Huelva, un invento en albiazul
Las fiestas y el Recre se imponen como señas de identidad de la ciudad
Huelva está de fiesta. O en preparativos de fiesta. Los onubenses vivieron en abril la Semana Santa e inmediatamente se pusieron a contar los días que faltan para la peregrinación de El Rocío. Entre medias, las Cruces de Mayo. Luego fijarán su mirada en el 3 de agosto, la semana de las Fiestas Colombinas, y a continuación pensarán en el 8 de septiembre, festividad de la Virgen de la Cinta, patrona de la ciudad. Y los domingos está el partido del Recre, al que los aficionados empujaron en pocos años de Segunda B a Primera División y a la próxima final de la Copa del Rey. Los onubenses quieren vivir en la calle y ponerse el traje de nazareno, el de faralaes o la camiseta albiazul del Decano.
Hay quien considera que los vecinos han inventado Huelva de un tiempo a esta parte, como Gabriel García Márquez inventó Macondo. Juan Ceada, el último alcalde socialista de Huelva (1988-1995), lo comenta a veces entre sus amigos: "Nosotros pusimos las infraestructuras, construimos la ciudad, y el actual alcalde le ha dado el alma".
Los ciudadanos de Huelva viven, pues, una desmesurada pasión por las tradiciones, un sueño en albiazul. Aunque hay vecinos que recuerdan con nostalgia el auge cultural que vivió la ciudad hace unos 10 años, que irradiaba fundamentalmente de la programación del Gran Teatro, cuando era concejal el socialista Juan José Oña. Lo dice Javier Ocón Luengo, de 58 años, cirujano: "Culturalmente ha habido en Huelva un cambio a peor. Yo recuerdo con nostalgia que en el Gran Teatro asistí a conciertos que no eran accesibles ni en Madrid", dice. Era la época en la que por las calles de Huelva se podía ver al director de orquesta Rostropovich o al histrión teatral Lindsay Kemp.
Lina Domínguez Rodríguez, de 61 años, tiene una tienda de ultramarinos en la calle Alonso Sánchez, en el casco antiguo de la ciudad. A su tienda acuden de vez en cuando a comprar el periódico el candidato del PSOE, José Juan Díaz Trillo, que vive cerca, o el candidato a la reelección, Pedro Rodríguez, pues la sede del PP está también al lado. "Yo de política no entiendo, pues igual le vendo el pan a unos que a otros, pero Huelva ha cambiado mucho de diez años a esta parte", dice Lina.
En esta tienda se vive una tertulia permanente sobre las cuestiones de la ciudad, de la actualidad, y, sobre todo, del Recreativo. "Yo no he visto nunca tanta euforia en torno al Recreativo como ahora. El estadio, con capacidad para 20.000 personas, casi se llena los domingos de partido, en una ciudad de 140.000 habitantes", comenta. El cirujano Ocón critica la utilización política que el PP ha hecho del Recreativo. "Yo invitaría a la oposición a que no usen al equipo de fútbol, a que no caigan en esa trampa".
El escritor Antonio De Padua Díaz, de 41 años, que acaba de editar el poemario Poesía armada, un alegato contra la guerra, no comparte las euforias sobre Huelva. "Esta ciudad tiene una progresión de fachada, vive de romerías y fiestas en exceso. No hay una verdadera promoción de la educación y de la cultura", afirma. Y añade: "Lo cierto es que en Huelva hay una baja renta per cápita, empleo en precario y mal remunerado, contaminación, malas comunicaciones y escaso patrimonio monumental. Todo ello se está maquillando con publicidad", indica.
Unos y otros coinciden en que en la década de los ochenta, Huelva experimentó la implantación de las infraestructuras, su cambio físico a ciudad moderna. Y a final de los noventa, la ciudad ha vivido una irrupción de onubensismo. En una capital que había perdido sus señas de identidad por dos cuestiones fundamentales: En el siglo XIX llegaron los ingleses a explotar las minas y hacia 1965 hubo una avalancha foránea para trabajar en las recién creadas fábricas del Polo Químico. Esta ciudad, con sus edificios nuevos o reconstruidos -como el Gran Teatro o la Casa Colón-, con su onubensismo, parece ahora la piel cicatrizada de una enorme herida. Los vecinos parecen no saberlo, pero lo consideran bonito.
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