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Columna
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Haciendo amigos

La gran cuestión tras el 25 de mayo no va a ser quién ha ganado las elecciones y para qué, sino qué pactos se van a establecer y entre quiénes. Si las encuestas que hemos conocido durante el pasado fin de semana no andan muy desencaminadas, las tendencias que las mismas señalan nos recuerdan, por enésima vez, que en Euskadi no quedan ya territorios políticos por conquistar, que somos lo que somos y los que somos, que se ha acabado el tiempo de aspirar a la salvación por la vía de la aritmética electoral. A pesar de su distinto origen y más allá de la complicación de atribuir a cada fuerza política un número concreto de concejales o junteros (atribución que la Ley D'Hondt, en cuya aplicación cada voto cuenta, suele encargarse de modificar), no recuerdo unas vísperas electorales en las que las tendencias del voto estuvieran tan marcadas. Que son sólo tendencias, ya lo sé, y que la única realidad política que vale es la que marcarán las urnas. Pero es lo que por ahora tenemos. Y es sumamente interesante.

Fijándonos en las grandes instituciones (diputaciones de los territorios forales y ayuntamientos de Bilbao, Vitoria-Gasteiz y Donostia-San Sebastián) la bendita e irreductible pluralidad vasca se abre paso a pesar de una forma cada vez más antipluralista de hacer política. A excepción de las Juntas Generales de Gipuzkoa (cómodamente dominadas por la coalición PNV-EA) y, tal vez, el Consistorio donostiarra (con un Odón Olorza de mayoría absoluta en alguna encuesta o en mayoría necesitada de apoyos en otras), todas las demás instituciones van a depender para su constitución, primero, y gestión, después, de pactos entre diversas opciones políticas. Más en concreto, el pacto entre PSE y PP puede hacer posible la conformación de gobiernos no nacionalistas en Vitoria, San Sebastián y Bilbao, así como en las diputaciones de Álava y, con el apoyo de IU, Vizcaya. Es precisamente el apoyo de esta opción federalista, a la que todas las encuestas reconocen un evidente reforzamiento, el que puede hacer caer algunas de estas instituciones hacia el lado nacionalista (con su apoyo expreso al candidato de PNV-EA) o hacia el no nacionalista (casi siempre con su abstención de apoyar a ninguno de los candidatos).

En estas circunstancias respetar la lista más votada será, ya lo está siendo, la gran demanda de PNV y EA. Y ante la más que fundada sospecha de que esta venda anticipada no podrá evitar la herida, denunciar como aberrante el pacto del PSE con el PP para gobernar aquellas instituciones en las que la suma de sus votos lo permita. El nacionalismo vasco, que comprueba cómo sus adversarios políticos se aproximan y amenaza con superarle en el Ayuntamiento de Bilbao y en la Diputación de Bizkaia (las joyas de la corona) vuelve sus ojos a IU. Qué paradoja. Precisamente cuando los fundamentos afectivos de la política vasca están más debilitados, resulta que los pactos y los acuerdos se vuelven más imprescindibles que nunca. Tanto esfuerzo por definir perfiles, tanta obsesión con marcar distancias, tanta anti-ingeniería destructora de puentes, para esto. Pero no es la única paradoja. Lo apretado de los resultados previstos va a cargar aún más de munición gruesa las declaraciones de los líderes políticos en los días que quedan. Todo ello pensando menos en hacer posibles los acuerdos postelectorales propios cuanto en deslegitimar (no creo que nadie crea de verdad en la posibilidad de impedirlos) los acuerdos ajenos.

Porque lo cierto es que el espacio para el acuerdo político en Euskadi se ha reducido hasta el extremo. Aunque los ha habido, hoy por hoy no es posible imaginar otros acuerdos de gobierno que no sean PNV-EA-otros abertzales o PSE-PP. Izquierda Unida es, así lo espero, la incógnita que puede introducir sorpresas en una combinatoria política cada vez más plana, donde los distintos candidatos actúan como aquel tipo del chiste que entra en una librería y, encarándose al librero, le espeta: "Oye tú, caraculo, ¿tienes algún libro sobre cómo hacer amigos?". Pues así estamos.

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