El archivo marino del Mediterráneo
Investigadores españoles impulsan un banco de tejidos biológicos de especies amenazadas
Las amenazas que se ciernen sobre los grandes mamíferos marinos del Mediterráneo, como delfines, marsopas o ballenas, presentan importantes lagunas de conocimiento. Por el momento, difícilmente puede establecerse con precisión si el impacto causado por un agente químico es puntual o localizado, o si es persistente. También resulta harto dificultoso impulsar medidas para preservar la variabilidad en poblaciones sometidas a fenómenos de erosión genética. Para tratar de paliar ambos déficit, la Universidad de Barcelona en colaboración con la Generalitat catalana ha puesto en marcha el primer banco español de tejidos biológicos de origen marino.
El objetivo del Banco Medioambiental de Tejidos Biológicos (BMA) es acumular memoria genética para reconstruir o recuperar las condiciones originales de poblaciones o especies mermadas. Su finalidad, destaca Alex Aguilar, responsable del banco, es generar colecciones de material biológico, en particular genético y toxicológico, útiles para el "diagnóstico y la gestión ambientales".
La recolección de ADN podría permitir restaurar poblaciones amenazadas
La obtención de material genético, asegura este experto, podría ser crucial en el futuro, sobre todo para especies de mamíferos marinos cuyas poblaciones se han reducido hasta el extremo que su supervivencia está amenazada. La recolección de semen, ovarios o ADN de distintos tejidos, podría permitir en el futuro restaurar mediante técnicas de reproducción asistida, incluso de clonación, las poblaciones más amenazadas.
Este podría ser el caso de la foca monje. En 1997, señala Aguilar, la mayor población del mundo, unos 350 individuos, se localizaba frente a las costas del Sahara. Ese año, un crecimiento natural de algas fitoplanctónicas tóxicas afectó a toda la cadena alimentaria y provocó la muerte de al menos dos tercios de la población, además de delfines y aves marinas. Un censo posterior reveló la presencia de tan sólo 118 ejemplares y la pérdida de un 12% de su variabilidad genética. Del centenar de cadáveres que los científicos lograron recuperar se extrajeron muestras de material genético. La variabilidad perdida, indica Aguilar, podría reintroducirse en un futuro.
El valor de este patrimonio es proporcional a los efectos de un fenómeno conocido como deterioro o erosión genética. Las poblaciones disponen de un conjunto de recursos genéticos, medidos en forma de variabilidad, que las permiten sobrevivir ante adversidades como cambios de temperatura, falta de alimento, presencia excesiva de predadores o la aparición súbita de enfermedades. Pero cuando una población se reduce en exceso y quedan unos pocos ejemplares, muchas de las variables genéticas acaban perdiéndose, con lo que los grupos acaban siendo mucho más débiles. En estas condiciones, dice Aguilar, cualquier impacto puede acabar con la población.
La utilidad del BMA en el ámbito ecotoxicológico, describe Aguilar, es también evidente. Sus dos principales objetivos son identificar especies que puedan ser indicadoras de contaminación y proponer medidas de actuación específicas para limitar el impacto de determinados compuestos. Para evidenciar su valor, el experto de la UB recurre a dos ejemplos: las mortandades de delfín listado en aguas del Mediterráneo en 1991 y de foca común en el Mar del Norte en 1987, ambas asociadas a concentraciones inusualmente altas de bifenilos policlorados (PCB).
En el caso del delfín listado, una especie relativamente abundante en el Mediterráneo, se calcula que murieron entre 150.000 y 200.000 ejemplares a causa de una epidemia provocada por el morbilivirus responsable del moquillo. Los devastadores efectos de la epizootia, similares al de la foca común en el Mar del Norte, causaron extrañeza entre los científicos. Luego se comprobó en los animales muertos concentraciones mucho más altas de PCB que en los que habían logrado sobrevivir.
Aunque los efectos tóxicos del PCB en focas y delfines no están comprobados, sí lo están en otras especies terrestres o en modelos de laboratorio. La suma de diversos factores, aunque no esté demostrado, ha permitido sugerir como hipótesis que la alta concentración de PCB convierte a delfines y focas en muy vulnerables a la acción de virus y bacterias.
¿Qué tienen que ver estos episodios con la necesidad de un banco toxicológico? "A menudo", responde Aguilar, "la pregunta es desde cuándo existe un contaminante en una zona concreta". Es decir, saber si se trata de un problema puntual o bien es crónico. "Al no existir un reservorio de material biológico en condiciones de ser analizado, no puede contestarse esta pregunta", añade. La cuestión gana en relevancia ante el constante descubrimiento de nuevos contaminantes en el mar (cada año se comercializan más de mil nuevos compuestos químicos de todo tipo) y la escasa disponibilidad de técnicas analíticas eficaces y a un coste razonable.
El BMA, el décimo que se pone en marcha en el mundo (seis ecotoxicológicos, dos de ellos en Europa, y tres genético/reproductivos) cuenta con varios centenares de muestras y "problemas de financiación". Por el momento, tiene la ayuda desinteresada de dos fundaciones estadounidenses, la Pew Charitable Trust y Earthwatch. "Cuando explicas que se obtendrán resultados en 20 años, las entidades fruncen el ceño", resume el investigador.
Protección de cetáceos en el litoral español
El grupo que dirige Alex Aguilar en la Universidad de Barcelona, junto con investigadores de las universidades de Valencia y Autónoma de Madrid, ha propuesto la creación de 16 áreas de protección próximas o incorporadas al litoral mediterráneo español. La caracterización de estas áreas, impulsada por el Ministerio de Medio Ambiente, pretende delimitar zonas de alto valor biológico e identificar las principales amenazas que afectan en mayor o menor grado a casi la tercera parte de cetáceos presentes en las costas españolas.
Las investigaciones han permitido definir 11 lugares de interés comunitario (LIC, zonas restringidas cercanas a la costa prácticamente todas, con alguna figura de protección para las que los expertos solicitan su ampliación) y dos áreas de protección oceánicas, sin protección. También proponen tres Zonas Especialmente Protegidas de Importancia en el Mediterráneo, que corresponden a las líneas que van desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Golfo de Vera, los cañones submarinos de la costa barcelonesa y el corredor de migración de cetáceos que discurre entre Ibiza y la costa francesa. Los expertos han propuesto a Medio Ambiente medidas como regulación del tráfico marítimo en estas zonas, control de especies invasoras o estudios para adaptar las artes de pesca a la preservación de las especies más amenazadas.
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