Un final inexplicable
El presunto suicidio de Bérégovoy sigue siendo un misterio 10 años después
Pierre Bérégovoy, ex primer ministro de Francia y alcalde de Nevers, murió de un disparo en la cabeza, hecho a quemarropa con la pistola de su guardaespaldas. Era la tarde del 1 de mayo de 1993. Rápidamente se estableció la tesis del suicidio y la hipótesis de que aquella tragedia era fruto del tormento íntimo de quien había sufrido una humillante derrota electoral, apenas dos meses antes. Además, su imagen de hombre íntegro estaba cuarteada a causa de comprometedoras revelaciones de prensa.
La catástrofe electoral y el cuestionamiento de su honestidad pudieron acentuar su carácter depresivo, según los que defienden la certeza del suicidio. Pero no todos se muestran tan convencidos. El décimo aniversario de su desaparición se ha visto festoneado de artículos de prensa que lo ponen en duda, alimentados por un libro de título rotundo, Este hombre fue asesinado, en el que se ahonda en el misterio.
El sumario no ha aportado documentos que expliquen la decisión del ex primer ministro francés
Así, media hora antes de la muerte, una filmación hecha al ex primer ministro le muestra en el momento en que se guarda una agenda de piel en el bolsillo interior derecho de su chaqueta. De este documento, nunca más se supo. ¿Dónde fue a parar? ¿Quién lo hizo desaparecer?
La viuda, Gilberte Bérégovoy -fallecida en 2001-, removió cielo y tierra a la búsqueda de la agenda, una carta, un testamento, algo que pudiera ayudarle a comprender el porqué del suicidio. Nada. La Gendarmería registró la vivienda familiar de Nevers y centenares de libros fueron abiertos hoja por hora, a la búsqueda de algún indicio. En su despacho de alcalde sólo se encontró la documentación necesaria para construir un hospital en Nevers, inaugurado ahora en su memoria. Pero no apareció documento alguno que explicara el motivo de su decisión, o al menos no llegó a ser incluido en el sumario judicial correspondiente.
Para el yerno del finado, Georges Cottineau, la desaparición de la agenda no es un misterio: "Hacia el 6 o 7 de mayo, las autoridades decidieron sustraer ese documento", ha declarado al diario Libération. Él y otros miembros de la familia comparten la idea de que la investigación abierta por la muerte del ex jefe del Gobierno fue llevada "con mucho tacto". Un periodista próximo a Bérégovoy sostiene que la preciada agenda tenía que desaparecer para que no se descubriera la cita del primer ministro con "un industrial".
Quizá todo se deba a la depresión de un hombre fracturado por el ejercicio del poder. Muchos de sus amigos políticos le abandonaron tras la derrota, empezando por la buena sociedad, con la que se había mezclado gracias a ese "ascensor social" del que se supone dotada la República francesa. Sin embargo, el presidente Mitterrand aprovechó las honras fúnebres del 4 de mayo de 1993 para lanzar el fardo de la culpa sobre una confusa conjunción de complicidades: "Todas las explicaciones del mundo no justificarán que se haya podido entregar a los perros el honor de un hombre".
Un préstamo sin interés fue el baldón personal arrojado sobre Bérégovoy. Según el testimonio facilitado en su día por la viuda, Gilberte Bérégovoy, su marido se empeñó en formalizar el préstamo para la compra de un piso en París, recibido de Roger-Patrice Pelat, un acaudalado amigo de Mitterrand. En vez de aceptar el dinero y callárselo, como otros muchos, "Pierre hizo una tontería pasándolo por el notario. Él quería que todo fuera legal". Berégévoy era un hombre del pueblo. El único estadista del mitterrandismo que vistió el mono azul de trabajo antes de convertirse en primer ministro. Hijo de inmigrantes ucranianos, empezó como ajustador-fresador y a través del sindicalismo se engarzó en la estructura del Partido Socialista. Nombrado primer ministro, en abril de 1992 le tocó pechar con una humillante derrota electoral.
El nombre de Bérégovoy ha salido a relucir en el proceso por desviaciones de fondos que se produjeron en la empresa petrolera Elf, que se celebra desde hace semanas en París. No faltaron ayer muguete ni rosas rojas en la tumba de Bérégovoy, pero 10 años después siguen sin dejarle en paz.
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