A la búsqueda del pueblo perdido
El socialismo francés se pone en manos del pragmático Hollande para salir del 'agujero'
"No hay más dinámica posible que la unión de la izquierda", repite François Hollande, de 48 años, líder provisional del Partido Socialista francés desde la derrota electoral sufrida hace un año. No se parece en nada a François Mitterrand ni a Lionel Jospin, las grandes figuras que le precedieron. Su despacho parisiense, de estilo funcional, dice tanto de él como sus palabras. Carácter vivaz, rostro sanguíneo, buena oratoria y aires de ejecutivo de empresa moderna más que de político carismático.
Lleva seis años como primer secretario. Se trata de un político de indudable ambición, que ha preferido madurar en las sombras del aparato eludiendo las oportunidades de ejercer un ministerio durante las largas etapas de predominio de la izquierda. Su compañera, Segolène Royale, ya ha sido ministra varias veces junto a Martine Aubry, Elisabeth Guigou y el interesante grupo de mujeres que intentó dar vida a la paridad política en tiempos de Jospin.
Huérfano de los que habían encarnado el Gobierno de izquierda, el Partido Socialista vive desde hace un año bajo el liderazgo teórico de François Hollande. En ese tiempo la derecha ha destruido de un manotazo la reforma de la jornada laboral de 35 horas y ha promovido leyes muy represivas, pero apenas se ha escuchado la voz de los socialistas en la oposición. Chirac decidió enfrentar a Francia con EE UU en la crisis de Irak y el Partido Socialista no pudo hacer otra cosa que apoyarle. Apenas ha existido oposición.
Pese a la expulsión del poder, la imagen del dirigente provisional no salió malparada, puesto que conservó una amplia minoría parlamentaria frente al triunfo arrollador de la derecha de Jacques Chirac. Una de sus cualidades es la juventud (48 años no son nada en la gerontocracia política francesa), que salpimenta de osadía su prudente curso político: por ejemplo, la conquista de la alcaldía de Tulle, ciudad situada en pleno feudo electoral de Chirac. La travesura no le hizo gracia al actual presidente.
Pero sin la argamasa del Gobierno, los antiguos aliados de la "izquierda plural" -comunistas y verdes- se han hundido en sus crisis respectivas. ¿Por qué insistir en reconstruir la unidad de la izquierda? Porque Hollande no tiene más alternativa que coordinar fuerzas y candidaturas, si su partido quiere volver al poder. El objetivo es recuperar la credibilidad entre las capas populares y las clases medias de la sociedad, que abandonaron a los candidatos socialistas en las elecciones de 2002.
Una institución respetada en París es el Centro de Estudios de la Vida Política (Cevipof), en el que los politólogos analizan todas las encuestas disponibles. Pues bien, según sus datos, Mitterrand se ganó el 41% de los obreros en la primera vuelta de las presidenciales de 1988 y al 39% de los empleados, mientras que Jospin obtuvo el 13% del voto obrero y otro tanto entre los empleados en 2002. Entre las clases medias, el Mitterrand de 1988 obtuvo el sufragio del 33% de las categorías sociales que Cevipof denomina "cuadros y profesiones intelectuales", porcentaje que mantuvo Jospin en las presidenciales de 1995, pero que cayó al 18% en las de 2002. Frente al 13% de obreros que votaron por Jospin en la primera vuelta de las últimas presidenciales, el 24% prefirió al ultraderechista Jean-Marie Le Pen y el 10% se entregó a la ultraizquierdista Arlette Laguiller.
Las corrientes situadas más a la izquierda del PS han ofrecido a los militantes la posibilidad de radicalizarse, en la esperanza de conectar así con el voto perdido del pueblo llano. Pero, en la duda entre girar a la izquierda o mantener el tono moderado de un partido con vocación de gobierno, las bases han optado por Hollande para dirigir la próxima etapa. Aunque una sutileza estatutaria obligue a aplazar su elección por unos días, no hay duda de que François Hollande, el pragmático, se ha convertido en el hombre de la situación para un partido que pretende salir del agujero.
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