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Hotel Palestina

"El humo provenía de los automóviles incendiados en el estacionamiento frente al teatro nacional; por toda la plaza se veían esparcidos trozos de metralla, y un hombre sin piernas se estremecía convulsamente al borde de los jardines... Una mujer estaba sentada en el suelo con lo que quedaba de su hijo en el regazo; por una especie de pudor lo había cubierto con su sombrero de paja campesino. Estaba inmóvil y callada". No es una escena de la guerra de Irak, aunque hemos visto imágenes muy parecidas. Ocurrió en Saigon en 1952, cuando el gobierno americano intentaba ocupar la posición colonial abandonada por Francia en Indochina. Lo cuenta Grahan Greene en su novela El americano impasible.

En la Place Garnier en medio de una densa nube de humo, el periodista británico Thomás Fowler le hace la siguiente pregunta al agente de los servicios norteamericanos Alden Pyle: "¿Cuántos coroneles muertos justifican la muerte de un niño o de un conductor de triciclo cuando se quiere construir un frente democrático nacional?". Manuel Leguineche, el decano de los reporteros de guerra españoles decía en un homenaje a los dos periodistas muertos en Irak -Julio A. Parrado y José Couso- que si el corresponsal responde a un código de conducta libertario y desea ser fiel a la verdad, sufrirá limitaciones y barreras de uno y otro bando. Porque tanto los militares americanos como los iraquíes consideran que las guerras se ganan en las pantallas de televisión.

Desde el Hotel Palestina de Bagdad fueron grabadas imágenes del horror que debían de resultar muy incómodas para los generales estadounidenses ya que ponían en cuestión cualquier argumento sobre la legitimidad del ataque al mostrar la desproporción entre el mal que supuestamente se pretendía evitar y la brutalidad real de los sufrimientos ocasionados a gente inocente. A estas alturas todo el mundo sabe ya que las razones esgrimidas por el presidente Bush para atacar Irak, violando gravemente la legalidad internacional, forman parte de la historia de la propaganda política. Ni los servicios secretos, ni la CIA, ni los inspectores de la ONU, ni nadie hasta el momento ha encontrado una sola prueba que vincule a Sadam Husein con Bin Landen. Tampoco han aparecido por ninguna parte las supuestas armas de destrucción masiva. El único armamento prohibido utilizado en esta guerra lo han empleado las tropas aliadas que no han tenido el menor empacho en reconocer el uso de las terroríficas bombas racimo. Del mismo modo a los portavoces del Pentágono tampoco les ha preocupado siquiera guardar las apariencias sobre el ataque al Hotel Palestina y a la cadena de televisión Al Yazira, violando el protocolo adicional de la Convención de Ginebra referido a la protección de la vida y el trabajo de los periodistas en el frente. El cámara de Tele 5 José Couso, murió sobre la mesa de operaciones repitiendo una y otra vez la misma frase, como si no acabara de creérselo: "Era un tanque americano, era un tanque americano...".

La abrumadora superioridad tecnológica de EE UU en armamento no permitía albergar ninguna duda sobre el resultado de la contienda. Han ganado la guerra, pero la paz la han perdido para varias generaciones. Las imágenes de apenas un centenar de personas alrededor de la estatua caída de Sadam con las que la propaganda americana ha pretendido mostrarnos el júbilo del pueblo iraquí resultan insignificantes si se considera que la población de Bagdad roza casi los seis millones.

El presidente egipcio, Hosni Mubarak, advertía recientemente que esta invasión se estaba convirtiendo en el mayor semillero de odio para el mundo árabe. "Vamos a tener un centenar de Bin Laden", dijo. Pero las reverberaciones de la guerra pueden llegar aún más lejos. El conflicto enquistado entre Israel y Palestina, la situación en el Kurdistán cuyo territorio traspasa las fronteras de tres países y las advertencias de EE UU a Siria y a Irán, unido al poder cada vez mayor que tienen los halcones en el Pentágono, hace temer lo peor. Y lo peor es un conflicto mucho más extenso de consecuencias incalculables para la paz mundial: la palestinización de todo Oriente Medio. El presidente Bush ha abierto la caja de los truenos.

¿Pero qué papel ha jugado España en todo esto? Desde que ha empezado la guerra me he preguntado cientos de veces los motivos que han podido llevar al presidente del Gobierno a implicarnos en semejante barbaridad. Y a falta de razones políticas, he llegado al convencimiento de que se trata de una cuestión puramente psicológica, pero no por ello menos espeluznante, ya que todos sabemos a qué situaciones dramáticas ha llevado al mundo el complejo de inferioridad de algunos dirigentes. El acento tejano de Aznar al regresar del rancho de Bush fue uno de los espectáculos personales más ridículos que ha ofrecido nunca un dirigente político. En el momento en el que pronunció en un español balbuceante como si fuera extranjero, la frase por la que pasará a la Historia: "Estamos trabajando en ello...", hasta sus votantes más fieles le perdieron el respeto.

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Siendo lo que es la condición humana, puedo entender los delirios de grandeza de un político. Al fin y al cabo hay ejemplos abundantes en la Historia y la megalomanía es una patología casi consustancial al poder. Pero lo que no alcanzo a comprender es que, salvo honrosas excepciones, no haya habido dentro del Partido Popular ninguna voz sensata y firme que alcanzase a ver el gravísimo error del presidente y contase con suficiente autoridad para exigirle abandonar de inmediato una guerra, ilegal, inmoral e intolerable.

No ha ocurrido así. Ahora comenzará ante todos nosotros el impúdico espectáculo del reparto del botín que será el pistoletazo de salida de esta nueva era colonial. Y tal vez Julio y Couso, mientras se toman juntos la última cerveza en las nubes, recuerden aquella frase de Thomas Fowler: "Si quisiera ser comprendido, me atontaría hasta tener una religión. Pero soy un reportero y Dios sólo existe para los que escriben editoriales". Hasta siempre, chicos.

Susana Fortes es escritora.

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