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Redefinirlo todo

En un restaurante de la Barceloneta pido una cerveza bien fría, indispensable para abrir el apetito y ayudarme a ordenar este artículo.

Recuerdo que en un debate radiofónico moderado por Josep Cuní en el que se discutía sobre el humor se llegó a la siguiente idea: "Antes de hablar de humor deberíamos definir qué entendemos por humor". Esta conclusión me llegó al alma. O sea: ¿cómo meter en un mismo cajón a los Hermanos Calatrava y a los Monty Python, a Benny Hill y a Joan Capri? Pero ¿cómo separarlos cuando la reacción que provocan todos ellos es la misma (la risa del público)? Claro que hay risas y risas, dirán algunos. Pero bueno, yo no quería hablar de las risas ni del humor.

Quería simplemente comentarles algunas reflexiones que me vinieron a la cabeza después de leer el artículo de Pilar Rahola titulado El globo de Sant Jordi, que se publicó en esta misma página el pasado 26 de abril, en el que la autora se formulaba algunas preguntas sobre el día de Sant Jordi, sobre la cultura catalana, sobre los libros, etcétera. Le doy un sorbo a la cerveza y sigo.

Si aplicáramos el modelo Cuní, antes de hablar de cultura tal vez deberíamos definir qué entendemos por cultura. (Vaya, todavía no me han traído el arroz negro y ya me he metido en un buen jardín). Saco el diccionario de bolsillo que siempre me acompaña y me llama la atención la siguiente definición: "Cultura. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social". Interesante eso de "en una época o grupo social". Puede que cada época y cada grupo social tengan su propia cultura. Si así fuera, no existiría una cultura única, un pie de rey para separar a los que son cultos de los que no lo son. Y así, mi suegra, que tiene en la mesita de noche El diario de Bridget Jones (y a la que veo pasárselo bomba cuando lo lee), no se sentiría inferior a los que leen a Espriu. Incluso los miles de catalanes que se compraron La filla del Ganges, de Asha Miró (libro que, aunque esté mal decirlo, transmite buen rollo sólo comprándolo) no deberían pedir perdón por disponerse a leer el libro más vendido del último Sant Jordi. (¡Hombre, aquí llega el arroz negro! Cambio la cerveza por vino blanco fresquito y continuamos).

Una de mis aficiones, el flamenco, me vino de la mano de Camarón de la Isla, al que muchos de los puristas del flamenco (conocidos por algunos como flamencólicos) le negaban el pan y la sal e incluso la categoría de artista. Pero, mira por donde, por aquella puerta camaronera un servidor descubriría después a los clásicos de lo jondo. Por eso siempre confío en que, al ser las personas animales (racionales, pero animales) de costumbres, todo aquel que se compra un libro por Sant Jordi puede llegar algún día a leer el El hombre duplicado, de la excelsa (permítanme que parafrasee a una ministra) Sara Mago, o el último libro de Paul Auster. De todas formas, aunque no fuera así, yo prefiero que la gente se gaste el dinero en un libro antes que en tabaco. Los libros, mientras no se demuestre lo contrario, no matan.

Tercera copa de vino y vuelvo a tirar de mi diccionario de bolsillo. Otra acepción interesante: "Cultura popular. Conjunto de manifestaciones en las que se expresa la vida tradicional de un pueblo". Terreno pantanoso este de lo popular (tan pantanoso que algunos hasta convierten lo popular en partido político), pero a veces tengo la sensación de que acostumbramos a identificar los eventos populares (entendiendo aquí como popular lo que es consumido por una gran parte de la población) con eventos de mala calidad. Vender mucho, ya sean libros, entradas de cine o teatro, o tener mucha audiencia en el caso de la televisión, suele ser mal visto por algunos ayatolás. Y que conste que un servidor ha roto más de un CD, ha tirado más de una tele y ha quemado más de un libro. Pero ¿qué puedes hacer cuando te gusta algo que le gusta a la mayoría? ¿No decirlo? Con el cine, por ejemplo, tengo amigos que quedan encantados con mi alegato a favor de Bowling for Columbine y se escandalizan cuando les confieso mi deseo de ver la segunda parte de Matrix, deseo que por cierto crece irremediablemente después de ver el tráiler en los cines. ¿Puede alguien amar a Michael Moore y Keanu Reeves a la vez y no estar loco?

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Por eso (ya con mi helado de dulce de leche delante) le doy vueltas a la pregunta raholiana sobre si Sant Jordi es la gran fiesta de la cultura catalana. Sinceramente creo que no, y tampoco creo que deba serlo. Hay otras fiestas que sí lo son. Pero Sant Jordi se ha convertido en una fiesta de la gente y para la gente. Una fiesta popular (perdón, ya sé que suena mal). Y da gusto echarse a la calle y sumergirse en esa marea de rosas y libros. Además es, curiosamente, una fiesta que provoca envidia en todo el mundo, pero que parece que aquí no nos acaba de convencer. Carlos Sobera, por ejemplo, con el que paseaba el pasado 23 de abril por Barcelona, estaba alucinado (y eso que es de Bilbao y del Atlhetic). Eso por no hablar de los autores encantados de vivir esa fiesta, autores como Gala, Fernando Savater o Coto Matamoros (perdón por este último sacrilegio).

Hay fiestas que la gente, el pueblo, la gran mayoría, llámenlos como quieran, las hace suyas, y me da la sensación de que eso es lo que ha pasado con Sant Jordi, la Feria de Abril, la Patum de Berga, los carnavales de Sitges y con muchas otras fiestas populares de Cataluña.

Tanta reflexión (ya con el café) me lleva al rovell de l'ou de la cuestión. Si queremos redefinir Cataluña, ¿no deberíamos seguir los pasos del maestro Cuní e intentar saber qué entendemos por Cataluña? Bueno, igual me he pasado (y eso que no he pedido chupito). Además no creo que servidor sea la persona más indicada para este debate, ya que en el lugar donde he nacido soy charnego y en el lugar dónde nació mi padre soy el catalán. A lo mejor tanta reflexión inútil es producto de esta esquizofrenia geográfica que tengo en la cabeza. ¡Hala!, que pase el siguiente redefinidor.

José Corbacho es actor.

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