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Reportaje:

Aglomeración en el Polo Norte

Oceanógrafos y meteorólogos estudian el hielo ártico entre turistas y aventureros

La mayor parte de las cosas en el Polo Norte, la cima del mundo, son como han sido desde tiempos inmemoriales. Sigue siendo un lugar gélido en el que hielos a la deriva forman una accidentada capa blanca sobre un océano de más de tres kilómetros de profundidad. A diferencia del Polo Sur, donde 29 países han establecido bases de investigación y poder político en tierra firme cubierta de hielo, en este otro extremo del planeta todo es efímero y fugaz, como los pequeños cristales de hielo -polvo de diamantes, lo llaman algunos- que cubren todas las superficies y flotan en las sombras.

Sin embargo, el Polo Norte se está convirtiendo en un lugar animado, donde la especie humana, inquisitiva y con facilidad para adaptarse, está presente cada vez más, especialmente en la temporada que va desde mediados de marzo hasta principios de mayo, cuando se ha dulcificado el frío del invierno pero todavía no ha llegado el deshielo del verano. Esta tendencia se ha visto facilitada por los teléfonos por satélite y los sistemas de posicionamiento global que permiten a los visitantes y a los científicos conocer su posición incluso donde las brújulas giran inútilmente, el sol sale en marzo y se pone en septiembre y el panorama helado cambia continuamente.

Rusia inauguró la pasada semana una estación permanente sobre el hielo a la deriva

Desde 1992 casi cualquiera que se aventura en el Polo Norte se para primero en Camp Borneo, una estación temporal y flotante a 100 kilómetros del polo, que llevan empresarios de Rusia y Francia para atender a los turistas y los científicos. Es un campamento base al estilo del Everest y también un lugar desde donde estudiar los patrones eternamente cambiantes del clima y las corrientes. Consta de filas de tiendas rojas y amarillas con calefacción controlada por termostato, dos helicópteros rusos y una pista de aterrizaje lo suficientemente grande como para acoger a aviones de hasta 20 toneladas procedentes de Canadá, Siberia y Noruega. El comedor dispone de cuatro hornos de microondas y una máquina de Nescafé.

El lugar no es tan confortable como pudiera parecer antes de darse cuenta de que hay media docena de escopetas cargadas por si algún oso polar en busca de focas se tropieza con un esquiador o un oceanógrafo. Además, la temperatura no suele superar los 20 grados bajo cero.

Mientras siguen llegando los aventureros (el pasado sábado fueron media docena de paracaidistas de Moscú que pretenden saltar sobre el Polo Norte), se ha materializado otro tipo de presencia, más permanente. Se trata de una nueva estación rusa para el estudio del hielo a la deriva que fue inaugurada el pasado viernes a varias docenas de kilómetros al este del polo y que albergará a varios científicos durante un año.

La Unión Soviética mantuvo una serie continua de estaciones sobre el hielo desde 1937 hasta su colapso en 1991. Estas estaciones proporcionaron valiosos datos sobre tendencias oceánicas en el Ártico y los científicos esperan que el renacimiento del programa ayude a mejorar la predicción climática.

Tanto Camp Borneo como la estación de investigación se enfrentan a la continua amenaza del hielo eternamente cambiante que rodea el Polo Norte. Surgen grietas y canales donde horas antes sólo había superficies sólidas. Durante el último decenio varias veces los responsables de las bases han tenido que mover rápidamente las tiendas, tras ser avisados únicamente por ruidos como los de un terremoto.

El hielo ártico se ha convertido en un objetivo importante para los científicos que intentan comprender las posibles consecuencias del calentamiento global. Durante los últimos 24 años se ha producido la retirada total del casquete polar ártico a finales del verano, pero la falta de datos anteriores impide saber si es el resultado de algún ciclo natural o está relacionada con las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera.

Para tratar de rellenar este hueco en la información un grupo de oceanógrafos de la Universidad de Washington (EE UU) ha acudido al polo durante los últimos tres años para situar instrumentos sobre y bajo el hielo para medir la temperatura, la salinidad, la radiación solar y otros parámetros.

"Debido al hielo, los satélites no pueden ver a más de unos pocos centímetros de profundidad", explica Jamie Morison, que dirige el proyecto, denominado Observatorio Medioambiental del Polo Norte. "Hay ciertos datos que hay que obtener viniendo aquí". En un punto situado a casi 50 kilómetros del polo, los buzos de la universidad derritieron un agujero a través de tres metros de hielo y luego se sumergieron en el agua, a 2 grados bajo cero, para recuperar una ristra de instrumentos de más de tres kilómetros de longitud que dejaron hace un año para registrar las características del océano.

Los científicos constituyen, sin embargo, una minoría en Camp Borneo. Cada temporada están llegando unos 200 visitantes desde finales de los noventa, explica Christian de Marliave, un deportista de París que contribuyó a crear la base hace 10 años y todavía dirige su a menudo frenética actividad. El nombre responde a la identificación de un operador ruso de radio en la zona norte de Rusia que fue transferida a la radio de la base.

Los turistas y aventureros suelen gastar entre 8.000 y 14.000 euros en beber champaña y posar brevemente sobre el hielo o esquiar durante una semana por la helada llanura. Muchos de ellos se sienten atraídos por la misma fuerza que atrajo a centenares de exploradores a su muerte rodeados de hielo durante los últimos tres siglos. A algunos les llama el riesgo, y cruzan en esquíes el traicionero hielo, se tiran sobre él en paracaídas o practican submarinismo bajo él.

No existe forma de saber dónde se van a producir los canales, por lo que los aventureros que se dirigen al polo recurren a diversas técnicas para superar los obstáculos. Algunos llevan trajes de neopreno y se tiran al agua y nadan, remolcando sus pertenencias. Otros esquían alrededor del agujero o utilizan sus trineos como barcas. Otros afirman que si se espera al día siguiente se vuelve a formar el hielo y se puede pasar. A menudo el hielo gana.

El pasado sábado, uno de los helicópteros rusos volvió a la base con seis esquiadores coreanos que tuvieron que abandonar en su intento de esquiar desde la costa rusa al polo cuando fue cancelado un vuelo que habían contratado para la vuelta a mediados de mayo. Otros visitantes vienen al polo para coleccionarlo como si fuese una medalla. Este mismo mes hubo 11 participantes en el primer maratón del Polo Norte. El vencedor, Martin Tighe, un delgado y sonriente británico, se entrenó en una cámara frigorífica para helados.

El viernes fue el día más agitado. Volvieron 34 esquiadores del polo en un helicóptero atestado.Geoff Somers, un guía británico que había estado con dos esquiadores durante 17 días, dijo que tuvieron que trasladar el campamento dos veces durante la noche cuando empezaron a abrirse grietas debajo de ellos de repente. "No se puede dormir tranquilo aquí", afirmó. Y luego están los osos polares. Somers estaba medio dormido una noche cuando oyó ruidos fuera. Creyendo que se trataba de uno de sus clientes, abrió la cremallera de la tienda "y el oso estaba tan cerca de mí como tú", dijo. Dos disparos de rifle al aire no le asustaron y tuvieron que esperar simplemente a que se fuera.

Charlie Vicent, de 43 años, un comerciante retirado de Londres, afirmó que el mayor atractivo reside precisamente en las cosas que no hay en el polo: gente, ruidos de la vida moderna, las comodidades del hogar. "Estar rodeado de tanto silencio y escuchar cómo funciona la naturaleza", dijo. "La naturaleza funciona cada día de tu vida, pero está amordazada". Alain Hubert, un aventurero belga, estuvo de acuerdo. Abrió su ala delta y se deslizó alejándose del campamento, saltando sin esfuerzo por encima de las crestas como si fuera un surfista sobre las olas. "Aquí el viento es normalmente un enemigo pero yo lo hago mi amigo", afirmó.

Incluso los serios científicos reconocen que se sienten atraídos por la oportunidad de estar sobre un punto en el que el tiempo y la dirección son arbitrarios -el campamento tiene la hora de Rusia porque los rusos lo dirigen- y en el que la geografía es efímera. Dentro de una semana, el campamento se desmontará como un circo ambulante y se almacenará hasta la próxima primavera. Una vez solo, el casquete polar estará todavía más inquieto.

La miss rusa Natalia Lyeberman, un Papá Noel y el científico James Osse, en el Polo Norte el pasado domingo.
La miss rusa Natalia Lyeberman, un Papá Noel y el científico James Osse, en el Polo Norte el pasado domingo.ANDREW REVKIN

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