_
_
_
_
_
Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis 'gore'

En 1982, y como de tapadillo, se estrenó entre nosotros uno de esos filmes que acaban convirtiéndose en otra cosa, más fenómenos sociológicos que atendibles productos artísticos, más cult movies que películas en el sentido convencional, y noble, del término. Se llamaba Evil dead, aquí la bautizaron como Posesión infernal y sirvió para catapultar a la notoriedad a un hábil perpetrador de horrores, Sam Raimi, llamado a revisar en el futuro, y con gran talento, varios de los géneros mayores del Hollywood popular: el cine criminal en Un plan sencillo, el de superhéroes en Darkman y en la multimillonaria Spider, y hasta el western en Rápida y mortal.

Pero la querencia de nuestro hombre fue, y tal vez siga siendo, el terror, incluso ese peculiar territorio que es el gore. Y gore es, y cómo, Posesión infernal: un filme literalmente hecho con cuatro duros, en el que la máxima estrella no son tanto los actores (aunque Bruce Campbell aprovechó la película para convertirse en el actor fetiche de Raimi) cuanto el maquillador, Tom Sullivan, que construyó las horripilantes transformaciones que sufrían algunos de los cinco actores que protagonizan la historia.

POSESIÓN INFERNAL

Director: Sam Raimi. Intérpretes: Bruce Campbell, Ellen Sandweiss, Hal Delrich, Betsy Baker, Sarah York. Género: terror, EE UU, 1982. Duración: 85 minutos.

Vista hoy, a más de veinte años de su estreno, y cuando tanta sangre se ha derramado ya en el baqueteado género terrorífico, Posesión infernal sigue llamando la atención por las mismas cosas que lo hacían los grandes productos que revolucionaron el fantástico desde finales de los sesenta, de La noche de los muertos vivientes a La matanza de Tejas, por poner dos extremos. Uno, por el desparpajo con el que hace de la necesidad virtud; dos, por sus homenajes coherentemente genéricos.

Y otro, en fin, por el excelente pulso narrativo que ya entonces exhibía el joven Raimi. Cierto, la película sigue siendo una desastrada broma de fin de carrera y en muchos de sus momentos -en la primera muerte ritual por descuartizamiento, la de la novia de Hal Delrich a manos de éste; en su apotesosis final- se diría que está hecha y pensada para provocar el vómito. Pero también deja entrever que Raimi sabía ya entonces cómo crear efectos de máxima tensión con mínimos elementos, cómo llevar al paroxismo las situaciones de tensión, cómo jugar, en suma, con el espectador, y con inteligencia, al siempre desconcertante juego de provocar el miedo. Y lo hace: a fe que lo hace.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_