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Tribuna:ELECCIONES 25M | La opinión
Tribuna
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La paradoja de Madrid

Eugenio Nasarre

Mi buena amiga Soledad Gallego incluía en su crónica de campaña electoral de anteayer el provocador título ¿Tuvo Madrid alguna vez alcalde? Expresaba así un clima que parece caracterizar la actual campaña electoral madrileña, en el que nadie parece ser responsable de los últimos años de gestión municipal.

Aprendí en las aulas de periodismo que, salvo excepciones que lo justifiquen, los artículos no deben titularse con una pregunta. Este caso es un buen ejemplo de excepción justificada. Y, a mi juicio, la pregunta es tan sugestiva que merece alguna respuesta. Yo quiero acogerme a la hospitalidad de las páginas de EL PAÍS para expresar la mía. Sé que puede haber otras muy diferentes, que, en todo caso, respeto.

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Y mi respuesta es lo que yo llamo "la paradoja de Madrid de los años noventa". Parte de una premisa que no podemos olvidar: el de [José María] Álvarez del Manzano es el mandato democrático más dilatado de toda la historia de nuestra ciudad. Tres veces sucesivas a lo largo de los años noventa los madrileños han otorgado su confianza al alcalde Álvarez del Manzano. No estamos, por tanto, ante un mandato efímero, sino ante lo que, en democracia, podemos llamar un periodo, que se puede juzgar con una perspectiva amplia.

¿Y qué ha pasado en Madrid durante este periodo? Nos lo decía Pasqual Maragall en un célebre artículo, que publicó hace meses este periódico y que a mí me fascinó: Madrid se va. En él, el ex alcalde de Barcelona planteaba a su vez una paradoja. En el Estado de las autonomías Madrid tenía todas las bazas para ser la ciudad perdedora. La intensa descentralización vaciaba una de las ventajas tradicionales de Madrid como capital de un Estado fuertemente centralizado. La visión de Madrid era la de la capital burocrática por excelencia, el centro de un tentacular aparato administrativo. Con el Estado de las autonomías ese papel ha desaparecido: ya nadie tiene que venir a Madrid a solicitar una licencia o a recorrer los negociados de los ministerios. Para ello hoy se acude a Bruselas.

¿Y ello ha supuesto el declive de Madrid? Lo sucedido a lo largo de los años noventa ha sido todo lo contrario. Madrid, desembarazada de su corsé burocrático, se ha convertido en una gran ciudad abierta, cosmopolita, que atrae a las empresas, en la que prefieren instalarse las de vanguardia; en una ciudad con una intensa actividad ferial y de congresos, con un dinamismo económico espectacular, que ha mejorado sus servicios en todos los órdenes para sus habitantes y para quienes la visitan, y que ya nada tiene que envidiar en muchos aspectos a las ciudades más modernas de Europa. (Y que se enfrenta también, desde luego, a los problemas de las grandes ciudades europeas). Todo esto es lo que ponía de relieve el ex alcalde Pasqual Maragall, con el mensaje de que Barcelona tenía que ponerse las pilas. Y de ahí surgió una interesante y apasionada polémica sobre la eterna rivalidad Madrid- Barcelona. Que no se hubiera producido sin la percepción de la pujanza de Madrid, de su camino ascendente: "Madrid se va"...

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El modelo de este cambio de Madrid de los años noventa es el del protagonismo de la sociedad civil. Sí, lo más importante de lo sucedido en Madrid en los años noventa lo ha protagonizado la sociedad civil. Veamos sus edificios, las iniciativas empresariales, la actividad cultural y artística, la vitalidad comercial y el nuevo rejuvenecimiento de su tejido urbano. Pero ese protagonismo ha sido posible porque se ha generado un clima de confianza, que ha sido el verdadero motor de que Madrid se vaya.

Y a ello no ha sido ajeno, ni mucho menos, el modelo de gestión municipal que ha impulsado a lo largo de toda la década el alcalde Álvarez del Manzano. Y que tiene dos rasgos que ahora precisamente tiene sentido poner de relieve: impuestos moderados (la presión fiscal local de Madrid es, por ejemplo, notoriamente inferior a la de Barcelona) y la no búsqueda de la brillantez y la espectacularidad (aunque quedan algunas obras emblemáticas como la remodelación de la plaza de Oriente), sino la de abordar tareas y operaciones esenciales para el futuro de la ciudad: como el nuevo plan de ordenación urbana, que ha permitido la necesaria expansión de la ciudad y el inicio de la rehabilitación del degradado casco histórico; la multiplicación de los espacios públicos; la creación de más de 1.300 hectáreas de parques y jardines, o la plantación de más de un millón doscientos mil árboles.

Quedan muchas cosas por hacer, desde luego, en Madrid, entre otras razones, como consecuencia de su misma prosperidad. Pero no veo que se pueda sostener que el Madrid de final de los años ochenta fuese mejor, como ciudad, que el de ahora. Mi opinión es que, con todas sus carencias, los años noventa quedarán como una de las páginas más fecundas de la historia contemporánea de esta ciudad. Y creo que la clave ha sido este modelo sustentado en el protagonismo de la sociedad civil. Sé que no encaja con lo políticamente correcto propugnar la modestia de la función de los poderes públicos.Y me gustaría que dentro de 10 años también Soledad Gallego pudiera iniciar una de sus crónicas electorales con la pregunta: "¿Tuvo Madrid alguna vez alcalde?".

Eugenio Nasarre es diputado del Partido Popular por Madrid.

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