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Reportaje:EL DEBATE POLÍTICO Y DIPLOMÁTICO

¿Quién va a pagar los platos rotos?

Las discusiones que están teniendo lugar entre diplomáticos norteamericanos y europeos tienen algo de irreal. El tema ahora es quién va a llevar a cabo la reconstrucción de Irak después de la guerra. Los europeos quieren participar, al tiempo que piden que las Naciones Unidas sean el organismo supervisor. Los norteamericanos, como ya se ha convertido en costumbre con la Administración de Bush II, dicen cosas diferentes según el momento y el portavoz. La asesora de Seguridad, Condoleezza Rice, y el ministro de Defensa (departamento que, vista la presente actitud militar, debiera llamarse de Ataque), Donald Rumsfeld, han dicho que en Irak va a mandar Estados Unidos por derecho de conquista. Bueno, esto último no lo han afirmado literalmente, pero lo han dado a entender.

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Por otra parte, el general diplomático Colin Powell ha dicho que Naciones Unidas y Europa deben tener un papel importante en la reconstrucción. El Gobierno británico, como también se ha convertido en costumbre, está en una posición incómoda: no quiere aparecer como un mero apéndice de los norteamericanos, pero sabe que el intento de adoptar una postura independiente ahora sería desastroso. En todo caso, las enumeraciones que uno lee en la prensa sobre qué empresa norteamericana va a quedarse qué contrato para la reconstrucción de Irak recuerdan macabramente a los 16 jueces repartiéndose el hígado de un ahorcado del trabalenguas catalán.

Ahora bien, nadie parece recordar, en medio de esta repulsiva rebatiña por los despojos del cadáver inminente, que alguien tiene que pagar el entierro. El dinero de todos esos contratos tiene que salir de algún bolsillo. ¿Quién va a pagar los platos rotos? De esto se habla muy poco.

Quién va a pagar por haberlos roto, que también es muy caro, ya se sabe. En gran parte, el contribuyente norteamericano, porque su presidente decidió romperlos él solito (o con muy poca ayuda). La invasión le va a costar al ciudadano de Estados Unidos bastante más de 100.000 millones de dólares, de los que el Congreso ha aprobado ya las cuatro quintas partes. Mientras dure el ardor guerrero que se apoderó de gran parte de los norteamericanos tras los atentados de las Torres Gemelas y el Pentágono, parece que todo esto les sale por una friolera. Pero cuando haya que hacer cuentas en serio, y se sumen al coste de lo de Afganistán, más el considerable déficit que han dejado las rebajas de impuestos para ricos, el añadir a todo esto la reconstrucción de Irak, que costará al menos tanto como destruirlo, quizá el ardor guerrero se enfríe un poco. Porque la única manera de financiar tanto déficit es o dando marcha atrás en las rebajas de impuestos o recurriendo al crédito que, dadas las cifras de que se trata, no tiene más remedio que producir inflación.

Situación económica

Si el entusiasmo bélico pasa pronto y la situación económica se agrava, quizá los norteamericanos que en noviembre de 2002 votaron por un Partido Republicano en pie de guerra se olviden de ello y se vuelvan resentidos contra el presidente que dos años antes les convenció de que había que desenterrar el hacha. Es muy posible que para evitar esto se recurra a algo que los antibelicistas siempre han sospechado ser el verdadero móvil de la invasión: el petróleo iraquí. Que el petróleo es una causa muy relevante de esta guerra está fuera de toda duda. El Gobierno norteamericano lo niega con la boca chica, pero un periodista de abolengo republicano como William Safire, que escribió los discursos de Richard Nixon, anunciaba hace unos meses en The New York Times que la guerra iba a tener lugar, que EE UU iba a controlar el petróleo iraquí y que Francia no iba a ver ni una gota. Hasta ahora se ha ido cumpliendo todo lo que anunció.

Ya veremos si los iraquíes consideran que sus libertadores americanos tienen derecho a disponer de su petróleo. El porvenir de los supuestos beneficiarios de la invasión no es tan rosado como afirman en Washington. Sadam les deja una deuda gigantesca que nunca podrán saldar, lo cual dificultará la obtención de futuros créditos.

Si a esta situación se añade el tener que pagar parte de las destrucciones y reconstrucciones de la guerra, el entusiasmo de los iraquíes por haberse librado de Sadam, si es que es genuino, puede durar muy poco, lo cual hace escasamente probable que estos futuros aprendices de demócratas, si algún día llegan a votar libremente, lo hagan por candidatos y partidos del gusto de Washington. Ni el futuro económico ni el político, por tanto, se presentan halagüeños en Washington y Bagdad.

Edificio diplomático

Tampoco se presenta halagüeño para un edificio diplomático internacional que, trabajosamente construido y reparado repetidas veces tras la II Guerra Mundial y tras el derrumbamiento del bloque comunista, aunque sin duda con goteras y apuntalamientos, se mantenía en pie bastante bien y permitía mantener una paz (aunque precaria) y una cierta medida de consenso.

Este edificio, con las Naciones Unidas como elemento central, y una serie de pactos y acuerdos como alas y pisos superiores, hoy amenaza ruina tras la invasión de Irak, y es muy posible que sea ya inservible. Cuando el país más importante entre sus fundadores, cuya sede, no lo olvidemos, está en Nueva York, trata del modo que ha tratado, y sigue tratando, a sus socios del Consejo de Seguridad, es evidente que la autoridad moral de este Consejo, que en realidad era su única fuerza, ha quedado muy dañada. Si la primera potencia mundial manifiesta claramente su impaciencia y su desprecio por los tratados y las normas jurídicas, es evidente que entramos en una era en que la fuerza bruta va a ser la ley en las relaciones internacionales.

Esta nueva situación es irreversible: la polarización entre Estados Unidos e Israel, de un lado, y el mundo musulmán, de otro, parece ya irremediable y creciente. La derecha norteamericana ha logrado por el momento la hegemonía por la que venía pugnando. En esta situación, la única esperanza, por tenue que sea, es una Europa realmente unida y militarmente fuerte que pueda frenar los ímpetus de cruzada de la derecha yanqui. En la situación actual, una Europa unida parece una quimera utópica. Vale la pena luchar por que esa utopía sea realidad para que el mundo no salte en añicos.

Gabriel Tortella, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Alcalá, es actualmente profesor visitante en Columbia University.

El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.
El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.AP

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