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Columna
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Barcelona 'dream'

Este periódico ha preguntado a los candidatos a alcalde cuál es la Barcelona de sus sueños. Aun sabiendo que sueño y realidad son cosas bien diferentes, todos deberíamos hacernos esta pregunta antes de ir a votar. De hecho, lo que se pide al apelar a la ciudad soñada es la expresión de esos deseos que, finalmente, nos mueven a todos a construir la realidad. Lo cual, dicho sea de paso, no significa que el resultado a la hora de poner en práctica los sueños sea exactamente el previsto.

He aquí que la Barcelona de hoy, según han dicho varios candidatos, vive mayoritariamente del turismo. El concejal Portabella cuantifica en 7,1 millones de euros diarios los ingresos conjuntos de diversos sectores económicos de la ciudad por este concepto. Estamos, pues, ante el florecimiento de un negocio imprevisto en tanto que fuente principal económica de nuestra vida. ¿Quién hubiera imaginado a los barceloneses convertidos en hoteleros, restauradores, guías o comerciantes, dedicados a atender prioritariamente a los forasteros? Esa es hoy nuestra primera ocupación. Por cierto, nadie escapa a esa realidad en una ciudad dedicada a atender a los forasteros: todos somos, además, parte del decorado, querámoslo o no.

¿Era ese el sueño imaginado para Barcelona hace unos años? Probablemente nadie creyó que el principal negocio de futuro para la ciudad -que muestra un estudio de la Universidad de Barcelona encargado por el Ajuntamiento- fuera toda esa gente, extranjeros, españoles y catalanes que realmente se han apoderado de la ciudad. Y que dure, amigos. Al fin se desvela el misterio: los barceloneses no vivimos del aire, que es lo que parecía.

Los sueños, pues, se materializan de forma diferente a la prevista. Está claro que los Juegos Olímpicos -la más gigantesca campaña publicitaria jamás montada para esta ciudad- han tenido, entre otras, esta consecuencia: vienen a vernos, como diría el Papa. Y eso es algo tangible, real, indiscutible. Algo valioso que ya está cambiando nuestra vida. Una ciudad invadida por forasteros tiene el inconveniente, claro, de que pagamos impuestos para que otros se paseen a gusto. ¿Por esa razón llega aquí toda esa gente? Están los monumentos, Gaudí y todos los tópicos, pero además ellos mismos dicen que se enganchan a un estilo de vida barcelonés que cada cual interpreta como quiere. ¿Cosmopolitismo o todo lo contrario?

¿Qué buscan en nosotros los de fuera en esta ciudad? ¿Cuál es su sueño? Probablemente intentan encontrar algo distinto entre la enorme oferta del mundo. Es seguro que huyen del estereotipo y los espectáculos prefabricados. Ahí está el reto en el que pueden confluir su sueño y el nuestro. No nos convienen, por ejemplo, las guerras, los conflictos, la pobreza del mundo, el racismo, ni tampoco la arrogancia, la prepotencia de las megápolis. No nos favorece ser los más grandes o los más poderosos, sino los más libres, respetuosos, simpáticos, acogedores y dialogantes. Tampoco se trata de ser los más divertidos en el sentido del espectáculo tipo parque temático: hay que huir del ruido, de la prisa, del enloquecimiento. Hay otra ventaja mayor: se trata de desarrollar todas esas cualidades de civilización y ofrecer armonía, belleza, libertad. ¿No es eso un enorme programa político?

Los barceloneses ya sabemos recoger las cacas de los perros, obedecer las señales de tráfico e incluso nos encantan las colas. Hemos aprendido a pasar inadvertidos -a desaparecer- en medio de esta invasión foránea. Los de fuera también son un espectáculo para nosotros. Ya sé que las cosas son mucho más complicadas, pero ese intercambio humano -no sólo de los que pagan por vernos, sino de los que buscan aquí una forma de vivir- es un valioso tesoro. Quizá alguien lo soñó algún día, y es muy posible que ese sueño también esté ahora en nuestro voto. Por ello hay que afinar bien la elección. Nos jugamos un estilo de vida.

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