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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA.

El maldito Sadam

Timothy Garton Ash

Ahora que se ha derribado la estatua gigante de Sadam en Bagdad, nos enfrentamos al problema de qué hacer con el pasado de Irak, marcado por él. Un buen punto de partida es que cada uno se haga esta pregunta: ¿qué habría hecho yo con Alí el Químico si las tropas británicas le hubieran capturado vivo en Basora? Hablamos de un hombre que en 1988 dirigió una campaña que se calcula que causó la muerte a 100.000 kurdos, la mayoría civiles, y gaseó a 5.000 personas en Halabja. Alí Hasan Majid era un asesino de masas comparable al general Radko Mladic, de los serbobosnios.

Yo sé dónde le habría enviado: directamente a una celda de La Haya, en el mismo pasillo que Slobodan Milosevic. Ahí es donde deberían ir a parar los criminales de guerra iraquíes que capturemos vivos, y ahí es donde debería ir Sadam en el caso improbable de que le apresemos con vida. El Tribunal Penal Internacional (TPI), de reciente creación, sólo cubre crímenes cometidos después de 2002, pero sería perfectamente posible que la ONU autorizara el establecimiento de un tribunal especial para los crímenes de guerra y contra la humanidad en Irak, igual que hizo con la antigua Yugoslavia. Por el contrario, EE UU dice que a los criminales de guerra iraquíes se les juzgará de acuerdo con las leyes estadounidenses. Entre los derrotados en una guerra siempre existe la sospecha de que cualquier juicio posterior sea "justicia de los vencedores". No hay nada mejor para confirmar esa opinión que esta propuesta tan burda.

¿Quién podría formar parte de una Comisión de la Verdad iraquí? ¿Dónde están las autoridades morales del país? ¿Podrían participar los kurdos en un juicio moral a los suníes, shiíes o kurdos?
Debe haber investigaciones rápidas y rigurosas, pero limitadas a los cargos más poderosos, visibles o influyentes. Las depuraciones siempre son arbitrarias
La cuestión de qué hacer con los criminales de guerra en un Irak liberado / ocupado es uno de los aspectos que hay que tratar al abordar el cruel pasado del país
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Espero y confío en que el Gobierno británico insista en la creación de un tribunal internacional para Irak bajo los auspicios de la ONU y entregue a todos los presuntos criminales de guerra capturados por las fuerzas británicas exclusivamente a ese tribunal internacional legítimo.

¿Y qué ocurre -podríamos añadir- con los posibles crímenes cometidos durante la guerra de Irak por soldados estadounidenses y británicos? También en este caso, como internacionalista liberal, tengo mi respuesta clara: deberían estar sujetos al TPI, con arreglo a las mismas normas, los mismos criterios probatorios y las mismas sentencias que todo el mundo. Por ahora, desde luego, los soldados británicos lo están, pero los estadounidenses no.

La cuestión de qué hacer con los criminales de guerra en un Irak liberado / ocupado no es más que uno de los aspectos que hay que tratar al abordar el cruel pasado del país. Que, a su vez, no es más que parte del problema general de cómo convertir las ruinas humeantes de Bagdad y Basora en capitales de un Irak democrático y autónomo. Existen ya numerosas experiencias que nos pueden enseñar cosas, desde Kosovo hasta Timor Oriental y Afganistán, desde cómo transformar una economía y elaborar una nueva constitución hasta cómo construir medios de comunicación independientes y una sociedad civil. Existe, por así decir, una caja de herramientas mundial de las transiciones. Y el Departamento de Estado norteamericano, el Pentágono y el Foreign Office británico están rebuscando en ella. El Departamento de Estado, por ejemplo, tiene un proyecto sobre el "futuro de Irak" en el que debate con exiliados iraquíes escogidos qué hacer a propósito de la economía, la educación, la sociedad civil... y el difícil pasado.

La derrota del pasado

Aceptar o superar un pasado dictatorial -lo que, para abreviar, yo llamo "la derrota del pasado"- es un elemento crucial de todo proceso de transición. Contamos con precedentes en más de 30 países, tan distintos como Suráfrica, Chile, Ruanda, Serbia y Alemania en dos ocasiones, tras el nazismo y tras el comunismo. La derrota del pasado se produce fundamentalmente de tres formas: juicios, depuraciones y lecciones de historia.

Los juicios, en mi opinión, deben reservarse normalmente para las violaciones de los derechos humanos y los crímenes de guerra de la peor categoría. Debe llevarlos a cabo un tribunal internacional neutral en aplicación de las leyes humanitarias internacionales que estuvieran vigentes en el momento de cometer los crímenes. De no ser así, se violará un principio básico de la justicia, al hacerla retroactiva. Si alguien emplea sus propias leyes nacionales, o crea unas nuevas apropiadas para la ocasión, da la impresión de aplicar la "justicia de los vencedores", que, desde el punto de vista de los derrotados, no es tal justicia. Éstas fueron dos objeciones que se hicieron a los juicios de Nuremberg de los dirigentes nazis después de la II Guerra Mundial. Si uno pretende utilizar los tribunales y leyes locales del país involucrado, que es lo que propone Estados Unidos en el caso de los personajes de menos importancia en Irak, acaba dando todas las vueltas posibles para intentar que las leyes penales existentes abarquen los abusos dictatoriales, como ocurrió en el juicio del líder comunista de Alemania Oriental, Erich Honecker.

En cualquier caso, hay tantos delitos y delincuentes menores en esos regímenes, que no se puede juzgar a todos. Y juzgar sólo a unos cuantos viola otro principio importante: el de la igualdad ante la ley. Cosa que da una imagen especialmente mala cuando lo más seguro es que el régimen de ocupación emplee a otros pequeños delincuentes en los esfuerzos para la reconstrucción. En Basora, por ejemplo, los británicos proponen restaurar la ley y el orden a través de los servicios de un jeque amigo, representantes de las tribus locales y elementos de la policía actual; algunos de ellos, sin la menor duda, con sangre en las manos.

Ahora bien, los crímenes contra la humanidad no deben ser nunca amnistiados ni ignorados. A mí me produce satisfacción el hecho de que varios de los peores criminales políticos de las guerras de la sucesión yugoslava se encuentren ahora tras las rejas en La Haya. Me gustaría que se les unieran unos cuantos iraquíes.

Las depuraciones son un mal necesario. Si empleamos en la nueva maquinaria administrativa a altos funcionarios que hayan estado muy involucrados con el régimen anterior, podrán seguir adelante con sus actuaciones corruptas, antidemocráticas o indeseables en general. Incluso aunque no lo hagan, su mera presencia comprometerá el nuevo régimen a ojos de muchos, sobre todo los más jóvenes e idealistas. Es lo que ocurrió cuando los estudiantes rebeldes de 1968 vieron a antiguos nazis que ocupaban altos cargos en la Alemania occidental de la posguerra. Es el riesgo que corremos ahora si absorbemos a demasiados personajes importantes del entorno de Sadam. Sin embargo, no debemos intentar investigar a todos y cada uno de los empleados de correos o los administrativos, como no podemos excluir al millón y medio de antiguos miembros del partido Baaz. Debe haber investigaciones rápidas y rigurosas, pero limitadas a los cargos más poderosos, visibles o influyentes de la vida pública. Se trata de una regla pragmática e improvisada, pero las depuraciones siempre son arbitrarias, en cualquier caso.

A largo plazo, la forma más fructífera de derrotar el pasado es lo que denomino las "lecciones de historia", término en el que incluyo de todo: que cada ciudadano tenga derecho a leer su expediente secreto de la policía, que se abran los archivos a estudiosos y periodistas, que haya una Comisión de la Verdad oficial y pública, como se ha visto en Chile y Suráfrica. A diferencia de los juicios y las depuraciones, estos métodos favorecen la confrontación psicológica de una sociedad con el pasado dictatorial en toda su complejidad. Se descubre, por ejemplo, que los servidores del régimen también pueden ser sus víctimas, y que quienes son víctimas en un contexto son culpables de victimizar en otro.

Expedientes secretos

Todo depende de cuándo, cómo y quién haga estas cosas. Lo ideal es que se hagan de forma rápida y escrupulosa, y que se encarguen los propios ciudadanos del país. Tres elementos deseables, pero difíciles de reunir en un Estado ocupado y fracturado como Irak. Sería fácil examinar los expedientes secretos de la policía iraquí con rapidez y eficacia si se le diera el encargo a un antiguo responsable de la CIA, pero ¿lo considerarían los iraquíes escrupuloso y legítimo? O, por usar otro ejemplo, ¿se dará el mismo acceso a los archivos a la cadena Al Yazira que a la CNN? ¿Y quién podría formar parte de una posible Comisión de la Verdad iraquí? ¿Dónde están las autoridades morales del país? ¿Podrían participar los kurdos en un juicio moral a los suníes, shiíes o kurdos, o juzgar los exiliados a quienes permanecieron en el país y sufrieron?

En comparación con la tarea de conseguir que vuelva a haber agua corriente, la derrota del pasado puede parecer un lujo de segunda clase. Pero existe una correlación clara entre la lista de países que han afrontado un pasado difícil y la de las democracias consolidadas. Abordar debidamente el pasado es incluso más importante que el agua para la salud a largo plazo de la futura democracia en Irak.

Varios iraquíes arrancan un cartel con el retrato de Sadam.
Varios iraquíes arrancan un cartel con el retrato de Sadam.AP

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