Aire
Asistimos estos días a un empeño especial del Partido Popular en subrayar el fin de la guerra de Irak como un hecho consumado del que se derivaría la conclusión de su vía crucis político. Según esta visión, se estaría diluyendo la opinión pública crítica con la actuación del Gobierno durante estos meses bélicos y estaríamos asistiendo a la vuelta a un tiempo de supuesta normalidad. Aunque no haya llegado la paz, como los ejércitos imperiales han conseguido una victoria, José María Aznar se permite ahora hablar del fin de una guerra a la que, cuando caían las bombas, llamaba "conflicto". Pero, a pesar de todas las recomendaciones de sosiego de los manuales de campaña electoral, Aznar no puede evitar ser víctima de su propia pulsión guerrera. Su lenguaje no sólo no ha perdido la habitual crispación, sino que parece ganar cada día en cotas de beligerancia. Un día agita el fantasma del "socialcomunismo", otro el del peligro de la reforma de la Constitución, y no deja pasar uno solo sin deslegitimar cualquier planteamiento de la oposición a la que niega siquiera la capacidad de formular propuestas.
Si el lenguaje es la expresión del conocimiento, el tono de Aznar nos dice que, para él, la guerra no ha terminado, por más que en su partido quisieran hacernos ver otra cosa, como si la obscena campaña por el control de los pozos hubiera sido una pasajera pesadilla. Hablemos de lo local, nos dicen desde el PP, a fin de cuentas éstas son unas elecciones municipales y autonómicas, insisten, como si diputados y concejales no formaran parte del mismo partido. Un partido que, de una parte, ha involucrado a este país en el conflicto más grave de los últimos años. Y un Gobierno que, por otro, ha hecho, frente a Francia y Alemania, el papel de caballo de Troya del amigo americano para destrozar la difícil unidad europea. La idea de Europa como simple mercado es ya lo suficientemente importante en una economía exportadora como la valenciana como para haber servido de colchón ante cualquier tentación de aventurerismo político. No sólo no ha sido así, sino que incluso se ha pasado por alto la aportación neta que países como Alemania han hecho a la economía española a través de los fondos europeos. La relación entre la política exterior y la política local a veces es tan directa como la idea de solidaridad que ha permitido la financiación de las obras de tantos y tantos pueblos de este país.
Si, tal como parece, la guerra de Irak no es más que la primera parte de la gran partida que los americanos han decidido desplegar en el tablero global, la necesidad de suturar urgentemente la brecha que la insolidaridad de Aznar ha abierto entre España y sus aliados europeos, es de vital importancia para nuestro país. Sobre todo porque Europa en general y especialmente la locomotora franco-alemana se enfrentan al reto de la ampliación y van a estar para pocas alegrías presupuestarias.
La neumonía asiática aparece ahora, tras la guerra de Irak, como un problema sanitario de primer orden, pero es también una metáfora. Como lo fueron otras enfermedades como la tuberculosis, el cáncer y el sida y nos explicó Susan Sontang. Una metáfora de un mundo cada vez más interconectado y más irrespirable. Éstas son unas elecciones autonómicas y locales, sí, pero son, sobre todo, un referendum sobre una forma de hacer política. ¡Aire!
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