El decálogo de Irak
La guerra de Irak ha sido rica en enseñanzas, aunque, seguramente, no tanto como para que no hubiera sido mejor para todos ahorrársela. He aquí algunas de ellas.
1. Una guerra en frecuencia modulada. Aunque, oficialmente, la guerra ha durado más de tres semanas, los que auguraban un blitz tenían razón. Los combates terrestres han sido extraordinariamente concisos; lo que ha ocurrido es que un cierto tipo de guerra: a) signos, aún mínimos de resistencia; b) llamamiento al arma aérea, artillería y blindados para planchar al enemigo; c) y sólo entonces, ocupación del territorio, acumulaba días a la guerra. Ha sido un conflicto en el que Washington ha modulado la frecuencia de los combates.
Tomen nota todos los que osen desafiar a Washington o no puedan convencerle de que no lo están haciendo. Afganistán fue un ensayo; Irak, el gran estreno
Husein no ha echado mano de ningún ingenio de destrucción masiva -los tuviera o no-, lo que dinamita toda pretensión de que Irak fuera una amenaza
2. El régimen aguantó el tirón. El sistema no ha sufrido una implosión interior, sino que ha sido destruido, desde fuera, eliminando a gran número de sus partidarios en combate.
3. Había un Ejército en Irak. Lo expedito de la victoria no debe ocultar que buena parte de las fuerzas armadas iraquíes e irregulares anejos, ha combatido soportando gran número de bajas. Unos 8.000 prisioneros ante la máquina militar de Estados Unidos es una cifra modesta.
4. Guerra con tiralíneas. Washington ha librado un combate siempre avaro de vidas propias, pero también de civiles iraquíes. La muerte de los dos periodistas, uno español, en el Hotel Palestina es un crimen, pero resulta difícilmente atribuible a otra cosa que el instinto asesino de sus autores materiales.
5. La guerra urbana no tuvo lugar. El temor al combate casa por casa era infundado. La coalición podía destruir cada casa -los puntos de resistencia- en el centro de las ciudades, a distancia prudencial, sin correr riesgos. Y así se ha obrado con olímpica parsimonia, dejando que el enemigo ardiera en sus búnkers, sin prisa por sacarlos de allí.
6. Destrucción poco masiva. El presidente Sadam Husein no ha echado mano de ningún ingenio de destrucción masiva -los tuviera o no- lo que dinamita toda pretensión de que Irak fuera una amenaza para vecinos o adversarios. La coalición ha sido muy noble no inventándose la existencia de lo que no ha encontrado. Pero aún hay tiempo.
7. Júbilo todavía menos masivo. Las manifestaciones que han celebrado la victoria de los autodenominados libertadores, aparte de obligadas tras cualquier victoria por el alivio ante una guerra corta pero dura, no han congregado grandes masas. Nada comparable a los que protestaban en Madrid el 15 de marzo, o el júbilo, éste sí masivo, de los alemanes del Este al caer el muro. Eso no significa, desde luego, que la opinión fuera mayoritariamente favorable al dictador, sino que el pueblo iraquí no cree tener todavía motivo para agradecer la ocupación extranjera.
8. Vietnam no ha muerto. La duración de la guerra, escueta como contienda convencional, pero lo bastante prolongada para cumplir todos sus objetivos, como no ganar apresuradamente dejando al enemigo casi intacto y agazapado en una insuficiente derrota, no permite saber si el síndrome de Vietnam -la tolerancia de la opinión norteamericana a un número elevado de bajas propias- ha pasado a la historia. El ahorrativo triunfo, de 150 o 200 muertos aliados, no hace nada por desvelar la incógnita post-vietnamita.
9. La guerra de la posguerra. Al combate militar, le sigue uno político; o dos. De un lado, los ocupantes han de demostrar a la opinión iraquí que valía la pena el cambio, lo que, con el adjunto conflicto palestino-israelí no parece fácil. Todo Gobierno de Bagdad que siga al virreinato norteamericano, será tan anti-sionista como el de Sadam o no será auténticamente nacional, con lo que no se ve como puede Washington aceptar el autogobierno de Irak y complacer a Israel, al mismo tiempo. Y de otro, la actitud de las masas árabes hacia Estados Unidos y Occidente, con o sin terrorismo internacional, dirá si Francia, Rusia y China acertaron o no en su oposición política a la guerra americana.
10. Modelo para armar. Esta guerra es un mecano a componer y descomponer, con las piezas que exija el modelo que Washington precise de conflicto internacional en el siglo XXI: guerra corta, medio larga, con tanta o cuánta destrucción y, prácticamente, victoria desde el aire, como profetizó el italiano Douhet (La guerra en el aire, 1921). Miren, pasen, y tomen nota todos los que osen desafiar a Washington o no sean capaces de convencerle de que no lo están haciendo. Afganistán fue un ensayo; Irak, el gran estreno.
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