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¿La derrota final de Malthus?

Unos 6.300 millones de personas viven actualmente sobre la Tierra. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), si los índices de fertilidad en los países pobres siguen la tendencia decreciente de los países ricos, nos encontramos a una distancia llamativa de la población máxima del mundo, 9.000 o 10.000 millones, que se alcanzarían en el periodo de 2050 a 2100. La era de la explosión demográfica puede estar llegando a su fin.

Las mujeres de elevado nivel cultural, que cuentan con muchas opciones sociales y económicas en los países ricos, han llevado la fertilidad por debajo del índice natural de reemplazo. El problema no es que dichas mujeres quieran menos de dos hijos; de hecho, como media desean tener un poco más de dos. Pero como muchas retrasan la maternidad hasta los 30, la fertilidad real se queda por debajo de lo que desean.

Hoy la cuestión relevante sobre los alimentos no es que haya demasiado pocos, sino que hay demasiados

Una población mundial que llegue a un máximo de 9.000 o 10.000 millones no suscita inquietud por las teorías de Thomas Robert Malthus, el economista inglés del siglo XIX que profetizó un futuro en el que la gente se multiplicaría más rápido que los recursos necesarios para sostenerla y, por tanto, moriría de hambre por millones.

Hace 30 años, personas como Paul Ehrlich, de la Universidad de Stanford, nos dijeron que el ángel malthusiano de la muerte se encontraba a las puertas; era demasiado tarde para detener las hambrunas que matarían a cientos de millones en el subcontinente indio. El destino de la humanidad en el siglo XXI era supuestamente de guerra y lucha por los recursos.

Hoy la cuestión política álgida sobre los alimentos no es que haya demasiado pocos, sino que hay demasiados. Los políticos y las poblaciones de los países en vías de desarrollo se quejan amargamente de que los países ricos producen demasiada comida. Tienen razón. No todos los países en vías de desarrollo pueden hacerse ricos produciendo y exportando chips de ordenador o juguetes de plástico. Algunos necesitan exportar cítricos, cereales, alimentos procesados, etcétera.

Sin embargo, ha habido escasos progresos en la apertura del comercio mundial durante casi una década. Las obstrucciones al comercio mundial ponen en peligro el desarrollo económico global. La transferencia de tecnología es increíblemente difícil. Muy bien puede ocurrir que una ayuda por valor de cuatro dólares sea un pobre sustituto para una exportación por valor de un dólar, ya que hay menos buenas escuelas en las que asimilar las formas y tecnologías organizativas creadas desde el comienzo de la revolución industrial que escuelas de exportación.

Si el desarrollo global está en peligro, entonces también lo está la derrota final de Malthus. Si los países más pobres siguen siendo pobres, sus tasas de crecimiento de población podrían caer mucho más lentamente de lo que predice la ONU.

El descenso de los índices de natalidad depende de un aumento de la categoría social de las mujeres, de la confianza en la sanidad pública, de la prosperidad creciente, y de fuertes ejemplos culturales para convencer a la gente de que existen otros indicadores mejores del éxito que una gran familia. El hecho de que la mayoría de los países esté completando su transición demográfica no garantiza que todos lo vayan a hacer.

Quizá Malthus reine de nuevo en partes del mundo geográficamente pequeñas pero densamente pobladas e inmensamente pobres. Los países de renta alta y media del mundo no deberían imaginar que pueden separarse con una cerca de la pobreza y la miseria de los países pobres.

Nada hay más propenso a reforzar el nacionalismo y convertirlo en violencia que la sensación de que la propia nación es mantenida pobre e impotente por otras naciones para satisfacer sus propios intereses egoístas. El mundo es hoy demasiado pequeño como para que ninguno de nosotros se permita el lujo de excluir a algún rincón del mismo de la conquista del malthusianismo.

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