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Columna
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El canal de los presos

Un error grave de nuestra democracia ha sido llevar demasiado lejos el pacto de silencio que las distintas fuerzas políticas establecieron, cuando la transición, sobre lo ocurrido en la Guerra Civil y sus largas secuelas. Felipe González ya ha reconocido ese error, por la parte que le toca. Otros, como Aznar, no lo harán nunca, porque tendrían que empezar por condenar a sus padres y abuelos. Pero falta explicar las verdaderas causas de esa amnesia, que empieza a ser culpable. Y sobre todo falta hacer justicia histórica a las víctimas de los horrores del franquismo.

Una iniciativa de la CGT acaba de dar un fruto estimable. Es un vídeo, que pronto veremos en Canal Sur (me dicen que en junio, por la 2), realizado con el testimonio de algunos supervivientes y familiares de los presos que construyeron el Canal del Bajo Guadalquivir. Una obra gigantesca, proyectada por la República en 1933, que ha fertilizado 80.000 hectáreas de tierras antes secundarias, y enriquecido a no pocos señores. Hasta diez mil presos-esclavos llegaron a trabajar en esos 158 kilómetros de aguas fecundas, entre 1942 y 1958, por el solo delito de haber sido "rojos". Mal alimentados, peor tratados, y a razón de cuatro metros cúbicos de tierra diarios, a base de pico y pala. Entre los malos tratos figuraba el tener que cantar todos los días el Cara al Sol, acudir a misa los domingos y una vez al año arrodillarse delante de un cura para confesión obligatoria. "Un camión de curas llegaba por Semana Santa", ha explicado gráficamente uno de los supervivientes. Y si intentabas fugarte, fusilamiento tras un juicio sumarísimo, como les ocurrió a cinco de aquellos desdichados, que no pudieron soportarlo más. Fue en 1943, y todos los otros tuvieron que pasar por delante de sus cadáveres. Así era lo que los vencedores entendían por "tutelar y redimir a los vencidos", según la retórica oficial. La otra retórica, la verdadera, era la que les decía: "tendréis envidia de los muertos".

Veremos y oiremos en esas imágenes estremecedoras el testimonio de Pedro Prieto, al que le conmutaron una pena de muerte por 30 años; a Domingo Vidal, a Reyes Pablo Egea, a José Custodio, a Ricardo Limia... todos casos parecidos, con la voz temblorosa de sus ochenta y más años. El último de los mencionados, más sobrecogedor, si cabe, cuenta la traición del comandante Haro, que tras engañar a los mineros de Riotinto que venían a liberar Sevilla, los esperó en La Pañoleta para ametrallarlos y hacerles saltar por los aires con el cargamento de dinamita que traían. Un hecho que cambió el curso de la historia.

Historia. La que no se ha enseñado en las escuelas, ni en los Institutos, ni en las Universidades, salvo iniciativas concretas, en medio de un clima tendencioso de reparto de culpas a partes iguales, impulsado por historiadores equilibristas. Ahora la Delegación de Educación del Ayuntamiento de Sevilla va a difundir estas verdades atroces. Y no para revancha ni ajuste de cuentas. No se trata de eso. Sino para hacer justicia y honor a las víctimas. Y formar el pensamiento social de las nuevas generaciones, no sea que se repita.

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