"Infrautilizamos fármacos para evitar el dolor"
La Sociedad de Cuidados Paliativos de Euskadi, bautizada Arinduz (Aliviando, en euskera), echó a andar oficialmente hace unos días bajo la presidencia de Maite Olaizola (San Sebastián, 1954) , médico internista y responsable del equipo consultor de cuidados paliativos del Hospital Donostia.
Pregunta. ¿Quiénes integran la nueva sociedad?
Respuesta. La filosofía de los cuidados paliativos es prestar una atención integral, que pasa por un apoyo físico, emocional, social y espiritual. Arinduz, por tanto, está compuesta por médicos, enfermeras, asistentes sociales y psicólogos. También hay voluntarios.
P. ¿Qué función va a tener Arinduz?
R. Se dotará de contenido científico y dará a conocer a la sociedad la filosofía de los cuidados paliativos, que es aún nueva. Servirá además como base de apoyo a la Administración para mejorar las áreas de cobertura que tiene.
P. ¿Qué mejoras son precisas?
R. El enfermo terminal puede encontrarse en cualquier área asistencial, tanto en el hospital como en el domicilio. Es necesario ordenar los recursos que ya existen para tener un circuito establecido y que el enfermo sepa dónde acudir. Pero esto no será suficiente y habrá que reforzarlo con algún recurso específico en cuidados paliativos, como camas en hospitales de agudos y apoyo a la atención primaria.
P. Una de las prioridades de los cuidados paliativos es que los pacientes mueran sin dolor. ¿Lo logran?
R. Tenemos un arsenal terapéutico muy potente para poder controlar ese dolor. La morfina es uno de los fármacos que más nos pueden ayudar a controlarlo, pero su utilización ha estado rodeada de cantidad de tabúes a nivel social. Con los recursos que tenemos, el 90% del dolor de los enfermos de cáncer podría controlarse, pero no estamos en esos niveles, ni mucho menos.
P. ¿En qué porcentaje estamos?
R. No puedo precisarlo, pero es una sensación desde la experiencia del día a día. Estamos infrautilizando fármacos que deberíamos usar para evitar el sufrimiento de la gente.
P. ¿Por qué?
R. Hablamos de la muerte y, en nuestra cultura, es algo de lo que hemos huido siempre. Muchas veces, decirle a un enfermo y a su familia que se va a iniciar un tratamiento con morfina provoca en ellos un impacto importante, porque se asocia con el final. Y como no tenemos asumida esa fase final de la vida, nos cuesta adaptarnos a que la calidad de vida en ese momento tiene que ser la más adecuada.
P. ¿Y los profesionales?
R. A mí, en toda mi carrera profesional, nunca me han hablado de la muerte, y la morfina era un fármaco que no se utilizaba. Es un cambio para todos. Los profesionales tenemos la obligación ética de formarnos y dar lo que cada uno necesita.
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