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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Buenas señales

El crecimiento del PIB en un 2% durante el primer trimestre del año, dato que hizo público ayer el Banco de España, ha coexistido con un aumento de la ocupación del 2,5%, según la última Encuesta de Población Activa (EPA), y con el descenso del paro registrado en abril, por tercer mes consecutivo, y en una magnitud -61.000 personas- que no se alcanzaba desde 1998. Son datos indicativos de que la econonmía española está resistiendo la desaceleración internacional muy aceptablemente.

Muchas de las personas que abandonaron el paro -45.712- pertenecen al sector servicios, favorecido por las vacaciones de Semana Santa; pero la reducción del desempleo se hizo también extensiva a los demás sectores de la economía, con una variación esperanzadora en la industria e incluso en la construcción. El paro cayó tanto en hombres como en mujeres y lo hizo en todas las comunidades autónomas.

Pero estas señales favorables, siendo claras, no permiten dar por superadas las limitaciones de nuestra economía. España sigue siendo el país europeo con la tasa de desempleo más elevada de la UE. Sobre esa base es razonable que, en ausencia de obstáculos diferenciales, nuestra economía disponga de mayores posibilidades de creación de empleo. En mayor medida si tenemos en cuenta el comportamiento manifiestamente moderado de los salarios y la relativa precariedad que sigue presidiendo el empleo existente. Además, el buen comportamiento del mercado de trabajo no se está traduciendo, como en las economías más avanzadas y con una mayor intensidad inversora, en un crecimiento de la productividad. Y la mejora de la eficiencia, la obtención de mayor valor por hora trabajada, es la condición esencial para que el estrechamiento de la brecha en renta por habitante siga un ritmo más rápido y sostenible.

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El patrón de crecimiento de la economía española no es muy distinto del que caracteriza a algunos de los diez países que dentro de un año van a ser miembros de la UE. La diferencia es que tanto los salarios como las tasas de crecimiento de los precios en estos países son significativamente inferiores a los nuestros. De ahí la necesidad de fortalecer nuestra base de capital -físico, pero sobre todo tecnológico y humano- para obtener un mayor valor por empleado y experimentar así un salto cualitativo hacia niveles menos vulnerables que los actuales. De poco sirve aplicarse en el déficit cero si la contrapartida es tener un stock de capital tecnológico que no llega al 42% del promedio en Europa. La ausencia de inversión en conocimiento será sin duda la que acabe denunciando la calidad del crecimiento y, en definitiva, las oportunidades perdidas.

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