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Columna
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Lechón

Miquel Alberola

Mientras la neumonía asiática, la gripe del pollo, la campaña electoral y otras catástrofes se apropian de los espacios públicos y privados e impregnan la atmósfera para imponerse sobre todo lo que se mueve, el restaurador extremeño Juan Morgado nos hizo un homenaje ayer en su casa de comidas de Valencia a un puñado de supervivientes, que siempre que se nos pone a tiro nos aferramos más a la vida con ejercicios como éste. Para ello eligió abundantes virutas de jamón de pata negra, unas fuentes de tocino frito, una profunda cazuela de patatas a la riojana con chorizo y un lechón ibérico de 21 días al horno, justo en el límite de ser destetado y antes de que decantara los sabores de su carne hacia el cerdo. Morgado evitó cualquier tentación de recurrir a la liturgia, acaso porque ni tiene aspecto de cura ni lo que nos ofrecía requería solemnidad sacramental, sino sólo apetito, puesto que desbordaba en valor intrínseco. Simplemente lo sirvió con su corteza crujiente y unas verduras con aceite para manchar las camisas y las corbatas y generar empleo en la tintorería. Y añadió los magnum de vino necesarios para que cada cual lo consagrara como considerara más conveniente. Pero entonces empezaba el peligro, puesto que estamos hablando de tipos que han dejado pelados a cuantos han cometido el error de apostar con ellos a que no eran capaces de comerse un metro cuadrado de la empanada gallega de Alfredo Alonso. En ese momento crucial casi siempre hay espabilados que preguntan qué es la globalización, cuál es el espíritu de los acuerdos del GATT o hacia dónde apuntan los sondeos electorales para la Generalitat, para que algún incauto se haga el listo y empiece a perorar como un profesor interino mientras el resto deja el plato central más limpio que una katana de samurai. Sin embargo, los especialistas detectaron en seguida que había de sobra y se emplearon a fondo en devorar, por lo que ayer, aparte de la gran lección que nos dio Morgado con los gorrinos que cría su hermano en Extremadura, no aprendimos casi nada.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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