Futuro
Sevilla necesita todavía dar un salto sin miedo al vértigo y al riesgo y apostar, de una vez por todas, por la modernidad. Escribo cuando apenas la garganta me responde y siento casi carnalmente el peso de los volantes que, sin ningún tipo de problema, paseé por el real como si vivir fuera una fiesta permanente, que es un espejismo en el que no es difícil caer en una ciudad en la que, con motivo de cualquier cosa, inventamos que aquí nace la alegría y en ella se consuman todas nuestras aspiraciones. Alguien se puede estar preguntando a qué viene esto, incluso yo mismo casi tengo algún temor al escribirlo, porque no sería la primera vez que alguien me responde con abertxales maneras, es decir, con ese fundamentalismo lugareño con el que algunos levantan murallas impermeables, ante cualquier viento que pueda mover una sola de las ramas en las que se sustenta su supervivencia y desde la que tratan de imponer un modelo de ciudad inamovible. Pero decía que acaso algunos estarían preguntándose a qué viene esto y aunque en realidad no creo que pueda parecer extemporáneo, teniendo en cuenta los pesos de abril y mayo, también digo que lo que me ocurre estos días es que entro en desasosiego electoral, en estado de ansiedad ante lo que pueda venirme en la campaña a punto de empezar y en la que lo más temido es verla pasar una vez más sin que alguien se haya atrevido a hablar de otras maneras de entender la vida, distintas de las que nos llevan de altares a casetas y de casetas a caminos y de caminos a geranios y de geranios a balcones y de balcones a rezos y de rezos a cantes y de cantes a bailes y de bailes a lo mismo y así hasta que alguien, alguna vez, como por un milagro, se crea de verdad ciudadano del siglo XXI y saque de todo eso lo que vale, puesto en el momento oportuno y defienda la enorme riqueza cultural y artística de todo eso, pero la riqueza cierta, la real, la válida, que no sólo no puede despreciar nadie, sino que nos es absolutamente necesaria para saber de nosotros mismos. Y al tiempo, sin miedo y con arrojo, empiece a hacernos creer en el presente y en quienes en él se comprometen por un futuro en el que nada de lo vivo nos sea ajeno, ningún riesgo nos escandalice, todas las puestas sean dignas de atención y la creatividad y la modernidad nos hagan amar sin prejuicios, ni temor, todas las ricas y necesarias herencias del pasado. El futuro es una urgencia.
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