Un melodrama muy personal
EL PAÍS presenta 'Demonios en el jardín', de Manuel Gutiérrez Aragón
"Imaginen un pueblo pequeño, frío, castellano, en 1943. Imaginen en aquella escasez una antigua y rica tienda de ultramarinos y en ella a un niño cuya enfermedad no exige más tratamiento que el reposo y los cuidados de la madre (Ángela Molina), de su tía (Ana Belén) y de su abuela (Encarna Paso). Imaginen a dos hermanos (Imanol Arias y Eusebio Lázaro), rivales inconscientes y celosos por la misma mujer. Imaginen unos personajes que son cómplices interesados del niño y figuras típicas de aquella sociedad (el viajante, el médico, el dependiente, el policía). Así tendrán una idea del argumento de Demonios en el jardín y de quién es su protagonista: un niño que vive una situación de privilegio maternal y amoroso, de abundancia y cariño, un sueño del que ni él ni nadie querría salir". Así definió Manolo Marinero en Diario 16 el argumento de esta película de Manuel Gutiérrez Aragón, que sorprendió por su carácter narrativo, frente a otras obras del autor (Habla mudita, Sonámbulos, Maravillas...), "más de tonos y atmósferas" como él propio director las define.
"Al rodar esta película tuve la oportunidad de reconstruir imágenes que había perdido"
Sin embargo, este melodrama de aspecto tradicional "no responde a las convenciones clásicas del género, ya que Gutiérrez Aragón se vale de varios resortes distanciadores para enfriarlo y escapar de sus moldes más arquetípicos", según Carlos F. Heredero. Este particular tratamiento del melodrama entusiasmó a la crítica, que en el Festival de San Sebastián de 1982 le entregó su premio. No sería el único. Fue considerada mejor película del año por el David de Donatello, la Fipresci, los premios Sant Jordi y la revista Fotogramas, así como por la Asociación de Críticos de Nueva York, que premió además al director, el reparto y la fotografía de José Luis Alcaine. Fue invitada a 23 festivales.
En Demonios en el jardín Gutiérrez Aragón hizo poco menos que una película autobiográfica: "Ésta sí es mi película sobre mi infancia", le contó a Heredero: "Pasé seis meses en una cama, y en esa situación cualquier niño se vuelve ultrasensible. Además, una vez curado, seguí ejerciendo de enfermo durante mucho tiempo, de manera que cuando no quería ir al colegio, decía que estaba malo y me hacían caso porque ya se sabía, casi de oficio, que yo era un niño enfermo. Estuve simulando la enfermedad casi hasta terminar el bachillerato y puede decirse que viví una infancia privilegiada".
Este niño de vida regalada, "en tiempo de posguerra, de cinismo, de estraperlo, de un doble juego incesante y devastador", como señaló Fernando Lara en La Guía del Ocio, es testigo de "una telaraña de sombras, de engaños" que el niño trata de comprender a través de sus ojos "interrogantes, atentos, maliciosos, sorprendidos, infatigables escrutadores de la realidad. Realidad que no es lo que aparenta, y que hay que desvelar a hurtadillas, secretamente y a retazos". Fernando Lara fue más allá: "Demonios en el jardín me parece la mejor película de Manuel Gutiérrez Aragón y un título clave en la trayectoria del cine español. Posee la virtud propia de los clásicos, es decir, la de ofrecer un primer nivel dramático perfectamente accesible al espectador, y aunarlo con otros cada vez más profundos donde se dan cita las constantes del autor".
Que la película se localizara en plena posguerra fue entendido por la norteamericana Amanda Wambaugh como un símbolo: "Nos compadecemos de la tristeza de aquella época en que se crearon situaciones de desconfianza tales que rompieron vínculos familiares". Para la escritora, "la lucha entre los dos hermanos representa el problema más grave de la sociedad española: gentes que a pesar de compartir su historia, su cultura y hasta la sangre, llegaron a odiarse hasta la muerte". Pero, para Francisco Umbral, "la posguerra aquí no es ya la nostalgia crítica que hemos practicado algunos, ni tampoco, naturalmente, el camp comercial e interminable de otros. La posguerra, en Demonios en el jardín, es sólo la ecología en que respiran los personajes".
Para Gutiérrez Aragón fue una ocasión irrepetible: "Al rodar esta película se me dio la oportunidad de reconstruir imágenes que había perdido, imágenes que habían existido en mi pasado y que ya no se podían recuperar de otra manera. El resultado cayó muy mal en mi familia: nunca me reprocharon nada, pero la película les entristeció, porque seguramente creyeron ver en ella secretos o actitudes familiares sobre los que pensaban, quizás, que no debían hacerse públicos... La verdad, sin embargo, es que, al realizar una película de ficción, no se hace público ningún secreto, pero en cualquier caso ésta sí es mi película sobre mi infancia". Si su familia se enfadó, los críticos fueron entusiastas. Claudio Utrera, en Canarias-7, aseguró que "por derecho propio, el nombre de Gutiérrez Aragón ha pasado a engrosar el cuadro de los más brillantes cineastas europeos del momento", valorando que esta película se burlaba "incluso de la propia configuración melodramática de la historia", como, por ejemplo, "la grotesca relación entre los hermanos", y especialmente "las sensaciones, las evocaciones poéticas, el ejercicio mágico de la memoria, en suma, la materia de la que se sirve Aragón para construir sus maravillosos cuentos para adultos".
Babelia
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