Heterodoxos
Hace unas semanas ha saltado a la actualidad un tema que se puede considerar doméstico. Un sacerdote católico -Francisco Serra Estellés- nacido en Valencia (1936), sobrepasada la edad civil de su jubilación, ha sido obligado a retractarse de sus convicciones. Regenta una parroquia -San Juan de Ávila- y lleva mucho tiempo padeciendo persecución y denuncias ante la jerarquía eclesiástica a causa de su forma personal de afrontar la fe cristiana.
No se trata de hacer una defensa apologética del personaje, pero sí de advertir lo extemporánea que puede resultar la censura de determinadas líneas de pensamiento que, lejos de escandalizar a las mujeres y hombres de nuestro tiempo, les atraen y les convencen.
Desde la Biblia en valenciano de Bonifacio Ferrer (1498), pasando por el calvario de la familia de Luis Vives, hasta el ajusticiamiento de la última víctima de la Inquisición española (1826), han encontrado en Valencia un caldo de cultivo idóneo para la propagación de los infundios y la persecución de las ideas.
No hay que darle más vueltas. Son los planteamientos convincentes los que molestan y provocan airadas reacciones. Sobre todo cuando atraen. San Ireneo decía que "la gloria de Dios es que el hombre viva". Pero no de una forma determinada y según cánones rígidos, sino a su manera y de acuerdo con sus principios.
En un discurso importante para la democracia, el cardenal Tarancón en la celebración religiosa para la coronación del rey Juan Carlos I (1975) dijo: "para cumplir su misión, Señor, la Iglesia no pide ningún tipo de privilegio. Pide que se le reconozca la libertad que proclama para todos; pide el derecho a predicar el Evangelio entero, incluso cuando su predicación pueda resultar crítica para la sociedad concreta en que se anuncia; pide una libertad que no es concesión discernible o situación pactable, sino el ejercicio de un derecho inviolable de todo hombre".
El eco de este discurso es significado. Si a la doctrina de la Iglesia le quitamos la defensa a ultranza de la libertad, una vez más se está navegando por un proceloso mar de contradicciones, del que la fe cristiana no ha obtenido más que deserciones y confusión. Se instrumentan estas intransigencias con Francisco Serra. Al mismo tiempo también se trata de una persona que ha tenido discrepancias con la jerarquía, y ya en 1972 se le impuso el abandono de su dedicación pastoral a estudiantes y a las vocaciones tardías.
No hay atentado más denigrante para la inteligencia que el impedimento a expresar libremente las ideas, las creencias y las convicciones. Es sobre todo un mecanismo impulsado por la incapacidad de ejercer la razón y responde al imperativo del miedo a perder la credibilidad frente a los atractivos de la heterodoxia como fuente enriquecedora de la libertad de espíritu.
Y desgraciadamente ése ha sido el mecanismo que ha dominado en la Comunidad Valenciana. Temor, miedo, amedrentamiento, coacción, frente a unas corrientes y unos convencimientos que, con ser respetables, no tienen por qué plantearse como infalibles. Todo un error de quienes pretenden tener atado el pensamiento y la inteligencia. Nada más que una ilusión. El tiempo dirá a quien le asiste la razón.
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