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Análisis:EUROPA ENTRA EN CRISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Mala pinta

Emilio Ontiveros

Los datos de crecimiento de la economía alemana correspondientes al primer trimestre, caída del PIB en un 0,2%, han confirmado las peores de las previsiones. Tras lo observado en el último trimestre del año (contracción de la inversión y del consumo de las familias) y la posterior evolución adversa de las condiciones internacionales, la cercanía al estancamiento era un hecho ampliamente compartido; pero en la mayoría de las previsiones se anticipaba un ligero crecimiento en los primeros meses del año, que amparaba la esperanza de evitar el cuadro más inquietante: la recesión. Ahora es razonable que no sólo las previsiones oficiales de la economía alemana, para la que se anticipaba una tasa del 0,75% para el conjunto del año, sino las del resto de la zona euro vuelvan a ser objeto de revisión a la baja. Algunas como la italiana, la holandesa o la francesa no están muy lejos del estancamiento.

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Alemania se enfrenta a la recesión

Alemania representa aproximadamente el 30% del PIB del área. Es la economía más abierta al exterior de la zona y, en consecuencia, la más afectada por la contracción en la demanda internacional y, desde luego, por la intensa apreciación del euro frente al resto de las monedas, el dólar en particular. El desempleo no ha dejado de crecer en los últimos meses (240.000 nuevos parados en los primeros cuatro meses del año) hasta situarse en el 11,8% de la población activa. Ante un cuadro tal, la capacidad de reacción de esa economía se encuentra seriamente condicionada por el nivel de endeudamiento de sus agentes y la precaria salud de algunos de sus principales bancos. La capacidad de estímulo de sus políticas económicas, básicamente la presupuestaria, es manifiestamente reducida. El Gobierno alemán, empeñado en reducir un déficit público superior a ese umbral del 3% del PIB que fijan las restricciones de estabilidad comunitarias, ha acentuado esa desaceleración mediante reducciones de gasto y elevaciones de impuestos más propias de etapas de bonanza. Las reformas emprendidas en el mercado de trabajo y en el sistema público de pensiones, aunque largamente esperadas, tampoco han gozado del don de la oportunidad, contribuyendo a esos inquietantes registros con que mes tras mes nos sorprenden los indicadores de confianza de las familias y las empresas.

En este contexto, la única vía disponible de estímulo descansa en la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), pero éste, a diferencia de su colega estadounidense, parece ajeno a las serias amenazas que pesan sobre la eurozona. La estabilidad de los precios, objetivo hacia el que ha de guiar sus actuaciones, se encuentra fuera de peligro (la estimación preliminar del IPC armonizado de la eurozona en abril es del 2,1%), mientras que en economías como la alemana, con una tasa de variación de los precios en el 1%, empiezan a cobrar sentido las inquietudes deflacionistas. El conjunto de las condiciones monetarias, teniendo en cuenta la significativa apreciación del tipo de cambio del euro, son significativamente más estrictas que las existentes cuando llevó a cabo su última reducción de tipos de interés, el pasado marzo: esa apreciación ha compensado ampliamente el estímulo de entonces.

Son razones más que suficientes no sólo para que el BCE se aproxime a la realidad y reduzca de forma significativa los tipos de interés, sino para que la propia Comisión muestre actitudes más inteligentes y flexibles en el control de las finanzas públicas de una zona que se estancó en el primer trimestre y hoy exhibe más peligros de entrar en recesión que de inmediata recuperación.

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