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Reportaje:ESCAPADAS

La densidad vital de una ciudad toscana

Arezzo disfruta de los recuperados frescos renacentistas de Piero della Francesca

Se produjo en Italia, en el momento oportuno, una fermentación de vida y de ideas en la que se mezclaron la riqueza y la anarquía todopoderosas con la devoción, la inclinación a lo eterno con la sensualidad, el refinamiento con la violencia, la mayor sencillez con la ambición intelectual más audaz; en fin, casi todos los extremos de la energía vital y mental reunidos". Con estas bellas palabras definía Paul Valéry la efervescencia creativa de una de las épocas más fecundas de la historia del arte: el quattrocento italiano (siglo XV). De este periodo data uno de los mayores pintores del primer renacimiento: Piero della Francesca. Y en Arezzo, una pequeña ciudad toscana aupada sobre una colina, se encuentra su capolavoro, u obra maestra indiscutible: los frescos de la leyenda de la Vera Cruz que adornan la capilla mayor de la iglesia de San Francisco. Tras 15 años de restauración, en 2000, la iglesia abría de nuevo sus puertas para mostrar toda la luz y la belleza hierática y estilizada de las figuras del pintor umbro.

Los murales de la capilla mayor de San Francisco se abrieron en 2000 tras 15 años de restauración. Un atractivo turístico que se suma al mercado de antigüedades y, en junio, a los torneos medievales.

Piero -como aquí se le conoce, dando por hecho que Pieros no hay más que uno cuando se trata de pintura- nació en un pueblecito de la vecina región de Umbría, Borgo de San Sepolcro, entre 1410 y 1420. Murió ciego en 1492. Era hijo de un curtidor y zapatero, pero poco se sabe de su vida. Tan sólo que era "un hombre de carácter cordial, severo consigo mismo y permisivo con los demás. Un auténtico maestro de obras capaz de obtener lo mejor de cada cual". Esta hermosa definición hizo Silvano Lazzeri, uno de los especialistas que dirigieron los trabajos de restauración de los frescos, y que, tras 15 años bajo los andamios, conoce cada centímetro cuadrado de la obra del pintor.

En pleno meollo histórico medieval de Arezzo, entre calles prietas y empinadas, y fachadas de piedra que hablan lenguajes de épocas contrapuestas, surge la discreta portada de San Francisco. No muy lejos queda la iglesia de Santa Maria della Pieve, con su campanario románico horadado como un encaje por más de cien ventanas geminadas, y un trasiego de turistas sentados al sol primaveral de las animadas terrazas de la plaza Grande. Tras ascender hasta la torre del palacio de los Priores y admirar desde las alturas el puzzle bien encajado de los tejados a cuatro aguas, y tras visitar la catedral gótica, los turistas se disponen a dejarse seducir -arriesgando una tortícolis- por los incomparables frescos de Piero. Las visitas auditivas guiadas pasean virtualmente al visitante a través de las secuencias de la leyenda y descubren algunos secretos de la técnica y la composición, pero, al finalizar, conviene dejar los datos de lado, deshacerse del auricular, abstraerse del gentío y contemplar en silencio el sereno estallido de azurita y malaquita de los murales, y la elegancia de gestos, rostros y manos.

La obra está dividida en 10 compartimentos del coro que representan la historia de la Vera Cruz, basada en la célebre Leyenda áurea, de Jacobo de Vorágine. En realidad, el protagonista absoluto de esta fábula es un palo de olivo que sufre toda clase de venturas y desventuras. En ella se relata la muerte de Adán y el surgimiento del óleo de la salvación, nacido de una rama de olivo. También cómo la reina de Saba veneró el madero cuando fue a visitar al rey Salomón, y predijo que sería el culpable de la desaparición del reino de los judíos. Con él se construyó finalmente la cruz en la que murió Jesús. Sin embargo, Piero, que tardó alrededor de siete años en realizar su obra rodeado de ayudantes, no siguió una secuencia cronológica de la historia, sino que se basó en la simetría compositiva que caracterizó buena parte de la pintura renacentista.

El secreto, la luminosidad

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El pintor de la luz y los colores más puros realizaba los contornos con trazos finos y definidos. Así lograba el aspecto un tanto escultórico de los cuerpos y el aura de clasicismo que recuperó el quattrocento. Según los restauradores Lazzeri y Sabino Giovannoni, uno de los secretos de la luminosidad de su obra era el uso del blanco. Alternaba el blanco de albayalde, más opaco, con el llamado de San Giovanni, que "difunde y refleja la luz de una forma maravillosa". En algunas escenas, como la de la muerte de Adán, consigue que la luz que incide sobre el manto de la mujer se refleje a su vez en el del varón. Otro de sus aciertos fue el empleo de una técnica mixta. Mientras que Masaccio, por ejemplo, pintaba siempre sobre el enlucido fresco, Piero obraba también sobre seco para obtener unos tonos particulares. Sin embargo, esta técnica hacía sus murales menos duraderos, lo que condujo a su rápido deterioro.

En aquella época, Italia estaba desmembrada en una serie de señoríos enfrentados entre sí, a modo de taifas renacentistas. Sin embargo, reinaba una gran prosperidad debido al comercio marítimo y el auge de la banca. Y surgió un creciente interés por el mecenazgo. Entre los mecenas destacaron los Medicis de Florencia, el papa Nicolás V -quien le encargó a Piero unos frescos para el palacio del Vaticano- y el sanguinario condottieri Segismundo Malatesta, quien le empleó para decorar la iglesia de San Francisco de Rímini. Entonces, los pintores estaban muy solicitados y eran libres de crear a su antojo. Sin embargo, eran considerados poco menos que artesanos, debido a sus orígenes humildes. Hijos todos de curtidores, carniceros, barberos y otros profesionales sencillos, a Masaccio, Filippo Lippi, Botticelli, Mantegna y Bellini, entre otros, se los tenía por simples operarios manuales, dotados, eso sí, de gran talento.

Terremotos

"El jardín de Piero", según expresión de D'Annunzio, con sus "arroyos claros y sus cielos limpios", había caído en el olvido hasta el siglo XIX. Las principales causas de su abandono fueron los terremotos de 1427, 1448 y 1796, y, más tarde, la irrupción en Arezzo de las tropas napoleónicas, que con sus nada refinados modales la emprendieron a culatazos con los frescos. Durante este último siglo, la contaminación automovilística y la humedad han culminado el lento proceso de deterioro. De hecho, la humedad es la causante de lo que se conoce por sulfatación del yeso. Consiste en la transformación del carbonato de calcio en sulfato de calcio, lo que produce unas sales que levantan el yeso y borran los pigmentos. Antes de esta última restauración, ya habían sido intervenidos una vez, en 1960.

Ahora, los frescos de Piero se unen al atractivo de una ciudad que cada penúltimo domingo de junio organiza sus torneos medievales del Sarraceno, llenando las calles de algarabía, excrementos de caballo y color. En la misma plaza Grande en que cada primer domingo de mes se celebra una de las ferias de antigüedades más prestigiosas de Italia, los caballeros, ataviados con sus suntuosas indumentarias medievales, enarbolando las banderas de cada barrio y jaleados por un bronco sonido de atabales, se enfrentan a caballo al infiel, representado por un autómata de metal que gira como un loco sobre sí mismo bajo el fragor de las lanzas.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir

- Arezzo (casi 100.000 habitantes) se sitúa a 80 kilómetros de Florencia.

- Alitalia (902 10 03 23), hasta finales de junio, a Florencia, 199 euros más tasas, desde Madrid y Barcelona.

- Iberia (902 40 05 00), reservando en www.iberia.com para mayo y junio, de Madrid y Barcelona, 227 más tasas.

Dormir

- Hotel Europa (00 39 0575 35 77 01). Via Spinello, 43. Arezzo. 78 euros.

- Piero della Francesca (0039 0757 90 13 33). Via Roma, 22. 80 euros.

- Hotel I Portici Residenza d'Epoca (0039 0575 40 31 32). Portici di Via Roma, 18. Arezzo. En un edificio histórico, un hotel muy lujoso. En pleno casco antiguo. 155 euros.

Comer

- Logge Vasari (0039 0575 29 58 94). Via Vasari, 15. Arezzo. Acogedor, con cocina toscana y aretina puesta al día. Entre 30 y 45 euros.

- Hostería dei Mercanti (0039 0575 24 330). Via Ser Petracolo, 9. Arezzo. Pizzería y restaurante; terraza en verano. Entre 10 y 30 euros.

- Gallo Nero (0039 0575 31 90 56). Santa Maria della Rossinata (Arezzo). En un pueblecito a pocos kilómetros de Arezzo; terraza. Unos 25 euros.

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