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Reportaje:

Novatadas mortales

Tres cadetes denuncian malos tratos en una academia militar rusa

Pilar Bonet

¿Oficiales o delincuentes? ¿Qué clase de cuadros forman las academias militares de Rusia para unas Fuerzas Armadas que se han embrutecido en la guerra de Chechenia y que se resisten a la reforma? Varias familias rusas, amparadas por la Asociación Madres de Soldados de San Petersburgo, se formulan estas preguntas al denunciar a una ilustre academia del Ministerio de Defensa, la Escuela Naval Najímov, un internado que prepara a muchachos humildes, huérfanos e hijos de oficiales para la carrera militar.

Vladímir Sóboliev, Serguéi Kariazin y Andréi Papúlov, tres quinceañeros que ingresaron en la Najímov en 2002 y con los que ha hablado EL PAÍS, aseguran haber sufrido las sistemáticas y crueles novatadas de un grupo de cadetes veteranos, con palizas, vejaciones, torturas y hasta intentos de violación. Afirman también que los esfuerzos por denunciar a sus atacantes se volvieron en contra suya, debido a la complicidad de los educadores con los agresores. La institución militar reduce el asunto a peleas entre adolescentes y protege a los mandos.

Cada año mueren violentamente unos 2.000 soldados rusos en incidentes 'no bélicos'

"Intentaron no golpearme la cara, pero me rompieron el labio y la boca se me llenó de sangre. (...) Me llevaron al lavabo. Se cansaron de amasarme y me dijeron que me fuera a dormir. Me eché. Se me revolvió el estómago. Me dirigí a la letrina. Ahí estaban otra vez. (...) Traté de zafarme. Intentaron mojarme con agua fría. Me escapé. Me pillaron (...), tomaron un palo de madera y me golpearon los brazos y las costillas. No me rendí. Luego tomaron una barra metálica de la cornisa y comenzaron a golpearme las piernas, tan fuerte que casi me derrumbé. (...) Desde detrás me dieron un fuerte puntapié en la espalda que me proyectó sobre el alféizar de la ventana. Hui al pasillo, aunque me atraparon. (...) El oficial lo vio todo, pero 'no pudo hacer nada'. (...) Dos veces perdí el sentido durante media hora (...)".

En una carta a su padre, Andréi describía así la experiencia vivida en dos noches de noviembre de 2002. El capitán Vladímir Papúlov, residente en el sur de Rusia, creyó que su hijo "exageraba". Comenzó a creerle cuando le llamó Marina Sóbolieva, madre de Vladímir, otro de los agredidos. Los padres de los cadetes son todos oficiales de carrera, que se confiesan sorprendidos y decepcionados. Pero en la defensa de los soldados rusos, la iniciativa la llevan las mujeres. Marina Sóbolieva, ayudada por Yelena Vilénskaya, presidenta de Madres de Soldados de San Petersburgo, se dispone a presentar una querella.

En nombre de la fiscalía militar de Leningrado, el teniente coronel Alexéi Ovchínnikov ha admitido que la academia ha cometido "varias transgresiones de la ley" y ha planteado que sus dirigentes sean sometidos a "responsabilidades disciplinarias". El mando de la marina rusa se ha limitado a amonestar al contralmirante Alexandr Bukin, jefe de la academia. Las familias de los cadetes quieren recurrir contra la decisión de la fiscalía civil de no abrir un expediente criminal.

Cada año, cerca de 2.000 jóvenes perecen violentamente en el Ejército en incidentes no relacionados con actividades bélicas, según el Comité de Madres de Soldados de Moscú. La cifra oficial de víctimas es secreta, pero, a título de comparación, el ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, calculaba a fines de 2002 que, en los primeros diez meses del año, 531 militares habían fallecido como consecuencia de traumas "no bélicos".

Según la fiscalía de Leningrado, el número de delitos entre las tropas emplazadas en aquella unidad administrativa había aumentado en un 9%, de 1.368 a 1.486, en 2002. Entre los delitos cometidos por superiores jerárquicos destacan las palizas. En 2002, la fiscalía militar leningradense sentó a 1.024 personas en el banquillo de los acusados. En abril, el diario Gazeta informaba de la huida de 35 cadetes de la escuela Suvórov, de Vladikavkaz, en el Cáucaso, en protesta contra los profesores que les maltrataban. Marina Sóbolieva está sorprendida por la tardanza de los jóvenes en denunciar los abusos. "Creían que lo que les hacían era normal", dice. Los responsables de la institución parecen haber contribuido a ello. Así, Serguéi cuenta que el psicólogo le animaba a soportar los golpes, "porque otros habían aguantado antes". El padre de Serguéi, un antiguo capitán de submarinos, se lo llevó de allí cuando el contralmirante dijo que "no podía garantizar su seguridad".

Marina Sóbolieva, la madre de uno de los cadetes agredidos.
Marina Sóbolieva, la madre de uno de los cadetes agredidos.Y. M.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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