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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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El asesinato de Guillem Agulló

"Si a través d'aquesta novel.la us puc comunicar una espurna de dolor, de la por, de la ràbia, de l'horror i de l'ànsia de justícia que tot plegat m'ha provocat, em donaré per satisfet". Así se expresaba el escritor Jaume Fuster a raíz de la publicación, en la editorial valenciana 3 i 4, de su libro La mort de Guillem. Diez años después del asesinato del joven de 18 años Guillem Agulló i Salvador a manos de cinco activistas de extrema derecha y cinco años después de la muerte de Jaume Fuster, sus palabras continúan siendo un doloroso brindis al sol. Hablemos de Guillem Agulló, de la extrema derecha valenciana, de la sistemática persecución del nacionalismo de raíz fusteriana en la Valencia del PP, de la impunidad del crimen cuando éste lleva banderas aliadas... Hablemos de una muerte en Montanejos (Alt Millars) el 11 de abril de 1993, una muerte que segó la vida de un joven de Burjassot cuyo único delito era serlo, militar en colectivos anti-nazis y ser miembro de Maulets. Sus verdugos fueron reconocidos, perfectamente señalados por los testigos, claramente significados en su militancia nazi, con denuncia del alcalde incluida y, sin embargo, fueron exculpados. Una sentencia simbólica y casi burlesca para uno de ellos y la libertad para el resto, bajo el palio exculpatorio de la "falta de pruebas". Diez años después, esa policía que no perseguía a los asesinos de Guillem, esa investigación que nunca llegaba, ese juicio "distraído y blando" (en palabras de Clara Simó), son aún la crónica de una vergüenza y una impunidad. Diez años después, la libertad de sus asesinos nos da claves para entender muchas cosas. En estos días en que todos los que amamos la libertad y defendemos los principios democráticos nos hemos pronunciado a favor del derecho a la discrepancia y en contra de la violencia, y, por tanto, hemos defendido el derecho incuestionable de la gente del PP a vivir con normalidad su actitud política, incluso respecto a la guerra, en estos días aciagos para la disidencia, algunos tenemos el derecho de hacernos unas cuantas preguntas. Un derecho que nos hemos ganado por posición moral. Formulo, pues, las preguntas en el marco de ese asesinato anunciado e impune que hace 10 años tiñó de sangre la democracia.

La primera pregunta. La enorme contundencia con que todo el aparato del estado -incluyendo su larga mano mediática- denuncia, persigue, demoniza y estigmatiza todo aquello que tiene que ver con el nacionalismo vasco, violento o... democrático, ¿es equiparable a la persecución de la extrema derecha española? Me dirán que el mundo de ETA, hoy por hoy, es el fenómeno violento más serio que tenemos, y será cierto. Pero con dos matices importantes: uno, que todo fenómeno violento es serio, pero sólo el de extrema derecha vive bastante tranquilo, y dos, que existen las víctimas de ese fenómeno, víctimas que nunca han podido descansar en paz. Recordemos las agresiones contra el mundo cultural catalanista en la Valencia del bunker barraqueta, agresiones toleradas por las autoridades pertinentes. Recordemos los atentados contra Joan Fuster y Sanchis Guarner. Recordemos el asesinato de Miquel Grau, muerto mientras colgaba carteles en los que se pedía el Estatut. Recordemos la impunidad de que disfrutan los asesinos nazis de Guillem Agulló. Si es evidente que la violencia con bandera vasca moviliza las mismísimas entrañas del Estado -y así tiene que ser-, también lo es la indiferencia con que ese mismo Estado contempla la violencia cuando lleva bandera española.

La segunda pregunta, una cuestión sobre victimología. En nuestra Cataluña estupenda hemos vivido estos días enconados debates sobre el papel del rector Tugores y su negativa a permitir un acto de los Basta Ya vascos en la universidad. Diré lo siguiente al respecto: Tugores se equivocó sonoramente. No creo que la Universidad tenga que ser nunca el marco de una negación dialéctica, sino todo lo contrario, el espacio de confrontación natural democrática. Como ciudadana, me interesa lo que pueda decirme Savater, pero sobre todo me interesa poderme discutir inteligentemente con Savater. Ésa es la naturaleza de la democracia. Y su grandeza. Sin embargo, una, que está de acuerdo en los términos expresados, también reclamaría una actitud comprometida y decidida de todos los sectores intelectuales cuando se cierran periódicos en Euskadi -máxima expresión antidemocrática- o cuando todos los instrumentos públicos del poder valenciano impiden, atacan y exilian los movimientos culturales que defienden la unidad lingüística del catalán y la unidad de toda la cultura catalana. ¿Es de recibo que consideremos un atentado la anécdota de Tugores -anécdota desgraciada- y no consideremos una agresión en toda regla el boicoteo público y activo de la alcaldesa de Valencia a los Premios Octubre? ¿O su boicoteo, con asfixia económica incluida, a cualquier actividad de tipo cultural que no conforme lo español políticamente correcto? ¿Qué decir de la presidencia valenciana de Zaplana, responsable de ataques lingüísticos y culturales de calado profundo? Atentados directos contra una cultura y una lengua, atentados con dinero público... ¿No son también víctimas de una persecución? Diremos, en todo caso, que los hay que sólo están por la victimología cuando ésta flanquea la roja y gualda. ¿El resto? El resto a las cloacas...

A los 10 años de la muerte de un joven de 18 años, cuyos asesinos -conocidos y reconocidos- continúan impunes, es un buen momento para pronunciar algo dolorosamente obvio: hay víctimas que no existen.

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