libros de éxito periodístico) "documenta" en ellas sus preferencias más que en las lecturas de los textos originales. Así se puede llegar a combatir la guerra -claro-, defender esquemáticamente a mujeres "aplastadas" o criticar a Castro con bastante simplismo y con las mejores de sus intenciones casi demagógicas, lo que le proporciona extraños compañeros de viaje. Pues esta escritora no admite los claroscuros. Todo es blanco o negro, sol o sombra, como si la democracia fuera su territorio personal, y de ahí que el dogmatismo siempre la amenace un poco más de lo debido; y parece mentira que la hija de un taurino no admita el concepto de "sol y sombra", donde están las mejores localidades y por donde transita el mundo de hoy. De la democracia inorgánica a la desorganizada -o caótica, por estar en manos del mercado- sin parar. Pensando así se puede introducir siempre algún pensamiento único por los rincones.

Y un dato final: en tres ocasiones, una misma historia se repite otras tantas veces en este libro, lo que demuestra que la literatura lo es todo, es una y trina como la divinidad, pues cada historia es diferente y la misma. Y Rosa Montero, que se quiere y pretende su profeta, lo es aunque siempre como una de sus propias Historia(s) de mujer(es) (1995), pasando por sus excelentes relatos de Amantes y enemigos (1998), pero nunca podrá ser -por posmoderna- una estampa demasiado "bostoniana" (Estampas bostonianas y otros viajes, 2002). Tanta fe, tanta rectitud, tanta pasión y tanta inflexibilidad le merecen siempre nuestro favor y ojalá el de los (sus) dioses, es un decir.

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